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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un mes después de la bomba

HOY HACE exactamente un mes hizo explosión en la sede de EL PAIS un paquete-boniba postal que mató al trabajador Andrés Fraguas e hirió gravemente al jefe de servicios generales, Juan Antonio Sampedro, que convalece de sus lesiones -que le dejarán secuelas imborrables- en la Unidad de Vigilancia Intensiva de la Ciudad Sanitaria Francisco Franco. Un tercer empleado de nuestro periódico, Carlos Barranco, sufrió heridas menores a consecuencia de las cuales tendrá que ser intervenido quirúrgicamente de un oído. Treinta días después del criminal atentado, y hasta donde llega nuestra información, no existe una sola pista fiable sobre quiénes fueron los autores del mismo. Una reivindicación de ETA, desde Zaragoza, ha sido considerada falsa por la policía, que no cree, en absoluto, que la autoría del hecho pueda imputarse a la organización terrorista vasca. Las reclamaciones telefónicas de los GRAPO sobre el caso han sido desmentidas por otras llamadas y en el último número de la publicación Bandera Roja, órgano clandestino de la organización, se rechaza también la responsabilidad del atentado. Las sospechas iniciales, confirmadas por portavoces del Gobierno y de los altos mandos de la política de que individuos de la extrema derecha fueron probablemente quienes enviaron el criminal paquete, tampoco han podido confirmarse. En resumen, y a este paso, lo único que puede decirse es que a cualquiera le pueden enviar una bomba por correo certificado sin que los servicios de seguridad del Estado sean capaces de encontrar la más mínima pista un mes después. Esperamos fervientemente que esta aseveración sea desmentida, y cuanto antes, por los hechos y que los autores, sean quienes sean, resulten detenidos y ejemplarmente castigados.

Pero no podríamos terminar este editorial sin dos consideraciones que el propio y dramático hecho que comentamos exige. La primera es la gratitud a los millares de personas que por carta, telegrama o teléfono se han solidarizado con nosotros y se siguen interesando a diario por el estado de salud de nuestro compañero Sampedro. La imposibilidad material de responder personalmente a tantos y tantos amigos que nos han querido acompañar en los momentos de dolor nos exculpará, suponemos, de hacerlo y nos permitirá, en cambio, hacer público el agradecimiento desde estas páginas. No nos hemos sentido solos ante los ataques del terrorismo, y la única palabra que podemos pronunciar con emoción y sinceridad es la de gracias.

La segunda reflexión, política, se produce al hilo de los más recientes acontecimientos y de la continuada escalada terrorista en el País Vasco. Andrés Fraguas, Juan Antonio Sampedro y Carlos Barranco han sido víctimas de los enemigos de la democracia. Su muerte y sus heridas nos hablan de una España nuevamente amenazada por el terror y el odio de unas minorías que, sabiéndose débiles en la legalidad, incitan al enfrentamiento entre españoles. Y hemos de decir que tan execrable nos parece el terrorismo de un signo como el de otro, el de la extrema izquierda como el de la extrema derecha, y que tan perseguible nos parece la subversión antidemocrática de quienes amparan a ETA como la de quienes en el otro bando la utilizan políticamente para dividir y enfrentar a nuestros ciudadanos desde sus cómodos sillones de la ultraderecha reaccionaria. Dicho con toda tranquilidad, pero con toda firmeza: los residuos del franquismo, los que se sientan o no en los escaños del Congreso, en los sitiales de algunas catedrales, en. las redacciones de los libelos diarios, en aquellos cuartos de banderas donde anidó la insurrección, son también culpables con su actitud. Y la historia -y esperamos que no sólo ella- juzgará sobre estos hombres que se autotitulan de orden y que a la sombra asesina del bandidaje político de signo contrario pretenden construir sus precarias carreras de poder. Sólo la solidaridad en la lucha contra el terrorismo puede dar frutos efectivos a la democracia española. El temor, el aprovechamiento culpable de estos hechos, la algarabía bien vestida del barrio de Salamanca hacen, en cambio, el caldo gordo a los propósitos de los asesinos de España.

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