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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las listas de UCD para el Congreso...

LAS LISTAS para el Congreso de UCD, hechas públic as el pasado sábado, ofrecen dos particularidades dignas de comentario: la composición de la candidatura por Madrid y el éxodo del equipo ministerial a las circunscripciones provinciales. La lista madrileña aparece claramente dominada, al menos en el tramo donde se agrupan los candidatos con posibilidades de lograr un escaño, por la tendencia más conservadora de UCD. Nombres como los de Calvo Sotelo, Antonio Fontán (el más eficaz vendedor de la nueva imagen del Opus Dei tras la fatal obsolescencia de la que acuñaron López-Rodó y los tecnócratas del franquismo tardío), José Luis Alvarez, Miguel Herrero, Oscar Alzaga, Luis Apostúa y José Luis Ruiz Navarro (vinculados, estos últimos, a las diversas empresas y variantes de la corriente demócrata-cristiana) acumulan excesiva carga en el platillo moderado de la balanza. La completa ausencia de personalidades de la tendencia social-demócrata pone todavía más de relieve el escoramiento hacia la prudencia de la lista gubernamental para la Cámara baja en Madrid.Sería, sin embargo, apresurado extraer conclusiones demasiado generales o tajantes a partir de ese dato. De un lado, la candidatura de UCD por la capital es fundamentalmente Adolfo Suárez, solista de un espectáculo en el que sus compañeros de lista sólo forman el coro. De otro, no es improbable que el presidente del Gobierno, preocupado por la decisión de Coalición Democrática de situar a sus tres únicos pesos Pesados en el ring madrileño y por el descenso desde el Sinaí hasta el Manzanares de los dos mesiánicos líderes -mitad caudillos, mitad notarios- de las llamadas Fuerzas Nacionales, haya decidido reforzar la respetabilidad de su candidatura acumulando altos ejecutivos, miembros de órdenes religiosas e inequívocos demócrata-cristianos en torno suyo.

Aun así, no le va a resultar fácil a UCD ganar la «batalla de Madrid». Si bien queda por despejar la incógnita del electorado que votó al profesor Tierno en junio de 1977, no es probable que el conjunto de los sufragios socialistas y comunistas sufra un retroceso significativo, aunque se opere en su interior una redistribución de lealtades partidistas. Y no es imposible que la suma de votos de Coali ción Democrática y de las llamadas Fuerzas Nacionales logre superar el porcentaje obtenido por Alianza Popular en la anterior convocatoria.

Seguramente ese temor explica la decisión de UCD de desparramar a todo el equipo ministerial (con la única excepción del ministro de Defensa y del señor Calvo Sotelo) por las provincias. El partido del Gobierno es consciente de que el sufragio desigual, consecuencia del diferente peso demográfico de las circunscripciones y de la ley Electoral, privilegia a las zonas y regiones donde se hallan los escaños que pueden dar a UCD la victoria. La estampida de ministros para ocupar cabeceras provinciales queda sobradamente jústificada por el refuerzo que para esas candidaturas implica el inercial respeto de los ciudadanos por quienes ocupan el poder y la publicidad ya hecha de quienes son habituales protagonistas de los telediarios.

Esta perspicaz medida de estrategia electoral denuncia, sin embargo, la débil implantación en el tejido social del partido gubernamental, que en este terreno no mejora el desarraigo de algunos de sus competidores. Aunque en ciertos casos los candidatos hayan nacido, estudiado o veraneado en las circunscripciones que les han sido asignadas, el envío a las provincias de políticos que viven y trabajan en la capital se asemeja más a un destino administrativo que a una vuelta a los orígenes. Por lo demás, ese artificial espaldarazo de los ministros como barones provinciales puede crear en los beneficiarios la ilusión de que se les extiende un seguro de vida político, una especie de garantía de permanencia indefinida en los altos círculos -carteras, presidencias de bancos oficiales o de empresas públicas, embajadas- de la Administración Pública. Si esa expectativa fuera confirmada por los hechos (y hay ya precedentes para temerlo), estaríamos asistiendo al renacimiento de la concepción patrimonial del Estado. Con el mal añadido de que la ocupación de las provincias por el star system de la Política madrileña ahogaría toda posibilidad de que la gran mayoría del país considerara como algo propio la vida pública.

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