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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dibujos de arquitectura de Peter Cook

En 1967 Marshall McLuhan y John Lennon -¿los recuerdan?- ya leían Archigram, una revista de arquitectura fundada seis años antes por David Greene y Peter Cook. La revista agrupaba a una serie de arquitectos heterogéneos, aunque fascinados todos ellos por la imaginería tecnológica de la moderna sociedad industrial y por la ideología del pop, lo que de algún modo viene a ser equivalente. «El almuerzo preenvasado y congelado -diría entonces Peter Cook- es más importante que Palladio.» De hecho, esta declaración no parecía muy grave; frívola quizá, pero no grave. Lo era, eso sí, el que Cook y sus amigos demostraran mayor aprecio por Flash Gordon que por los viejos maestros del movimiento moderno en arquitectura; y, sin embargo, Archigram no pretendía renunciar a las instancias éticas del racionalismo, sino montarlas sobre ruedas, enchufarlas a una red neumática, recambiarlas, plegarlas y desplegarlas, mecanizarlas en suma. Sin mala conciencia alguna, Archigram fabricó para la pequeña burguesía de las sociedades industriales avanzadas una peculiar utopía arquitectónica, dotándola de las imágenes que le podían resultar más familiares: automóviles, envases y electrodomésticos, centrifugados en estructuras de metal y vidrio, con unas gotas de Buck Rogers y Murray the K.: «¿Qué es lo que está pasando, baby?». Lo que pasó es que las revistas de arquitectura, por lo menos, se pasaron dos o tres años hablando seriamente de cosas como enchufar, ensamblar, cubículos móviles, espacios desechables, cápsulas y robots (Fred y James, para ser exactos), ante el estupor de sesudos profesionales que nada sabían de los shmoos, de Lil Abner y creían que un drive-in era un cine de verano.En España sobre todo, donde el «robot» más complejo que habíams visto era un «seiscíentos» y todavía aprovechábamos los envases de Nescafé para conservar legumbres, Archigram fue una moda fugaz, para alivio de muchos, habiéndose llegado incluso a presumir precipitadamente que de todos aquellos Greene, Cook, Chalk Price, Webb, Herron y Radwan no quedaría ni rastro; pero he aquí que el agridulce fantasma de Archigram vuelve de pronto con una exposición de Peter Cook en la galería Buades. Fantasma, digo, por que sobrevive a su muerte bajo nuevas formas, o, a veces, no tan nuevas. El núcleo.central de esta exposición (lecture-show, la llamaba Cook, en Londres) lo constituye un proyecto de Arcadían City, cuyo subtítulo, Una arquitectura indiscreta de la burguesía, demuestra que su autor sigue fiel a la ideología de Archigram, tal y como la formulaba Warren Chalk en 1967: «En la futura sociedad tecnológica habrá un número Creciente de personas que desempeñarán parte activa en la determinación de su propio entorno individual y estarán cada vez más implicadas en la autodeterminación de una manera de vivir.» Más aún: «No estamos tratando de hacer casas que se parezcan a autos, ni ciudades que se asemejen a refinerías de petróleo... Somos conscientes de que cualquier analogía entre la industria automotriz, digamos, y la industria de la construcción, es sospechosa y peligrosa; sin embargo, hemos debido adentrarnos en tales disciplinas para descubrir un lenguaje que resulte adecuado a los términos de la situación actual.» En 1978, lejos ya aquel bobalicón optimismo de los sesenta, lo más adecuado ya no parece, desde luego, «acampar con Fred y James», en una cápsula infiable (aunque descubrimos en algunos de los dibujos ahora expuestos leves ties del Archigram robótico), sino, por ejemplo, dar cobijo a esos «tipos ingleses agradables con perros, libros, confortables sofás y muros de piedra», a quienes nosotros, desde estas páginas, agradecemos con efusión esa resistencia a cambiar su setter por Fredy sus obras completas de Stevenson por James, que ha apartado los ojos de Peter Cook de las hormigoneras para dirigirlos hacia las fuentes y las ruinas. Lo cierto es que el declinar del delirio maquinista de Cook nos revela un perfil singular, y casi ímpagable, del historicismo próximo: ahí están si no, para confirmarlo, sus proyectos de Secret Garden (1973) y Lumps (1974), inequívocamente vinculados a la tradición del jardín pintoresco inglés o, de un modo más concreto, a las «grutas» del siglo XVIII, desde la Cueva de Merlin, publicada por William Kent en 1744.

Galería Buades

Claudio Coello, 43

Las exposiciones de dibujos de arquitectura en galerías privadas son todavía insólitas, aunque Buades lo haya intentado en alguna otra ocasión. Por una parte, constituyen, sin duda, un mercado potencialmente próspero, según se ha demostrado ya de sobra en Europa y en EEUU; por otra, sin embargo, chocan con los hábitos tradicionales del mercado artístico y se ven así limitadas, por lo general, a un tipo. muy determinado de dibujo «pintoresco» -en su acepción oríginal- que despierta con frecuencia la repulsa de algunos arquitectos y críticos, para quienes esa prosperidad creciente de lo que, para entendernos, podríamos denominar «arquitectura pintada» se ha convertido en un indicio catastrófico del estado de la moderna arquitectura. El evidenle «pintoresquismo» de Cook me libra, por suerte y por ahora, de afrontar el fastidioso problema del concepto clásico de disegno, que comprometía por igual a la pintura y a la arquitectura, pero al fin y al cabo, si Peter Cook «pinta» sus arquitecturas se debe, probablemente, a que no encuentra lugar más imposible para ellas que el papel mismo, como tal vez le ocurría a Boullée, quien se declaraba pintor. Pero aquí, en el papel, la manera de un arquitecto corre siempre el peligro de no ser pictóricamente «suficiente», y en el caso de Cook esto se paga con un cierto amaneramiento, fúnebre inflexión de que ninguna Arcadia, por muy indiscreta que sea, se libra.

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