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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El referéndum constitucional: las razones de la "abstención"

LAS RECOMENDACIONES de «abstención» frente al referéndum constitucional tienen un mal punto de partida. Hay ciudadanos que no comparecen ante las urnas por razones de fuerza mayor o por motivos que nada tienen que ver con la política partidista. En suma, que no practican la abstención para complacer a los grupos que la propugnan.Dejando a un lado las enfermedades e incapacidades, físicas o las ausencias por viajes, parece evidente que la indiferencia ante los compromisos electorales suele derivar de una defectuosa percepción de los vínculos que unen los ámbitos particulares -familiares y profesionales- de la existencia cotidiana con la vida pública, donde se adoptan las decisiones que, más tarde, afectan y condicionan a las vidas privadas. El franquismo ha enseñado desgraciadamente a hacer compatible el trabajo y el ocio tranquilo de aquellos ciudadanos que circunscribían sus horizontes a los estrechos límites de la cotidianidad con la represión y la persecución de quienes afirmaban sus derechos y sus libertades. Paradójicamente, ese legado de cinismo e indiferencia no está circunscrito, en nuestros días, al llamado franquismo sociológico. Desde otros campos comienza a defenderse ahora la idea de que la vida política es indigna de las almas nobles y de que votar y comprometerse es una actitud a la vez acomodaticia y hortera. Nada hay nuevo bajo el, sol. En las vísperas del ascenso de Hitler al poder o en las postrimerías de la II República española también había espíritus distinguidos y libertarios que pensaban que las amenazas a la democracia eran meros ruidos de ratones o simples trucos de la totalidad maligna para asustar a los ingenuos.

Pero los partidos políticos que hacen campaña en favor de la abstención no actúan por esas razones, aunque saben que buena parte de las ausencias en las urnas obedecen a tales motivos. Cabe, así, hacer una primera y grave crítica a los propugnadores de una opción que no sea ni la del «sí» ni la del «no». ¿Por qué no han elegido una fórmula que les permita contar claramente a sus partidarios? ¿Por qué utilizan una consigna que les da la ventaja añadida de incorporar, en el recuento final, a los indiferentes?. No cabe pretextar que el «sí», el «no» y la «abstención» son las únicas opciones posibles. El «voto en blanco», utilizado por los peronistas en Argentina durante la época en que su partido estaba proscrito, es una posibilidad que los abstencionistas han descartado presumiblemente por el deseo de recibir el regalo agregado de la abstención políticamente no motivada.

Por lo demás, en la consigna de la abstención se dan cita fuerzas políticas y grupos de opinión de signo bien distinto. Al igual que en el voto negativo, resulta necesario distinguir entre los planteamientos que se dan -en el País Vasco y las actitudes en el resto de España.

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El Partido Nacionalista Vasco ha optado por recomendar la abstención en el referéndum constitucional como consecuencia de un empate a la hora de valorar el texto aprobado por las Cortes. Por un lado, la normativa para los estatutos de autonomía permite -aunque no garantiza- la creación de instituciones de autogobierno con mayores competencias que en la época de la II República. Por otro, la justificada decisión de la abrumadora mayoría de las Cortes de circunscribir la actualización de los llamados «derechos históricos» del foralismo vasco dentro de los límites de la Constitución ha impulsado al PNV a no aceptar el texto. La «doble alma» del partido fundado por Sabino Arana y su hamletiana indecisión a la hora de optar claramente entre la autonomía posible y el independentismo improbable explica, también en esta ocasión, ese repliegue desde los pronunciamientos explícitos y los compromisos claros hacia la tierra de nadie de las evasivas y las ambigüedades. Pero no hay bien que por mal no venga: la opción abstencionista del PNV ha forzado a la izquierda abertzale a inclinarse por el voto negativo, de forma tal que los resultados del 6 de diciembre no se prestarán a equívocos respecto al ascendiente sobre la población de una y otra variante del nacionalismo vasco.

Fuera del País Vasco coinciden en la abstención algunos grupos marxistas-leninistas, los republicanos fundamentalistas, minúsculos representantes de sectores nacionalistas de otros territorios y microscópicos embriones de movimientos sociales tales como el feminismo. Todos ellos aceptan las partes positivas del texto constitucional, pero, con su abstención, quieren dejar constancia de su discrepancia doctrinal con otros aspectos de la nueva norma fundamental. La opción es, por supuesto, respetable, pero no termina de resultar seria. ¿A qué partido político, a qué sector de opinión, a qué creencia religiosa, a qué ciudadano le parece perfecto el proyecto de Constitución? Es evidente que a nadie. ¿Quién no considera errónea o torpe o incorrecta una parte de su articulado? Pero lo que está en juego el próximo 6 de diciembre no es la aprobación de un texto ideal, sino la derogación de las Leyes Fundamentales y de los Principios del Movimiento del franquismo y el asentamiento de la vida del país sobre unas bases que garanticen de manera suficiente la convivencia social, el pluralismo político e ideológico, los derechos y las libertades de los ciudadanos, la elección de los gobernantes por la soberanía popular, las instituciones de autogobierno en Cataluña, en Euskadi y en los territorios que reúnan las condiciones para su establecimiento, la tolerancia para las ideas, la primacía del poder civil sobre cualquier otra instancia. Y es evidente que la Constitución española de 1978 cubre suficientemente esos mínimos necesarios.

Los abstencionistas -como en la obra de Tono y Mihura- no dicen ni que sí ni que no, sino todo lo contrario. Tratan de capitalizar en su provecho el arrastre inercial del abstencionismo no motivado de forma directamente política. No desean aparecer -como ocurre con los izquierdistas del «no»- aliados al señor Piñar, al señor Fernández Cuesta o al señor Silva Muñoz, pero quieren, al tiempo, mantenerse limpios de las salpicaduras del voto afirmativo, entre otras cosas porque están seguros de que la Constitución va a ser aprobada por amplia mayoría. No creemos que esta actitud, en la que la pureza moral está en gran parte motivada por impuros cálculos políticos, sea defendible racionalmente ni recomendable con criterios de ética ciudadana. Quien se sienta atraído por el llamamiento abstencionista tendría, antes de ratificar su decisión, que responderse a esta pregunta: ¿Dejaría de votar hoy afirmativamente a la Constitución si de mi papeleta dependiera la aprobación de un texto que deroga las Leyes Fundamentales del franquismo y asienta las libertades y los derechos de los ciudadanos sobre una base jurídico-política democrática?

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