Bagdad: la firmeza de los moderados
NO SERIA prudente subestimar los resultados de la conferencia de jefes de Estado árabes en Bagdad por la moderación de su comunicado, que rehúye una condena explícita de Sadat y que incluso condena más las consecuencias posibles de los acuerdos de Camp David que la conferencia en sí. Los puntos positivos de la reunión de Bagdad son varios. Uno de ellos, que se haya podido celebrar y que no se haya roto desde sus primeras discusiones. Es decir, que se mantenga aun a base de mínimos un aspecto de que la unión árabe está inicialmente conseguida. El otro más destacado, la coincidencia general de que la Organización de Liberación de Palestina, representada en Bagdad por Arafat -sonriente e indudablemente satisfecho en la conferencia de prensa del domingo por la noche-, es la única capaz de representar a los palestinos y a sus intereses, y que ninguna otra potencia puede decidir por ellos, y mucho menos su destino, sin su presencia y su aquiescencia. Este acuerdo desautoriza en gran parte las negociaciones entre Sadat y Begin, con la tutela de Carter, sobre el establecimiento de la nación palestina y el destino de los territorios que fueron suyos.El hecho de que Irak y Siria hayan podido saldar sus antiguas diferencias, y el de que Irak haya sabido, por una parte, exponer sus pretensiones máximas en la cuestión, y, por otra, reducirlas paulatinamente para llegar a un acuerdo con los demás, es otro punto importante, especialmente en el camino de una mejor diplomacia entre todos los implicados en la cuestión.
No se excluye tampoco que haya habido acuerdos secretos, bien entre todas las partes, bien entre varias de las presentes en Bagdad. Sadat, al conocer el comunicado final, anunció que no haría comentarios hasta que no conociese el alcance de esos acuerdos secretos que él da por establecidos. En efecto, en el comunicado falta algo importante. Los jefes árabes invitan oficialmente a Egipto a denunciar los acuerdos de Camp David, a que no firme el tratado de paz y a que se reúna de nuevo con sus «hermanos árabes». Pero no explica qué sucederá si Egipto como parece, no acepta esta oportunidad de deshacer lo que muchos árabes -entre otros, altas personalidades civiles y militares de Egipto, y gran parte de su pueblo- consideran como un error -la palabra «traición». lanzada en los primeros momentos, no aparece ahora, sin duda para dejar a Sadat un camino de retirada-. Se sabe que ha habido en la reunión propuesta de sanciones. «No hemos tratado de aislar a Egipto», ha dicho el general Bakr. «Queremos evitar las trampas emotivas de las reacciones pasionales que nos conducirían a una actitud hostil con respecto al pueblo egipcio» (el comunicado, como la generalidad de las intervenciones habla siempre de Egipto y del pueblo egipcio: se omite cuidadosamente el nombre de Sadat).
Sin embargo, y hasta este momento, parece que la firma del tratado está decidida ya: las noticias más recientes dicen que será el día 19. Se había previsto la posibilidad de una gran ceremonia en Oslo, al tiempo en que Begin y Sadat recogieran su Nobel de la Paz, con asistencia de Carter. Discretamente Noruega ha hecho saber que preferiría que no sucediese así. Lo previsto hasta ahora es que el tratado sea firmado consecutivamente en Jerusalén y en El Cairo, siempre con la presencia de Carter.
Parece indudable que los veinte países de la conferencia de Bagdad lo rechazarán en el acto y se negarán a reconocerlo. Será entonces cuando se revele, quizá, que detrás de esta moderación hay algo más, y que las consecuencias de la firma del tratado comiencen a ser funestas.
No se excluye tampoco que de aquí al domingo 19 puedan suceder algunos acontecimientos que retrasen o imposibiliten la firma del tratado. La posibilidad de que la invitación a Egipto hecha por los jefes de Estado árabes pueda ser aceptada por Sadat podría descartarse: las presiones de Estados Unidos son muy fuertes, y Sadat está preso de su propia aventura. Carter ha lanzado toda la maquinaria diplomática y económica de su país para conseguir la firma. Pero la posibilidad de que otras fuerzas en el mismo Egipto imposibiliten a Sadat para que cumpla su acto final es, sin duda, remota, pero se inscribe en el campo de lo posible.
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