Existe la censura
LOS PROCESOS contra la literatura tienen gran tradición. Ya la Inquisición, en su tiempo, se cebó contra la novela picaresca, gran parte de la cual tuvo que editarse en los Países Bajos; Baudelaire sufrió condena por Las flores del mal, Flaubert vio atacada su Madame Bovary, y en nuestro siglo son célebres las persecuciones por la justicia de que fueron objeto los dos Trópicos, de Henry Miller, o El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence. Por lo general, todo este florilegio constituye un sabroso anecdotario para uso de jovencitos en edad escolar, una panoplia como de historias de santos al revés. La leyenda dorada de la intransigencia, la vocación humana para seguir historiando heterodoxos de todo tipo, o por constituir «index» y catálogos de prohibiciones absurdas, sin embargo, no parece tener fin.En efecto, en plena instauración de la democracia -y, por tanto, de la libertad de expresión- , en una época donde las bocas se llenan con declaraciones en favor de los derechos humanos, un editor madrileño ha sido condenado, por denuncia del antiguo Ministerio de Información, que presentó la querella, a un año de inhabilitación profesional por haber publicado en castellano la célebre novela erótica inglesa del siglo XVIII Fanny Hill.
Sin duda alguna, la investigación y el estudio detenido de cuáles son los límites infranqueables para nuestra pudibundez ministerial, o los criterios por los que se dictan tantos procesos y secuestros contra publicaciones a estas alturas podría dar lugar a divertidas tesis doctorales. Pues entre la marea del erotismo que nos invade, no sería difícil encontrar una pornografía mucho más dura, expuesta a lo ancho y largo de los quioscos nacionales, que la que no pueden ostentar la joven Fanny Hill o la cantante Devrient-Schröeder (Memorias de una cantante alemana, clásico erótico del XIX), condenadas a un silencio secular. ¿Por qué éstas y no aquéllas? ¿Cuáles son los límites, cuáles los criterios que fundan la frontera rosada de la permisividad? El decálogo de la censura no ha desaparecido: está escondido, y surge de cuándo en cuando para volver en medio de sus azufres artificiales. Reluce un instante y vuelve a su escondrijo, por mor de algún funcionario integérrimo que olvidó al reloj de la historia hace tres años. Funcionarios que son auténticos «topos» del pasado y que dentro de cien años condenarán la memoria de Susana Estrada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.