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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La pelota, en el tejado

LAS ENCUESTAS para sacar a la luz las actitudes y preferencias del cuerpo electoral con anterioridad al día de la votación no son una profecía de lo que va a suceder en las urnas, sino una simple radiografía del estado de opinión en el momento en que se realiza el sondeo. Esta advertencia es tanto más pertinente cuanto que entre los datos desvelados por los sociólogos y el recuento de los sufragios van a transcurrir tres largas semanas, durante las cuales los partidos en liza Van a desplegar todos sus recursos propagandísticos y publicitarios. Sin contar con el efecto que variables independientes de la voluntad de los partidos puedan tener sobre la opinión de los futuros votantes. Por estas razones, a una encuesta como la que hoy ofrece EL PAIS no se le debe pedir más que competencia técnica y ausencia de manipulación política.Los notables grados de aproximación logrados por las encuestas de Sofemasa publicadas por este periódico en vísperas de las elecciones generales del 15 de junio de 1977 -y que tropezaron con la incredulidad y las sospechas de muchos, desvanecidas luego por la fuerza de los hechos- constituyen un precedente en favor de la seriedad de la actual, tanto en lo que se refiere a la construcción de la muestra como a la realización de las entrevistas. En cuanto a las eventuales acusaciones de que este tipo de sondeos esté destinado a modificar el verdadero espectro de la opinión, mediante la creación de falsas expectativas sobre ganadores y colocados que invitan a apostar al caballo favorito en detrimento del perdedor, no cabe otra respuesta que apuntar la posibilidad de que el complejo de persecución sea ya una enfermedad profesional de la clase política.

Aparte de datos tan significativos para las futuras comunidades autónomas como él avance del PNV en el País Vasco y el serio retroceso de Convergencia Democrática en Cataluña, que merecen comentario por separado, la encuesta arroja dos interesantes conclusiones. En primer lugar, que la tendencia hacia el bipartidismo imperfecto, iniciada el 15 de junio de 1977, no parece contrarrestada de manera eficaz por el crecimiento de otras opciones. En segundo lugar, que el clima de cierto desencanto hacia el sistema representativo y hacia la clase política en su.conjunto, puesto por vez primera de manifiesto en las elecciones parciales para el Senado en mayo de 1978 y confirmado en el referéndum constitucional del 6 de diciembre, no va a ser de fácil desarraigo.

Ambos fenómenos están íntimamente relacionados. Los datos transmiten la impresión de que buena parte de los votantes decepcionados con los dos grandes partidos hegemónicos en la derecha y en la izquierda no van a cruzar su sufragio -de UCD al PSOE o del PSOE a UCD-, ni van a orientar sus preferencias hacia las opciones alternativas en ambos hemisferios -menos aún en el caso de Coalición Democrática que en el del Partido Comunista-, sino que amenazan con dar la espalda a las urnas y a convertirse en mirones de una lucha política que para ellos se ha transformado en espectáculo poco serio. A este respecto llama poderosamente la atención el considerable porcentaje de ciudadanos que ha decidido ya abstenerse como decisión activa.

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Sólo los resultados del 1 de marzo permitirán conocer qué parte de los todavía hoy indecisos resuelve ese día no acudir a las urnas. La abstención en mayo y diciembre de 1978 da pie, sin embargo, pará pensar que no serán escasos. Conjetura que recibe un apoyo complementario de los datos de la encuesta sobre la confianza que merecen a los españoles los principales líderes políticos y que ponen de relieve la falta de entusiasmo generalizado por los hombres públicos que personifican las grandes opciones políticas del país. El recurso de atribuir al «pasotismo » esa indiferencia hacia la vida pública de un segmento no despreciable de la población es perfectamente inútil, ya que no hace más que contestar a una. interrogante con una nueva pregunta. Parece que ha llegado ya la hora de que la clase política de nuestro país abandone la autocomplaciente observación de su ombligo y empiece a plantearse la posibilidad de que ese incoado distanciamiento de los ciudadanos respecto a los partidos, los líderes y las urnas no sea del todo ajeno a una concepción y una práctica de la vida pública en las que prevalecen el espíritu de cuerpo, las luchas entre camarillas y el desprecio hacia la opinión en mayor medida de lo que incluso una visión realista y nada angélica de la política puede considerar inevitable.

El desarrollo de la campaña electoral será decisivo para incrementar o disminuir esas corrientes favorables al abstencionismo. Si el Gobierno y los partidos de la Oposición se presentan a los electores como frenéticos competidores movidos fundamentalmente por la codicia del poder y no como servidores de grupos sociales e instrumentos de opciones ideológicas y políticas en sí mismas merecederas de los votos, es de temer que el alejamiento de las urnas sea proporcionalmente grande.

La encuesta pone de relieve la gran preocupación nacional por el paro y por el terrorismo. Son de sobra conocidas las enormes dificultades técnicas que existen para aumentar a corto plazo el número de puestos de trabajo sin relanzar la espiral inflacionista -aunque, en cambio, sea viable un seguro de paro más eficaz y con mejor cobertura- y los supuestos políticos previos, entre otros, un verdadero Estatuto de Autonomía para el País Vasco, que son necesarios, para resolver el problema de la violencia. Confiemos en que los partidos que se disputan los votos no infravaloren el sentido común de los votantes y, en una puja demagógica para prometer el pleno empleo y la paz definitiva a la vuelta de la esquina, no ahonden los sentimientos de desconfianza de un electorado que teme ser engañado por los vendedores de recetas mágicas y falsas esperanzas.

En esa lucha por los votos. van a ser UCD y PSOE los principales protagonistas. Los datos de la encuesta hacen pensar que la nueva versión de Alianza Popular puede quedar, el 1 de marzo, incluso por debajo de lós resultados conseguidos por el antiguo prototipo. El PCE puede ganar posiciones, más por el mordisco que la abstención dé al PSOE que por la obtención de nuevos sufragios. A uno y otro lado del espectro, los ultras de las llamadas Fuerzas Nacionales y los grupos extraparlamentarios marxista-leninistas se esforzarán por conseguir, al menos, algún diputado. En cualquier caso, la pelota está todavía en el tejado y la dirección de los vientos puede hacer, a lo largo de las próximas semanas, que caiga en uno o en otro patio.

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