Divergencias ente España y la CEE sobre el contenido y la estregia de las negociaciones de adhesión
El proceso negociador para el ingreso de España en las Comunidades Europeas fue inaugurado ayer de manera formal en Bruselas, en el curso de una sesión extraordinaria del Consejo de Ministros de la CEE, a la que asistieron los ministros españoles de Asuntos Exteriores y de Relaciones con la Comunidad, señores Oreja y Calvo Sotelo, y el presidente de la Comisión Europea, Roy Jenkins. En los discursos oficiales que fueron pronunciados durante este acto quedaron en evidencia las serias divergencias existentes entre España y la CEE sobre el contenido y la estrategia de la negociación.
Ayer fue, sin duda, un día histórico para el futuro de las relaciones de España con la Europa comunitaria. El pueblo español ya es candidato oficial al ingreso en las Comunidades y ha dejado tras de sí su situación de país tercero con respecto a la CEE. La apertura formal de las negociaciones hispano-comunitarias supone, desde luego, el inicio de un caminar irreversible, que ha de llevarnos en la década de los años ochenta a la plena integración en el seno del Tratado de Roma. Ello ha quedado bien claro en Bruselas, en el Palacio Carlomagno del Consejo de Ministros de la CEE, donde su presidente y ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean François-Poncet, no regateó elogios al proceso democrático español, a la vez que calificaba de histórico el acto de la apertura de negociaciones.En este mismo tono, con el que el señor François-Poncet inició un discurso político que luego sería seco y duro al final, también se expresó el presidente de la Comisión Europea, Roy Jenkins, quien elogió la labor del Rey de España en el proceso democrático español, a la vez que declaraba que la ampliación de las Comunidades será una nueva oportunidad para reforzar su propia cohesión. Las palabras de Jenkins fueron sólo protocolarias y sin más interés político que el de cumplir buenamente en el acto. Y este tono insulso fue el mismo que adoptó el ministro español de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, durante el discurso que pronunció en la cena oficial que le ofrecía su colega francés con motivo de la festividad hispano-comunitaria.
Pero, como era de prever, no todo fueron bellas palabras, cantos a la Europa ideal y aplausos para la España democrática que, en un tono electoralista, se apuntaban los ministros, españoles como casi exclusiva empresa del Gobierno de UCD. En los discursos oficiales hubo un serio pase d'armas entre el míster Europa español, Leopoldo Calvo Sotelo, y el titular del Quai d'Orsay, Jean François-Poncet. Unas respectivas declaraciones sobre el futuro y contenido de la próxima negociación que evidenciaron las profundas divergencias que separan a España y a la Comunidad y que anuncian ya una muy dura sesión negociadora para el próximo otoño. Y decimos el otoño porque, por mucho que se empeñe el señor Calvo Sotelo, sólo a partir de septiembre empezarán las negociaciones.
Y este es, por ejemplo, uno de los puntos en discordia sobre el que España no tiene posibilidad alguna de llevarse el gato al agua. El señor François Poncet dijo claramente en su discurso que las negociaciones sólo comenzarán después del verano y que, mientras tanto, los suplentes pueden ir preparando el terreno. Calvo Sotelo intentó, sin mucho éxito, jugar con la palabra vacaciones de verano, pero no consiguió llevar a su terreno el calendario negociador, ni otros puntos de interés en las declaraciones de la posición negociadora española que él mismo expuso ante el consejo comunitario, señalando que España cree y espera de la solidaridad europea («obras son amores y no buenas razones», apostilló el ministro), a la vez que está decidida a ir sin prisa y sin pausa a una negociación que todos califican ya de dura.
El ministro para Europa de España empezó cumpliendo la normativa de aceptar el adquis communautaire o nivel actual de desarrollo de las políticas comunitarias, así como el contenido de los tratados de adhesión y de Roma. El ministro, generoso, habló de que España está dispuesta a adaptarse de motu propio a este nivel y pidió formalmente la participación hispana en el reexamen de la política agrícola comunitaria, cosa que le fue rechazada de pleno y en público por el propio François Poncet quien declaró en conferencia de prensa que ni política ni jurídicamente España puede asociarse a la reforma de esta política o a los trabajos de los llamados sages o notables de la CEE, que preparan un informe sobre las reformas institucionales de la CEE. Estas dos tareas, que pueden retrasar en el tiempo la fecha de ingreso hispano que Leopoldo Calvo Sotelo fija en 1982, según dijo el ministro galo, están en marcha para prever los efectos de la ampliación, luego deben ser tareas terminadas antes de la llegada de España al umbral comunitario.
El señor Calvo Sotelo, después de una mención cariñosa a los lazos iberoamericanos, se declaró optimista por la posibilidad de encontrar soluciones globales a los problemas de la adhesión y se declaró favorable a abordar al desarme industrial español (unión aduanera), pero con un equilibrio con el resto de los sectores que interesan a España en busca de una visión conjunta del tema de la adhesión que no deje para el final lo que calificó como objetivos prioritarios de España: la libre circulación de trabajadores -«que debe aproximarse durante la negociación»- y los efectos de toda adaptación agricola, «que serán más duros, en este sector, para España que para la propia CEE». Tampoco aquí hubo suerte. Las respuestas de François Poncet y Jenkins fueron bien claras y duras. Para ambos hay que avanzar en los temas fáciles y por sectores sin globalizar nada y con períodos de adaptación transitorios sectoriales y no uniformes. Este fue otro de los encontronazos estratégicos: España, por boca del míster Europa, había pedido un período único y nunca superior al propuesto por la Comisión, de diez años, y los comunitarios han respondido que, por el momento, nada de eso.
Hubo coincidencia, eso sí, en que un comité de suplentes prepare -no negocie- el tema en los próximos meses. Pero el encanto de esta coincidencia desapareció cuando España volvía a pedir un equilibrio de sus exportaciones de agrios a la CEE y agrícolas en general a Gran Bretaña, discriminadas frente al Magreb y a Israel desde la última adaptación del acuerdo de 1,970 a los tres países que en 1973 entraron en la CEE. La alusión, cortés y discreta a este desequilibrio, fue respondida de manera dura por François Poncet, quien exige la readaptación de dicho acuerdo de 1970, pero no en la agricultura debida a España, sino en lo que ellos entienden por reequilibrio industrial, que es algo así ,como que regalemos nuestros aranceles del sector antes de negociar la adhesión para que nada quede por negociar. Además, el ministro galo se permitió decir que, durante la última comisión mixta del acuerdo de 1970, España dio garantías de aceptar esta renegociación industrial, cosa que, hasta ahora y al menos en España, negaron desde el Gobierno de Madrid los responsables del tema: ¿hubo un acuerdo secreto en este sentido hace unas semanas? Urge la precisión formal del Gobierno.
En fin, un diálogo de sordos en un acto solemne floreado de felicitaciones y mutuos, agasajos. Da la impresión, de todas maneras, de que una y otra parte se vieron sorprendidas por ambos discursos a última hora. Que la cortesía del intercambio previo de textos que suele realizarse no se desarrolló con el tiempo suficiente para limar las divergencias, al menos de cara al público. Si esto no fuera así, si, ambas partes por voluntad expresa han querido enseñarse los dientes, en el otoño se inicia un duro y largo caminar hacia la CEE. Y decimos en otoño porque antes es imposible. Cherchez la France. Efectivamente, una vez más el vecino comunitario de España, como señalaba François Poncet ayer, es quien bloquea la real apertura en primavera de las negociaciones, a la espera de que sea elegido el Parlamento Europeo por sufragio universal, a la espera de que gaullistas y comunistas no acusen a Giscard de amenazar de ruina el midi francés.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.