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Quince años después, el asesinato del presidente Kennedy es todavía un misterio

A los quince años del magnicidio de Dallas (Texas), el asesinato del 35 presidente de Estados Unidos, John Kennedy, continúa siendo un misterio impenetrable. Una investigación del Congreso norteamericano -abierta hace veinticinco meses en Washington para tratar de analizar supuestas nuevas pruebas que habrían aparecido desde que se cerró, en 1964, la encuesta oficial que llevó a cabo la comisión Warren- tampoco ha podido hasta la fecha traer nuevas o brillantes explicaciones al famoso atentado y mucho menos, deshacer la creencia general entre los norteamericanos de, que los hechos ocurridos en la plaza Daley, de Dallas, el 22 de noviembre de 1963, fueron el fruto de una cuidadosa conspiración, cuyos conjurados o sus motivos pertenecen todavía al secreto de la historia. Alberto Valverde informa sobre las diversas teorías -que hablan desde una participación de la CIA hasta Fidel Castro y la mafia- que se han apuntado sobre el magnicidio.

Según la tesis oficial, el presidente Kennedy cayó asesinado por tres balas que Lee Harvey Oswald, un ex marine de veintidós años, disparó con increíble certeza sobre la caravana en que viajaba Kennedy a más de medio kilómetro de distancia. Oswald, detenido horas después de su supuesta acción, cayó a su vez asesinado por los disparos que le propinó a quemarropa Jack Ruby, un extraño personaje con vinculaciones mafiosas que murió años después de cáncer en una cárcel californiana.Investigadores privados, muchas veces aficionados, que han seguido los cabos sueltos que dejó la comisión Warren, han escrito millares de libros y ensayos sobre las contradicciones que existen en la tesis oficial de la comisión Warren. Sus sugerencias más atrayentes indican que los miembros de la comisión -entre los que se encontraba el ex director de la CIA, Allen Dulles, y el que luego sería presidente de la nación, Gerald Ford- despreciaron una serie de informes e indicios que, luego con el paso del tiempo, pueden probar ser, en su opinión, definitivos.

Los disparos

Para los principales críticos de la tesis oficial del magnicidio, el fallo central del informe Warren se centró en los errores técnicos y contradicciones de sus conclusiones. Desde el número de balas que, supuestamente, se dispararon hasta los motivos que indujeron a Oswald a protagonizar el asesinato, todo indicaría que el único asesino tuvo que ser un «superdotado» para, en primer lugar, realizar con increíble certeza los disparos que produjeron la muerte casi instantánea de Kennedy y, en segundo lugar, para saber burlar con sospechosa habilidad a todo el aparato de seguridad que rodea a un presidente de Estados Unidos, incluido el servicio secreto, la policía local de Dallas, el FBI y, por extensión, la CIA.En el primer punto, el número de balas que se dispararon contra Kennedy es todavía tema de debate e investigación. El pasado agosto, un equipo de expertos nombrados por el comité especial del Congreso sobre asesinatos tuvo que realizar in situ, en la plaza de Dealey, una serie de pruebas balísticas y acústicas para confirmar o deshacer la teoría de que el asesino o asesinos dispararon cuatro balas -en lugar de tres como afirma la comisión Warren- contra Kennedy. Una cinta magnetofónica del día de autos, que fue sorprendentemente ignorada por la comisión oficial, indicaría, en opinión de sus dueños, que fueron cuatro las detonaciones escuchadas en la plaza de Daley aquella mañana.

El comité especial del Congreso todavía no ha hecho público, de una forma oficial, el resultado de aquella prueba. Pero los críticos de la comisión Warren adelantan ya que, de demostrarse la realización de cuatro disparos, Oswald no sería el único francotirador que se encontraba en la plaza. Sus argumentos, incluso válidos en el extremo de que fueran tres los disparos, se basan en el hecho de que el rifle utilizado, 44 Nannlicher-Carcano, de fabricación italiana, no pudo técnicamente realizar cuatro disparos en los escasos segundos que disfrutó el supuesto asesino.

Los motivos

En cuanto a los motivos, los hay también para todos los gustos. Desde que muchas pruebas y evidencias han desaparecido misteriosamente en estos quince años pasados (los resultados de la autopsia han desaparecido, los restos del cerebro de Kennedy son celosamente guardados por su familia, muchos testigos misteriosamente han muerto o desaparecido y de los archivos nacionales de Washington faltan sorprendentemente algunos documentos relacionados con el caso), tan sólo queda deshojar la posible cadena de motivos e intereses que pudieran beneficiarse o verse afectados por el asesinato. Por este camino, los críticos de la comisión Warren y la tesis oficial -y, en especial, el llamado comité para investigar asesinatos, de carácter privado- han apuntado algunas ideas. Para este comité, dirigido por Bernard Fensterwald, cuya seriedad profesional nadie, la ha puesto en duda, existen algunos hechos inconexos que unidos pueden alojar una luz clarificadora al magnicidio. En síntesis, este comité resalta el hecho de que tanto J. Edgard Hoover, director del FBI, como el liason de la CIA con la comisión Warren, Richard Helmus, ocultaron documentos y evidencia potencial a los miembros de la comisión.Sus datos más atrayentes se refieren a las conexiones que Oswald y su asesino, Jack Ruby, mantenían con la CIA, el primero, y con el FBI y la mafia, el segundo. Oswald, en efecto, mantuvo relaciones con la CIA en su estancia en la Unión Soviética. Ruby era un conocido y destacado miembro de los bajos fondos de Dallas. Simultáneamente, los continuos esfuerzos de la CIA para asesinar a Castro durante los años sesenta arrojan sospechas sobre la llamada conexión cubana en el caso, pese a los reiterativos desmentidos de Fidel Castro. Mucho más clara aparece, sin embargo, la conexión del exilio cubano y la mafia con estos intentos, que luego producirían, en 1976, las misteriosas muertes de dos destacados líderes mafiosos, Sam Giancana y John Rosselli, supuestos participantes en los plots de la CIA-mafia para asesinar a Castro.

La conexión cubana ha sido alentada, en los últimos años, por un grupo de congresistas y personalidades interesadas en evitar el inevitable restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Cuba de Fidel Castro. Pero hasta el propio dirigente cubano se ha prestado a rechazar las acusaciones, en unas declaraciones exclusivas para el comité legislativo que lleva dos años investigando el magnicidio. Y su principal argumento es irrefutable desde el punto de vista históricos: de esperar algo de Washington, Castro debía hacerlo de Kennedy y no de sus sucesores, Johnson y Nixon, que no movieron un dedo por acercarse a Cuba.

La participación de la mafia y el supuesto conocimiento de la CIA de la conspiración no sólo van en función de las misteriosas muertes de Giancana y Rosselli, en 1976, cuando primeramente se les relacionó con el caso. Fue también en ese año cuando la serie de revelaciones sobre la CIA permitió descubrir que ambas organizaciones mantuvieron contactos muy estrechos y amistosos lazos antes y después de la muerte de Kennedy con el objetivo común de deshacerse de Castro. Mientras que la mafia recuperaría, con la muerte de Castro, sus intereses en Cuba, la CIA deshacía la amenaza comunista de las costas norteamericanas. La entrada en escena de Kennedy en estos contactos iría en función, según algunos testimonios, de la oposición presidencial a estos planes.

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