El café mañanero

Otro que de la cueva sale. Desde luego, lo de la última página de EL PAIS es como el, conocido por otro verbo más adecuado, impulso ayuntador. Que no tiene enmienda, vamos. Y el sufrido lector sigue echando a perder su primer café de cada mañana.Acosado por las hienas de sus remordimientos, parece que se bate en retirada el ínclito ex senador de la tercera edad. Feliz él y feliz el cafeinómano. Pero ahora viene este otro sátrapa y, nada, que si no votas, que te destierran a lo de Hassan y, además, con la obligación de ponerse una dosis.

Hombre, no. Yo no sé qué cosita será la democracia, aunque me temo que lo estoy empezando a saber. Pero eso, encanto, no es mediocridad: eso es autoritarismo de la peor calaña.

Por favor, Cebrián. Cuando veo que tus editoriales se ponen biempensantes, según me haya levantado, me los salto o me pongo las gafas oscuras que uso para leer esas cosas. Igual hago con las paridillas del Umbral o con los carajales que se montan en torno al Savater (de nada, Fernando). Uno ya va sabiendo por do brujulea el rollo de cada quién y, bueno, allá ellos.

Pero es que los francotiradores de la última página -«mi última página»- se cuelan sin avisar, como posos felones del café mañanero, y de verdad que es demasiado temprano para leer esas atrocidades.

Y conste que hay asuntos -como que Tolosa ya no estuviera en el mapa- que también preocupan a los que no votan. No obstante, lo único que podemos hacer es ver con amargura lo que hacen (?) para evitarlo, o fomentarlo, aquellos que han sabido arrebañar esos votos que nos pide este nuevo madelman desvencijado con bula de demócrata.