El consenso de la inoperancia
Vicepresidente de Acción Ciudadana LiberalMientras ETA y GRAPO continúan practicando el tiro al blanco contra militares, policías, jueces y ciudadanos de a pie, la inoperancia oficial no puede cumplir con su principal obligación, que es asegu rar la tranquilidad del país. El Gobierno lleva veinte meses en el Poder y sin embargo aún no camina. Nos dijo el presidente que necesitaba la Constitución para gobernar pues ya tiene Constitución. Y, sin embargo, rueda hacia la iz quierda o la derecha, torpemente; de cuando en cuando saca fuerzas para trepar por las paredes, sorprende con ejercicios de levitación, despena a los empresarios y juega con la platea sindical; se dobla, brinca, se da patadas con la física, pero su bloqueo locomotor, la ataxia, le impide caminar o le hace marchar a tontas y a locas, sin dirección, como si padeciera una afeccion en su circuito neuronal. Pero en esta parrala política el Gobierno no está solo. Le acompañan unos dirigentes mezcla de misticismo ultra-católico y petardismo marxista y entre todos generan el gran invento: el consenso, es decir, el mito de la unidad. Los dilcursos presidenciales, las manifestaciones del ministro del Interior, los textos de los sindicalistas, las palabras de decenas y decenas de líderes, giran y giran en torno a un tema central: la solidaridad. Se dice que el progreso económico no es nada más que un medio «para la verdadera democracia » que se operará en España a su debido tiempo -¿cuándo?- dentro del campo social. Lo extraño es que don Santiago Carrillo todavía no haya propuesto en su plataforma política la Revolución de la Solidaridad. Pero es por ahora el partido en el Poder, UCD, quien concibe la solidaridad de una manera absorbente. Viene a decir algo así: «Una comunidad solidaria es aquella que renueva en forma diaria su cohesión espiri tual.» Otra vez retornamos al paraguas del «consenso», artilugio que se suele abrir no justamente cuando brilla el sol, sino cuando el diluvio nos amenaza. Y esto, con todos los respetos para quienes proclaman las virtudes de la «unidad» o el «consenso», nos parece una falacia.
Sólo existen dos maneras de concebir aquella armonía social sin la, que no subsistiría la comunidad política. Se puede pensar que un sistema es un conjunto de grupos políticos e individuos diversos y distintos que, sin embargo, se pone de acuerdo en ciertos principios fundamentales para lograr objetivos comunes. O se le puede imaginar, por lo contrario, como una suma disciplinada y monolitica de voluntades. Releyendo algunos textos o palabras del presidente, del señor Martín Villa o del señor Abril Martorell, se llega al convencimiento de que la concepción gubernamental se acerca mucho a esta segunda categoría. Pero la realidad política nos dice que eso es tan sólo la ilusión de la unanimidad. En estos discursos, textos y manifestaciones se identifican los ideales personales con los partidarios y luego, los ideales de UCD con los de España. Por este camino se llega a una tajante conclusión: quienes critican al presidente están contra UCD; los que están contra UCD están,a punto de traicionar a España. Como no hay «consenso», el país se divide, otra vez, entre réprobos y elegidos.
Es el mito de la unidad. Por lo visto, este impresionante staff que alguien, con mucha razón, llamó « los extraños asesores presidenciales» no ha advertido que es del todo imposible llevar la homogeneidad social hasta el punto en que todos los intereses converjan y todas las ideas económicas coincidan. El ejemplo lo tenemos muy cercano: unos sindicalistas, apologistas de la violencia, dialogando junto a un ministro disfrazado de inglés y buscando todos. el «consenso» con argumentos sostenidos casi a punta de pistola. Y es que el mito de la unidad es, en sí mismo, totalitario. Deseamos ser extremadamente cuidadosos con las palabras, aunque no lo sea el Gobierno ni tampoco los señores Camacho y Redondo. Pero esta idea de unidad, esa quimera de la solidaridad «Gobierno-empresarios-sindicatos» es propia de las comentes totalitarias. Este tipo de igualdad nunca se logró. ¿Es que los españoles hemos perdido de repente la memoria ... ? El sueño de la unidad petrificada sirvió para acallar a los disidentes, quemar a los herejes o acusar a los opositores de traidores a la Patria. Fue un instrumento de persecución y de barbarie política, pero nunca obtuvo sus fines. Aún hoy, en sociedades tan monolíticas en lo político, lo económico y lo cultural como son las de la Europa oriental, se manifiestan con claridad los conflictos entre los grupos y los individuos, entre las mentalidades y las generaciones. Es que el conflicto está en la esencia misma de la comunidad política. Una comunidad política no es una antigua familia unida en torno a la autoridad paterna, tal como parecen creer algunos. Una comunidad política es la suma de intereses e ideales diversos y contradictorios que coexisten, sin embargo, bajo el imperio de algunas reglas comunes que canalizan y moderan los conflictos. Y ésta es, a nuestro entender, la confrontación de las ideas, la competencia entre los talentos. En la unanimidad, en el «consenso», el talento creador se calla, el político sin convicciones asiente y es entonces cuando el mediocre encuentra su imperio.
Alguien escribió hace tiempo esas palabras todavía jóvenes y actuales:
«Si el proceso de unificación se impulsara con demasiado rigor, la comunidad política desaparecería. Porque la unidad política es, por naturaleza, una pluralidad. »
Este alguien se llamaba Aristóteles y escribía en el año 350 antes de Jesucristo esas verdades de a puño.
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