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¡Luz, taquígrafos y sondeos!

Hace unos días, Le Matin, de París, interrogaba al presidente de la SOFRES acerca del pretendido poder de los sondeos y Pierre Weill recordaba una vez más que «es un hecho que los sondeos ejercen una influencia sobre la vida política, pero es un mito decir que son un verdadero poder y mucho más un poder tiránico».El mito ha sobrevolado nuestra Península, y como en todos los países democráticos, los institutos españoles de investigación de la opinión pública han sido llevados a la hoguera y han debido afrontar la incomprensión de quienes, todavía hoy, ignoran los rudimentos del método representativo.

Nadie debe extrañarse de que los políticos ensalcen las encuestas cuando sus resultados les benefician y las repudien cuando les perjudican. Y eso acaba de suceder en España con los sondeos más rigurosos: aquéllos que, como los de EL PAIS, no son encargados por un cliente interesado, un partido o un grupo de presión. Precisamente por esa independencia, mientras se han ignorado los datos filtrados de otras encuestas privadas, se prestó gran atención al veredicto de los sondeos publicados con la única finalidad de servir al lector, haciendo realidad su derecho a la información.

Sorprende, sin embargo, la delicada sensibilidad de algunos políticos que en sus respectivas campañas electorales sembraron el territorio nacional de rotundas afirmaciones del tipo «digan lo que digan las encuestas, nuestro grupo parlamentario condicionará la política» o «alcanzaremos entre el 13 % y el 16 % de votos», y luego acusaron a los encuestadores de promover una especie de cuantofrenia.

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Los profesionales del sector y los periódicos que contrataron sus servicios comprometieron su prestigio y lo hicieron con todas sus consecuencias en un régimen de transparencia informativa que comportaba: una detallada descripción de las técnicas empleadas, datos sobre los entrevistados, fechas del trabajo de campo, texto de las preguntas formuladas y comentarios objetivos sobre la validez y fiabilidad de los resultados obtenidos. Conducta responsable que contrasta con la cuantofrenia de nuestros políticos, que continúan dando cifras fantasmagóricas que nadie se siente obligado a demostrar: desde los, 300.000 abortos anuales hasta los10.000 miembros de las Juventudes de UCD.

Que los sondeos de opinión están lejos de ser un instrumento de manipulación propagandística y que los institutos académico, y comerciales se preocupan de que así sea, lo demuestra la abundancia de códigos que en todos los países -también en España- gobiernan la conducta profesional de los pollsters. De este modo, sus investigaciones responden con honestidad a lo! interrogantes de un electorado que tiene derecho a ser informa do con datos, y no con rumores con hechos, y no con suposiciones Y así lo vienen haciendo con notable precisión desde 1936, cuan do en los Estados Unidos, Gallup, Roper y Crossley vaticina ron con éxito la victoria del presidente Roosevelt, dando lugar a Precision Journalism, que hoy, procuran realizar los periódicos más prestigiosos de todo el mundo.

Porque, como ha dicho el máximo experto en materia de efectos de los medios de comunicación, Joseph Mapper, viejo profesor de la Universidad de Columbia y hoy director de investigación de la CBS norteamericana: «No existe absolutamente ninguna prueba de que la publicación de los resultados de un sondeo afecte o no al voto. Las investigaciones realizadas ofrecen razones suficientes para afirmar que tal publicación no produce ningún efecto directo en el electorado, por lo menos a niveles significativos. »

De ahí que, frente a las quejas del general De Gaulle cuando decía: «No comprendo ese deseo nervioso de los sondeos por enterarse del sentimiento de los franceses, cuando es suficiente con escuchar mis discursos», habrá que volver a pedir ahora, ¡luz, taquígrafos y sondeos!

Profesor de la facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia

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