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Reportaje:

Nuevas experiencias culturales en los barrios de Madrid

Los escasos medios económicos de que disponen estos grupos, así como la falta de ayuda y promoción por parte de los centros oficiales y de la mayoría de las entidades culturales de barrios, les están impidiendo ofrecer espectáculos de mayor calidad. «Los materiales que se necesitan para montar un buen decorado y fabricar marionetas son muy caros y los que se compran baratos son de tan mala calidad que no sirven más que para una o dos funciones.»Sin embargo, todos los consultados coinciden en afirmar que el problema más grave con el que se encuentran está en la falta de una verdadera cultura popular que colabore en el mantenimiento de iniciativas.

Los grupos que desarrollan este tipo de cultura autónoma están formados por jóvenes que, en su mayoría, provienen de grupos de teatro independiente o bien de trabajadores que ocupan en ello sus horas libres.

Para hacer frente a los gastos de material, locales, medios de transporte y supervivencia económica de sus miembros, apenas si cuentan con otra ayuda que la conseguida a través de préstamos particulares, ya que las entidades bancarias, sean o no privadas, no suelen contar con fondos para actividades culturales ajenas y las que los conceden tienen una finalidad exclusivamente publicitaria.

«El verano pasado conseguimos una subvención de la Caja de Ahorros de Cáceres para representar una obra infantil -nos cuenta Pepe Canela, miembro de un grupo- Aunque en un primer momento nos contrataron por 50.000 pesetas, sólo recibimos 30.000, de las que tuvimos que descontar más de 20.000 que nos costó el decorado y, con el resto, vivir las catorce personas que formamos el grupo. Además, aunque la caja de ahorros se encargaba de tener en condiciones los sitios donde íbamos a representar, fueron muy pocos los lugares en donde lo hicieron y como mucho, al terminar de actuar, nos invitaban a cenar un bocadillo de gambas. Como el contrato era para actuar sólo en días alternos, durante una quincena, nosotros mismos tuvimos que buscarnos pueblos cercanos para el resto de los días. Una subvención económica de este tipo, que no cuente con una infraestructura mínima organizativa, no nos sirve de nada.»

Pantomima en el Retiro

Angela y Chon, dos chicas de dieciocho años, asisten con frecuencia al Retiro madrileño para representar su número de pantomima. «Durante más de un año intentamos actuar por los barrios y pueblos cercanos a Madrid, sin conseguir ningún contrato. Por fin nos decidimos a montar un espectáculo completo y con un puesto de camisas de los utilizados en el Rastro montamos el escenario de los títeres, pero como la gente que nos llamaba para actuar no nos querían pagar nada, tuvimos que abandonarlo. Para poder pagar los préstamos que habíamos conseguido, hemos tenido que hacer mimo en el Retiro y en las fiestas particulares que conseguíamos por la calle. En estos momentos nos estamos replanteando si continuar o no, porque no vemos salida.»Cuando estas actividades se realizan, como en este caso, en plena calle, quienes las hacen están expuestos a ser multados por el guardia municipal, ya que están penalizadas y consideradas por la ordenanza como «venta ambulante».

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La Tartana es otro de los grupos que actúan por Madrid sin ningún tipo de subvención. Para dar publicidad a los espectáculos que tienen montados como La isla y El polichinela, suelen organizar pasacalles, «la única forma de publicidad a la que tenemos acceso», y en los que mediante canciones invitan a los viandantes a asistir a sus representaciones. «Nosotros trabajamos con títeres que nos construimos nosotros mismos y con ellos pretendemos demostrar que no es un espectáculo para "atontar" al niño, como siempre se ha creído, sino que es válido para todo tipo de público y para todas las edades. Nuestro espectáculo es una nueva propuesta de lenguaje y de comunicación, desprovisto de toda intencionalidad política, aunque no social. Hay personas que nos critican el que podamos cobrar cien pesetas por la entrada, pero independientemente de que lo que hacemos lo consideramos nuestro trabajo porque vivimos de ello, estamos seguros de que quienes asisten están pagando mucho más por ir al cine o al circo y "reciben" mucho más que de la televisión. Además, hay que dejar a un lado la actitud paternalista que, cuando la situación política era distinta, se tenía hacia nuestra labor y que incluso nosotros mismos fomentábamos. Nuestro trabajo, como otro cualquiera, es tan digno como para pagarse. Las asociaciones de vecinos también son culpables de nuestra situación porque siguen creyendo que la cultura es gratis. Mientras que a un cantautor, que generalmente sólo va acompañado de una guitarra le ofrecen 40.000 y 50.000 pesetas, a grupos como el nuestro lo más que pagan son 20.000.»

Postura ante las asociaciones de vecinos

Otro de los grupos que intentan hacer algo nuevo en este terreno es el Centro Cultural Autónomo de Coslada. Los diez miembros fijos que forman el grupo intentan «ofrecer nuevas alternativas culturales a la juventud».Por sus características sociales concretas, quizá sea este tipo de grupos los que cuenten con más dificultades para trabajar. A diferencia de los ya citados, sus miembros sólo pueden preparar sus espectáculos a partir de las diez de la noche -hora en que finalizan sus obligaciones laborales y de estudio- y los fines de semana, con lo que esto supone de problemas familiares, sobre todo en las chicas.

Con unos objetivos distintos, el Centro de Coslada no tiene intención de llegar a ser profesional. «Nuestro objetivo -nos dice Víctor Mato, abogado y animador del grupo- es reflejar los problemas del pueblo y representarlos, si desaparecen las dificultades ajenas al grupo, en los distintos barrios de Madrid.»

El local donde trabajan -ahora están ensayando nuevas formas de expresión corporal con vistas al montaje de una obra de teatro- lo han conseguido de los curas de la parroquia, las únicas personas del barrio de quienes han recibido ayuda. Tampoco reciben ningún tipo de ayuda económica ni de la asociación de vecinos ni del Ayuntamiento de un barrio que cuenta con más de 60.000 habitantes -en su mayoría de procedencia obrera-, de los que cerca de 15.000 son jóvenes, y que sólo dispone, para entretenimiento de la juventud, de una discoteca y una sala de cine.

También para ellos, las necesidades más inmediatas se encuentran en conseguir un local adecuado, en el apoyo de los vecinos a través de una política cultural de la asociación y en unos recursos económicos mínimos para subsistir como grupo.

«Antes de las elecciones del 15 de junio -puntualiza un miembro del centro-, y aunque nos llamaban para atraer más gente para sus actividades políticas, por lo menos trabajábamos en la asociación de vecinos. Pero desde hace algún tiempo éstas se han convertido en centros burocratizados y cuya única finalidad está en el control de todas las actividades que se realicen en su zona, queriendo capitalizarlas a favor del partido político que, en cada momento, domine las distintas directivas. »

En este mismo sentido, denuncian la respuesta que reciben de los directivos en el sentido de boicotear cualquier iniciativa que surge de ellos, ya sea artística o de carácter cultural, así como la no cesión de locales que tienen disponibles a determinadas horas.

Tampoco el Ayuntamiento de Madrid y el Ministerio de Cultura parecen interesados en potenciar estas actividades. El Ayuntamiento «promociona sólo a los grupos de siempre y cobra, en caso de que lo ceda, el Centro Cultural de la Villa de Madrid, pues quienes tienen acceso a él sólo pueden disponer del 10 % de la recaudación, además de correr por nuestra cuenta todo lo relacionado con la publicidad, montaje del espectáculo, etcétera. »

Por su parte, el Ministerio de Cultura, a través de los centros sociales que a título experimental ha creado en ocho barrios de Madrid, mantiene una actitud receptiva hacia estos grupos esperando que sean ellos los que acudan y no, como sería la actitud más lógica, incluyéndolos en sus actividades culturales ya programadas.

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