Tiempo de ejecuciones
TRES EJECUTADOS en Moscú, tres ejecutados en Pekín -los seis recientemente-, muestran una trágica identidad en los sistemas de represión de los países enemigos. Los juicios, en los dos casos, parecen oscuros y manipulados, por razones políticas; lejos de un concepto de las garantías judiciales y de los derechos del hombre.Los fusilados de Moscú eran tres armenios. Se les acusaba de haber participado en el «atentado del Metro» de 1977. Un hecho sobre el que ya en su momento cayó el telón de la censura. Hubo una explosión: no se supo bien dónde, no se supo qué daños o qué víctimas causó. Se dijo en tiempos, por Sajarov, que había sido una «provocación» de la KGB: tampoco hay pruebas. Sajarov ha vuelto a decir ahora -en una carta a Brejnev- que existen suficientes razones para pensar «que se ha producido un error judicial o una falsificación deliberada del caso». El proceso se ha desarrollado a puerta cerrada; la comunicación de la sentencia cumplida no cita el lugar ni la fecha del proceso. Pero se destaca la nacionalidad de las víctimas, su condición de armenios. Armenia lleva siglos tratando de escapar de yugos extranjeros: las «matanzas armenias» -por los turcos- duraron años. Y en la República Armenia, fronteriza con Turquía y con Irán, hay un número elevado de musulmanes chiitas, efervescentes con el tema del ayatollah Jomeini como profeta de todos. El anuncio de las ejecuciones podría intentar tener un carácter de ejemplaridad, y de la decisión de Moscú de no ablandarse ante ningún caso de disensión de carácter nacionalista-religioso que pudiera extenderse por Armenia, Georgia y el Adjerbeijan.
En Pekín, los ejecutados son tres antiguos «guardias rojos». Se les ha acusado en un gran «mitin de crítica» de haber realizado durante la «revolución cultural» -he incitado a otros a realizar- «crímenes, violaciones, robos, condenas ilegales, ocupación de edificios públicos y detenciones ilegales», según el Diario del Pueblo, que tampoco hace demasiadas precisiones acerca de la celebración del juicio. Pero explica cómo estos tres ahora ejecutados, con otros acusados -otros cinco han sido condenados a penas de prisión-, fueron llevados a varias reuniones de crítica en diez comunas de Pekín, donde se les presentaba a la multitud: la radio transmitía estos actos y los gritos de petición de muerte de los cientos de miles de espectadores se difundían por los altavoces de las fábricas. La moralidad de estos actos y de las ejecuciones anunciadas es la de asentar firmemente la nueva «democracia china». Paradójico sistema.
Mientras, en una cárcel de Pakistán, el que fue primer ministro, Ali Bhutto, espera que se cumpla su sentencia de muerte en la horca. Sus partidarios dicen que es inocente de aquello de que se le acusa: el asesinato de un oponente político a manos de sus agentes. Tampoco el juicio, aun habiendo sido realizado por magistrados apoyados en la ley Marcial, ofrece garantías suficientes. En este caso, la ejemplaridad es la de evitar que crezca una oposición que podrila recibir ayuda de. Afganistán, ahora prosoviético, y, una vez más, del Irán de Jomeini. También aquí la figura del ayatollah es venerada: más aún porque la religión predominante en la junta militar y en la clase de poder es la sunita.
Estos hechos, donde la vida del hombre pierde su valor para rendirse a conveniencias u opciones políticas, bien merecen una reflexión. Frente a quienes critican las lacras y debilidades de nuestro proceso político merece la pena saber que,si de algo se puede estar totalmente satisfecho en España,es de que la Constitución, y antes de ella la reforma, haya hecho imposible la aplicación de la pena de muerte, y los juicios que pudieran estar viciados de falta de garantías.
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