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Bad-Vallecas no existe

En noviembre de 1959, en una pequeña población no excesivamente lejos de la capital de Alemania occidental, se reunió un congreso del Partido Social Demócrata que había de tener importantísimas consecuencias para todo el socialismo europeo y extraeuropeo. El nombre de la ciudad es Bad-Godesberg y se ha convertido, con el paso del tiempo, en todo un símbolo de la conversión de un partido, hasta entonces radical y dogmático, en otro realista y capaz de ejercer las funciones del Gobierno. En efecto, poco tiempo después de que el congreso se hubiera llevado a cabo los socialdemócratas alemanes ascenderían al Poder, primero en un Gobierno compartido y luego en solitario. Nació así una opción política madura, que es la que en Alemania sigue teniendo en la actualidad la suprema dirección de los asuntos gubernamentales.Cuando Felipe González anunció, hace unos meses, que en el próximo Congreso del Partido Socialista Obrero Español propondría la desaparición de la cláusula relativa al marxismo, el hecho motivó, aparte de un revuelo considerable en las propias filas socialistas, consideraciones periodísticas en cuanto a un posible paralelo entre el programa de Bad-Godesberg y esta, nueva actitud del secretario del PSOE. La realidad es que las declaraciones eran de una sola persona y no comprometían a un partido, y menos aún para futuros programas en sus posteriores congresos. Alguien dijo que equivalían a una especie de Bad-Vallecas, es decir, un Bad-Godesberg a la española, pero la realidad es que dicha población no sólo no existe en la geografía española, ni siquiera en la política.

Para probarlo basta simplemente con comparar el programa del SPD alemán en 1959 con el vigente del XXVII Congreso del PSOE (1977). Existe a veces la tentación de creer que no merece la pena analizar las declaraciones programáticas de los socialistas porque, en definitiva, no las pondrán en práctica. Esto último es probable, porque muchas de ellas son por completo inviables, pero el mero hecho de su enunciación es bastante descriptivo de la inmadurez de quienes las enuncian. El gran enemigo del PSOE en las próximas elecciones van a ser sus propios textos internos, como se demuestra por el hecho de que, en uso de la libertad de expresión, con frecuencia las hacen desaparecer del mercado, para que no se puedan utilizar en su contra.

Podríamos señalar en cuatro puntos (hay muchos más) las discrepancias existentes entre el programa del SPD de 1959 y el del PSOE en 1977. En primer lugar, habría que mencionar el fundamento mismo de carácter filosófico de su actitud política. Para el SPD, «el socialismo democrático, que en Europa tiene sus raíces en la ética cristiana, en el humanismo y en la filosofía clásica, no quiere proclamar últimas verdades, y no por incomprensión ni por indiferencia ante las ideologías o las revelaciones religiosas, sino por respeto a las decisiones de fe del hombre, sobre las cuales ni un partido político ni el Estado tienen que decidir». Esta actitud antidogmática, de acuerdo con toda la tradición histórica del socialismo europeo, y en la que no se menciona siquiera el marxismo, es contradicha por completo en el PSOE, que se considera marxista, aunque hable de esta filosofía política tan solo como un «método». Para Felipe González, esta metodología conduce nada menos, según sus propias palabras, que a un mejor conocimiento del pasado, de las circunstancias del presente y de los procedimientos para llegar a la construcción del futuro, lo que, desde luego, es ya bastante, pero, además, y esto resulta más significativo, el marxismo es la fuente ideológica única. El mismo hecho de que se acepte el marxismo como método resulta revelador, porque precisamente lo que está superado de él es precisamente su condición de instrumento de análisis.

En segundo lugar, el SPD se definió en 1959 como «un partido del pueblo» en vez de un partido de la clase obrera. Dicha definición no ha llegado todavía a los textos fundamentales del PSOE, lo que constituiría un acto de realismo, pues de hecho la composición proletaria de sus cuadros y de sus dirigentes es, cuando menos, discutible. En tercer lugar, los socialistas españoles no han deslindado todavía de manera suficiente sus divergencias en el plano teórico con los comunistas: por el contrario, no existe ninguna condenación en el plano teórico de su postura en los documentos fundamentales del PSOE, y en un texto de su última escuela de verano, reunión al máximo nivel de formación, Teoría socialista del Estado, página 159,se sigue defendiendo la necesidad de una unidad con el PCE, si no orgánica, no por ello menos fundamental para la transición al socialismo. En cambio, el SPD decía en 1959 que «los comunistas invocan sin razón tradiciones socialistas; en realidad, han falseado el acervo del pensamiento socialista. Los socialistas quieren realizar la libertad y la justicia, mientras que los comunistas aprovechan la desunión de la sociedad para instituir la dictadura de su partido».

Finalmente, en cuarto lugar, en relación con el tema económico, el SPD decía en 1959 que «la libre elección del consumo y la libre elección del puesto de trabajo son fundamentos decisivos del orden económico: la libre competencia y la libre iniciativa del empresario son importantes elementos de la política económica socialdemócrata... El SPD proclama el mercado libre, donde quiera que impere la verdadera competencia... ¡Competencia todo lo posible! ¡Planificación siempre que sea necesaria! » El PSOE reduce la iniciativa empresarial a unos mucho más parcos términos dice «no preconizar una serie creciente de nacionalizaciones que conduzcan al capitalismo de Estado», pero la descripción de su modelo económico no demuestra cómo eso se va a evitar, al mencionar «la coexistencia de un sector público de empresas de interés fundamental con un sector de grandes empresas autogestionadas por sus trabajadores» (no dice cómo) y con tan sólo «una zona de pequeñas empresas privadas en que la propiedad y la gestión estén inevitablemente confundidas».

El PSOE debe cuanto antes dar muestras inequívocas de que es capaz de gobernar, y, a ser posible, solo. Pero Bad-Vallecas, de momento, no existe y constituye un requisito imprescindible que se produzca una transformación programática importante antes de que el PSOE acceda al Poder sin peligro para la democracia. ¿No será, por tanto, más prudente esperar a ella (en definitiva, a Bad-Vallecas), igual que sucedió en otros tiempos y en otras latitudes?

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