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Tribuna
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El gran reto

Manuel Vicent

La escena final de esta trayectoria constituyente ha sido bien controlada de planos y luces, con un tono salmón desvaído, apto para narrar pasiones delicadas. En la calle había un caparazón de metralletas, el contorno del palacio era un puerco espín envolviendo un largo sueño. pero dentro del Congreso apenas se notaba alguna arista. Todo ha sido suave y moderado, tanto el miedo como las ilusiones.La sesión parlamentaria se ha desarrollado con una alegría elegante entre felicitaciones con sordina, advertencias civilizadas, reproches benévolos, promesas corteses sin triunfalismo hortera, sin una pasión desmedida, según las reglas de un distinguido club social que tiene la mosca detrás de la oreja. El trabajo constitucional ha sido prolijo y ordenancista, como un noviazgo a la española en que la pareja llega a la boda con las pilas del erotismo gastadas, un largo viaje salpicado de dinamita, esa estúpida emoción que no ha impedido que los diputados hayan cumplido con su deber, aproximadamente sanos y salvos. Y aquí está el sagrado texto puesto a remojo en la conciencia de los padres de la patria.

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Durante la votación de ayer la Constitución sólo fue negada seis veces. La primera, por Fernández de la Mora, con la pierna escayolada encima de un taburete, con su escolástica también traumatizada puesta a secar en el escaño. La segunda, por Letamendía con un grito desde la breña que no le salió del cerebro, sino de ese tronco de pastor con suéter, y así sucesivamente, de cachimira. Alianza Popular había dejado en libertad a los suyos y en lo alto del tingladillo se ha visto que cada cual ha tirado por una esquina, unos con el mandil y la jofaina, otros con el ceño a media asta. Fraga ha dicho que sí y eso siempre es un alivio.

Después de los votos han lleqado las oraciones. El vasco Arzallus le ha retorcido otra vez el pescuezo a la duda metódica. con filigranas de Duns Scoto, con sutilezas del padre Láinez, hilando fintas cerebrales entre conceptos de organdí, soberanía, pueblo, nación, Estado. La duda que bloquea la mano. Demasiado fino para el cuerpo de Letamendía. El guerrero barbado ha pateado rudamente el equilibrio de Arzallus, ha vomitado en la solapa de estos nacionalistas tibios, y se ha ido. Pero Fraga ha arrancado desde Pericles, que es de donde nace este invento. Con un discurso moderado, lleno de matices, cosa que se agradece. Fraga ha marcado su posición: esta es la Constitución de las dos Españas, que tiene serios reparos importantes defectos, pero el destino del horóscopo nos ha metido a todos en el desfiladero. Y hay que atravesarlo.

Y mientras Carrillo rendía homenaje a los trabadores, guardias, y militares que han muerto por esta democracia, en el vitral del hemiciclo se dibujaba el helicóptero del orden público. Felipe González ha hecho un discurso de alternativa. Pérez Llorca ha hablado como un secretario técnico. La sesión ha sido cerrada con la oración del presidente pronunciada en un tono medio de esperanzas razonables, de promesas incocretas. Un sonido esfumado, todo moderadamente controlado, sutilmente desvanecido entre la alegría, el cansancio y la mosca detrás de la oreja. El trabajo constituyente ha terminado. Ahora comienza el reto de la libertad.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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