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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra santa

LA AMENAZA del ayatollah Jomeini de proclamar la guerra santa si no allanan a su voluntad los caminos que conduzcan a Irán a la fórmula difusa y desconocida de República Islámica es inquietante y no sólo por lo que se refiere al país disputado, sino por las posibilidades que tiene de prender en una amplia zona del mundo en la que los musulmanes viven humillados y agredidos. El mahometismo lleva siglos sufriendo destrozos; en los últimos años, y hasta nuestros días, las heridas son graves y profundas, y no sólo en las tierras del Creciente Fértil, sino en los más lejanos confines de Asia o en los países negros donde el imperio árabe dejó implantada una religión, o en las tierras del Magreb. Desde la destrucción, diáspora y bombardeo continuo de los palestinos hasta la adscripción forzosa al comunismo en las comunidades musulmanas de la URSS, China y otros países, pasando por la opresión a que les someten sus propios gobernantes en algunos de los países árabes; todo ello en condiciones de pobreza, miseria, castigo.... y con la esperanza eterna que les fluye del Corán, el irredentismo y el fanatismo que les ayudan a ir viviendo. Motivos y situaciones de esta miseria del mundo islámico son enormemente variados, a partir del arrastre histórico del desmembramiento del imperio que mantuvo la religión hasta su inclusión en los problemas generales del subdesarrollo: pero la llama de la «guerra santa» podría prender irracionalmente en toda esta yesca de tan distintos bosques como si hubiera una razón única. La irradiación de la figura del ayatollah Jomeini, a pesar de todas las limitaciones y los cuidados de quienes tienen un control de las técnicas de difusión, es enorme en todo el mundo islámico, y desborda ya los límites de la secta chiita. Está más allá de lo que representó en su momento Nasser, cuya imagen estaba en todos los hogares árabes del mundo.Una guerra santa, probablemente, no podría prender en toda la extensión medieval del término, entre otras cosas porque el mundo islámico no tiene ahora la cohesión y la fuerza que necesita. Pero podría crear situaciones difíciles y comprometidas en muchos puntos del mundo; en puntos precisamente peligrosos. Jomeini ha definido ya, al tiempo que anunciaba la posibilidad de guerra santa, cuáles eran los infieles a los que habría que combatir: americanos, británicos, israelíes. Más los ateos, los occidentalizados, los herejes del mundo islámico: como Bajtiar. Son los enemigos designados por una gran parte del mundo musulmán, fuera ya de la secta chiita.

Las dudas sobre la posibilidad de este ardor antiguo y del regreso al profetismo de la ira santa son, naturalmente, abundantes y fuertes. Pero el ejemplo de Irán, donde esta movilización es ya una realidad, donde ha arrasado el poder del sha y de sus valedores occidentales y tiene contraído e inutilizado a uno de los ejércitos más fuertes del mundo, es una contradicción a los cálculos racionales. Tampoco parecía racional que el irascible y pequeño cabo Adolfo Hitler, del ejército vencido en una nación arruinada, desangrada y secreta, pudiera levantar una mística que llegase a arrasar Europa.

Y el misterio que envuelve la idea de República Islámica y la de aplicar a la gobernación moderna de un país rico y en vías de industrialización las máximas del Corán no es muy distinto de la mística antijudía, las bases doctrinales del «Mein Kampf», la ficción de la raza aria y el irrendentismo del Gran Reich, y, sin embargo, aún perduran dentro de la civilización occidental. El imposible Jomeini se ha hecho posible; su profetismo está irradiando sobre un pueblo de quinientos millones de mendigos, humillados y ofendidos. Habrá que pensar si otras imposibilidades llegarán a hacerse posibles y creen, durante algunos años, un problema mayor al mundo que no ha sabido encontrar soluciones más racionales.

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