Para Gran Bretaña, la crisis iraní se reduce a armas y petróleo
Mientras en el Parlamento de Londres se producía ayer el curioso espectáculo de un ministro del Gobierno defendido por los diputados de la oposición de los ataques de sus colegas laboristas, a propósito de la política británica hacia el régimen iraní, altos funcionarios de los departamentos de Defensa y Energía evaluaban en privado el verdadero alcance para Gran Bretaña de la crisis persa: armas y petróleo.Detrás del renovado y público apoyo del primer ministro James Callaghan y su Gobierno al régimen iraní -apoyo que en las últimas semanas ha dividido al partido gobernante, que ha excitado los sentimientos antibritánicos en Irán y que ha sido explicado por el señor Owen en los Comunes en función del «equilibrio de intereses, la estabilidad de la zona y las necesidades estratégicas de nuestros aliados»- hay más factores económicos que doctrinales, y ante el peso de los primeros la cuestión del respeto de los derechos humanos se relativiza y relega.
Gran Bretaña fabrica y vende a Irán desde los carros de combate con que el Ejército patrulla las ciudades y aplasta a los manifestantes hasta los cascos y municiones utilizados por las fuerzas antidisturbios del sha. En conjunto, Teherán, que destina a fines militares el 25% de su presupuesto, recibe aproximadamente dos tercios de la floreciente producción de armas británicas. En consecuencia, los expertos de «servicios militares internacionales», el eufemismo lingüístico con que el Ministerio de Defensa inglés designa a su organización de ventas, están especialmente preocupados por la posible repercusión que en dos frentes pueda tener el tránsito desde la autocracia hacia la constitucionalidad prometido por el sha en su discurso del lunes: un contrato de 150.000 millones de pesetas para el suministro de carros de combate y otro de casi 50.000 para la venta de misiles antiaéreos Rapier.
Aunque el Ejército iraní tiene ya más y más modernos carros que el británico, el sha encargó hace dos años 1.300 unidades del Shir Iran, una versión mejorada del Chieftain actual, con un motor Rolls de 1.500 caballos y un blindaje Chobham que le hace invulnerable a los proyectiles anticarro conocidos. Una parte de estos tanques está lista para su entrega a lo largo de los próximos meses y la cancelación del pedido supondría a esta altura millones de libras en pérdidas y miles de puestos de trabajo en peligro.
Asesoradas por el Ministerio de Defensa, también firmas británicas construyen en Isfahan, cuatrocientos kilómetros al sur de la capital, un gigantesco complejo de 100.000 millones de pesetas para la fabricación de armas. Partidas menores de esta privilegiada relación económico-militar (que según los diputados laboristas más críticos determina absolutamente la política de Londres hacia el sha) son un reciente y masivo pedido de armas antidisturbios, entre ellas 15.000 fusiles especiales y un sofisticado equipo de vigilancia electrónica para la policía política iraní, cuyos detalles este corresponsal no ha podido averiguar.
En otro terreno menos aparatoso, pero de importancia crucial, el petrolífero, Inglaterra revisa apresuradamente sus cálculos. El 16% del consumo británico procede de Irán y con petróleo a precios especiales se paga parte del armamento que compra el sha. Según los expertos del Ministerio de Energía que siguen al minuto los acontecimientos iraníes, la disminución del suministro persa, ahora reducido a un cuarto de lo habitual, no se hará sentir hasta pasados dos meses.
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