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Un norteamericano debe en Gran Bretaña 14.500 millones de pesetas

William Stern, de 43 años, es un ciudadano norteamericano residente en Gran Bretaña. En Londres ha adquirido un bigote parecido a un cepillo de dientes y deudas personales por casi 209 millones de dólares (14.500 millones de pesetas).

Hace unas horas, Stern ha admitido ante un tribunal británico que sus deudas ascienden exactamente a 208.780.496 dólares, «millón más o menos». Se cree con todo fundamento que la suya constituye la mayor bancarrota del mundo.Stern, que además dispone de un humor casi británico, mezclado con buenas dosis de pragmatismo norteamericano, ha ofrecido pagar sus obligaciones a razón de 12.000 dólares por año, para lo cual necesitará un plazo de sólo 17.398 años.

El señor Stern es probablemente la víctima más espectacular del colapso del mercado de propiedades de Gran Bretaña, registrado en 1974. Hasta ese año, controlaba un holding de 180 empresas, dedicadas a la compra de tierras y mansiones. Los bancos competían en darle dinero para las compras, y Stern les entregaba a cambio garantías personales, aunque sostenidas -así lo pensaba- por el valor de las propiedades adquiridas. «Nunca traté -explica- de limitar esas garantías porque nunca pretendí sacar nada de los bancos.»

En prueba de su buena fe, añadió ante el tribunal: «Si yo no hubiera dado esas garantías personales me habría aprovechado de mi holding, y luego, cuando las cosas empezaron a ponerse feas, me habría ido a las Bahamas.» Las cosas «empezaron a ponerse feas» en 1975, al caer los precios. Stern se encontró entonces con que los bienes adquiridos valían mucho menos que lo que su grupo de empresas había pagado por ellas.

«Nunca gocé -explica ahora- de los placeres de lo que se suele llamar un millonario. Jamás tuve yates, ni hice nada que pueda calificarse de extravagante.»

Aparte, naturalmente, de su rápido y millonario endeudamiento, que también incluyó un domicilio -completamente «personal»-, en una casa que valía unos 400.000- dólares veintisiete millones de pesetas), en la que había colocado muebles por otros 100.000 dólares, y pinturas y grabados por 60.000. Nada de esto le pertenecía, aunque para ir de casa al trabajo, y viceversa, usaba un Rolls Royce, que a la hora de la bancarrota se apresuró a cambiar por un más modesto Jaguar.

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