Cazadores peligrosos
Como asidua lectora del periódico que usted dirige, me atrevo a molestarle para informarle sobre otro hecho salvaje llevado a cabo, por otro u otros de esos que se llaman cazadores.
Una hija mía, con sus pequeños ahorros de muchos años y pequeños préstamos, se compró una yegua, que hace tres años le costó 40.000 pesetas. Ayer, mientras yo me encontraba hospitalizada por haber sufrido una intervención quirúrgica, recibió la triste noticia de que su yegua había sido muerta de un tiro. El sufrimiento de mi hija es inenarrable, unido al momento por el que nos hallábamos, y lo seguirá siendo en mucho tiempo. Era su ilusión de niña convertida en realidad, y ahora todo se ha venido abajo. Una muerte absurda, aunque se trate de un caballo. Ahora no tiene ahorros, ni yegua, y sí esta gran angustia que llena su joven vida. (La yegua estaba con su potrita de seis meses en un cercado privado, en los montes de Toledo.)
Otro caso nos aconteció hace unas semanas en la carretera a Guadalupe: unos cazadores -a falta de otra cosa- habían puesto un bote en una loma, que da a la carretera y, justo en el momento que pasábamos, dispararon, y sus perros se lanzaron, por la presa. Pudieron ocurrir dos cosas: que nos alcanzaran sus disparos o que atropellásemos a sus perros, hecho que evitamos con riesgo de un accidente de tráfico. Más adelante venía un perro hacia nuestro coche, todo furioso, y nos siguió durante un rato ante la impasibilidad de este nuevo cazador.
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