Otro desdichado programa de toros en TVE
El lunes pasado, por la noche, RTVE abordó de nuevo el tema taurino. Mejor que no lo hubiera hecho. Aquí hemos pedido varias veces que la televisión se ocupe de los toros. Modificamos la postura: que no se ocupe en absoluto, por favor. Por el bien de la fiesta.Las doce de la noche del lunes iban a dar cuando apareció en pantalla el espacio llamado El estado de la cuestión. La cuestión que se trataba era la fiesta de los toros. El estado en que dejaron a la pobre fiesta fue como los zorros. Hecha unos zorros quedó, después del inaudito tratamiento que dieron al tema y después de que un celoso defensor del espectáculo hiciera estragos con su encendida verborrea.
Apareció primero una secuencia de toro que desuellan los carniceros y uno se pregunta qué diablos pintaba aquello, pues toda res muerta que se destina al consumo hay que desollarla y descuartizarla. También si es toro de lidia. Después apareció un catalán, nada partidario de la fiesta -decidido detractor más bien-, el cual, aun dentro de su postura (que no compartimos) y de su error (del que podríamos sacarles), dijo las cosas más sensatas de todo el programa.
El catalán expuso su opinión, clara y concreta, y estuvo bien, pues tenía todo el derecho a manifestar su criterio. Mas los de El estado de la cuestión, de aquí en adelante, se metieron en una frondosa arboleda de la que no acertaron a salir, ni supieron explicar, y de disparate en disparate -ora mediante imágenes, ora mediante palabras huecas- fabricaron una especie, de inframundo que ellos, en la buena fe que damos por seguro tenían, creían fiesta de toros, con lo cual dieron toda la razón al catalán cuando decía del espectáculo taurino que es cruel y ridículo.
Apareció como defensor de este espectáculo el doctor Martínez Fornés, quien para tal empeño soltaba rociadas apabullantes de vaciedades, disfrazadas con figuras retóricas, no todas, ni la mayoría, de feliz concepción. ¿Cruel la fiesta? ¡Oh no! El estoque no mata sino que es cinta de plata... Vamos, vamos, vamos.
Unos toros que apartan a pedradas, como si de una drea se tratara; unos vaqueros cuyas bellísimas y eficaces tareas ni se vieron, y a cambio se les preguntaba cuánto cobraban; una afición desgalichada, descamisada y malcarada; mucha estampa de santos para los rezos de Rafael de Paula; Palomo que se viste de luces; los apoderados de Palomo que aparecen por todas partes, en corte o en aldea. Y venga el doctor, arriba y abajo, con la liturgia, y el rito, y el mito, sin que hubiera forma humana de aclarar nada.
Una vez más, la fiesta resulta malparada en televisión. En cuanto la tocan, la dejan para el arrastre. De El estado de la cuestión, y no precisamente por debate, sino por pura incompetencia, salió con un golletazo con vómito. Sí, mejor dejarla en paz, que para liquidarla se bastan ciertos taurinos, como el empresario Calleja, que en el mismo programa dio una imagen lamentable de los de su oficio.
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