Más luz
Soy vecino del barrio de Vicálvaro, concretamente de la zona denominada Las Cruces. Lo que en este lugar ha sucedido no tiene nombre. Después de numerosas manifestaciones -totalmente pacíficas, eso sí- de la vecindad reclamando luz, los hermanos del Ayuntamiento nos han gastado una buena broma, sí, señor. ¿Cuál? Pues ni más ni menos que hacer una carretera a la propia verita del barrio, jalonada por una esplendorosa cohorte de farolas que, orgullosas, dan la espalda a los humildes bloques de viviendas. Y aquí seguimos, en la santa tiniebla,-como las vírgenes necias, contemplando estupefactos cómo pasa un coche, de pascuas a ramos, por la refulgente arteria. Y aquí nos tienen ustedes, recluyéndonos en nuestras casas, ahora en invierno, a las seis de la tarde, para no molestar a las ratas, reinas y senoras de la oscuridad, o para no tener un desagradable tropiezo con algo o alguien. Hace unos días nuestro buen alcalde nos honró con su presencia, pero no hubo forma de demostrar nada, ya que la iluminación era excelente: las manecillas del reloj señalaban las doce de la mañana. Bromas, aparte, me pregunto si, es que no hay otra manera de conseguir las más elementales reivindicaciones públicas que a base de interrumpir el tráfico o de recibir garrotazos de la policía. Nos sobran ratas y contaminación (vivimos al amparo y cobijo de una gigantesca fábrica de cemento). Nos faltan parques, guarderías, colegios, semáforos..., en fin, más o menos lo que a cualquier otro barrio obrero. Pero, sobre todo, nos falta luz. ¡Luz, ¡luz! ¿Es mucho pedir unas cuantas farolas? ¿Será preciso armar la de Dios es Cristo para conseguir algo tan simple como son cuatro bombillas?
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