Malasaña cambia de manos a las diez de la noche
Aunque ha sido en el barrio de Malasaña donde el proceso de revitalización se ha apreciado con más nitidez, algo similar ocurre en toda la zona centro de Madrid, desde Amaniel hasta Barquillo, desde la Gran Vía hasta los bulevares de Alberto Aguilera, Carranza y Sagasta. Varios son los factores que pueden explicar esta nueva vida del barrio. El primero sería su carácter de lugar céntrico, bien comunicado. Otro, su sabor de barrio antiguo, de fuerte raíz popular, en el que las tradiciones madrileñas se han deteriorado gravemente, pero no han llegado a desaparecer.Malasaña es una zona individualizada, donde cada vivienda, cada taller o cada negocio refleja la personalidad de sus habitantes. Un barrio que se ha ido configurando poco a poco. Justo lo contrario de los nuevos núcleos de población, encorsetados por el proyecto del arquitecto, en los que el sofá sólo puede colocarse en una pared concreta.
Algunos sucesos particularmente relevantes, como la lucha popular en contra del Plan Malasaña, constituyen, asimismo, un factor a tener en cuenta: el derecho a permanecer en el barrio significa, de hecho, respetar su personalidad y su entramado social y cultural. En las elecciones generales de junio de 1977, más de un 60% votó a UCD y AP.
Decadencia de Malasaña
Es en la posguerra cuando Malasaña inicia su decadencia y el envejecimiento de su población y la paralización de sus actividades tradicionales. Las ideas sobre el nuevo confort hacen que los jóvenes busquen sus viviendas en otras zonas. Pocos hijos continúan trabajando en el taller familiar de fontanería, tapicería o carpintería. La televisión acaba con las charlas de madrugada en las aceras y los coches van invadiendo las calles -hoy es casi imposible encontrar aparcamiento en todo el barrio a las doce de la mañana-. Los cines de barrio, a tres pesetas y bolsa de pipas para acompañar, no pueden aguantar la competencia de las salas de lujo de la Gran Vía, y cierran, como ocurrió con el cine Dos de Mayo, de la calle de Espíritu Santo; el Alhambra, en Divino Pastor, el Cinema X, en la esquina de San Bernardo y San Vicente Ferrer, o el Pez, actual teatro Alfil.Al mismo tiempo, el barrio se configura en una isla atacada por todos sus flancos por el nuevo urbanismo. A veces no son los planes generales los más peligrosos, puesto que son enemigos fáciles de reconocer y originar una resistencia. Son tal vez más peligrosas las cuñas que se introducen poco a poco, y que van cambiando su fisonomía. Las grandes arterias de tráfico, como Hortaleza, Fuencarral, Amaniel, etcétera, ven sustituidas sus tiendas antiguas por modernos bares y locales comerciales, cambios que muy frecuentemente incluyen a las familias que habitan el edificio.
El proceso se invierte
Hoy, en Malasaña, hay decenas de talleres familiares cerrados, que se van ocupando de nuevo por jóvenes dedicados a la construcción de juguetes, cerámica, telares, cuero, etcétera. Los pisos vacíos se alquilan entre las 12.000 y las 20.000 pesetas, precios que no se pueden considerar baratos, puesto que hay que añadir las obras de acondicionamiento, principalmente en cuanto a servicios y baño. Los que hace años prefirieron ir a vivir en un barrio de nueva construcción se han convencido de que perder dos horas diarias en acudir al trabajo es mucho peor.Este verdadero proceso de revitalización sucede cuando aún no todo está perdido. En Malasaña todavía abundan tabernas centenarias, como Casa Julio, pequeño local de puertas de madera roja y mesas de velador. Ochoa, taller de grabado en vidrio, cuyo dueño, Jerónimo Guardiola, se disgusta cuando su mujer barre el suelo porque entonces, ya no parece un taller. En Malasaña existe un pequeño negocio de confección manual de banderillas taurinas, posiblemente el único que queda en Madrid.
La zona menos colonizada por los pubs y la vida moderna, el cuadrado limitado por Conde Duque, Santa Cruz de Marcenado, San Bernardo y Noviciado, todavía conserva el sabor de principios de siglo, y la gente sale de chiquiteo los domingos a media tarde, a bares y tabernas regentadas por amigos, o enemigos, de toda la vida.
Recuperar la plaza
A los ojos de los vecinos consultados de Malasaña, el aluvión de jóvenes que lo frecuentan nocturnamente, atraídos por lo pubs y por la marcha que generan ellos mismos, es un fenómeno más bien negativo, que puede deteriorar el barrio en lugar de darle vida.De entrada, no han existido problemas de integración con la nuevas hornadas que han co menzado a vivir allí. Aunque a principio no son aceptados com vecinos normales, y a éstos le chocan sus indumentarias, su particular concepto de las hora idóneas para levantarse, acostarse y trabajar, cuando se convencen de que son gente tranquila, la convivencia no presenta dificultades. Eso sí, seguirán siendo gente un poco extraña. Lo que ha originado un sentimiento de miedo e inseguridad entre el vecindario sería ese sector de pasotas que sólo acude por las noches, y que con demasiada frecuencia promueve peleas, tráfico de drogas, escenas violentas para su mentalidad e intervenciones de la policía.
La plaza del Dos de Mayo y calles adyacentes cambia de manos a partir de las diez de la noche. Los vecinos se recluyen en sus casas y las calles están a disposición de los grupos que diariamente se dan cita allí. En palabras de un camarero del quiosco de bebidas de la plaza, el negocio es productivo, puesto que las consumiciones han aumentado considerablemente, pero han perdido toda la tranquilidad que disfrutaban. Familias que durante años tenían por costumbre bajar a tomar café después de cenar han dejado de hacerlo. Un bar de la plaza tuvo que poner cerradura en la puerta de los lavabos porque el dueño comprobó que algunos jóvenes lo utilizaban para inyectarse, e incluso una señora denunció en la Unión de Vecinos que había visto a un joven inyectarse en la acera.
En los últimos meses proliferan los atracos y asaltos en las calles más escondidas, y las peleas no son raras, a veces provocadas por discusiones personales, y otras por enfrentamientos políticos.
En este sentido, Antonio Murcia, presidente de la Unión de Vecinos de Malasaña, ha recogido las quejas de numerosos vecinos que son presas de un sentimiento de inseguridad. Las quejas han llegado a formalizarse por escrito, oponiéndose a que se concedan licencias para abrir nuevos establecimientos de este tipo.
Por informaciones recogidas verbalmente, parece que la mayoría de los propietarios de pubs proceden de otras zonas de Madrid, con lo que el dinero recaudado no se queda en Malasaña, y lo gastan jóvenes que, en su gran mayoría, tampoco habitan allí, por lo que no participan del proceso de acondicionamiento de pisos, apertura de actividades y participación en la vida cultural o reivindicativa.
En cualquier forma, es muy difícil recuperar las tradiciones populares. En las fiestas del Dos de Mayo, apenas una decena de parejas, la mayoría maduras, respondieron al concurso de chotis programado, por la sencilla razón de que ha habido una generación perdida que abandonó el barrio, y las nuevas están más orientadas hacia el rock que otra cosa.
Este condicionamiento es ya inevitable y natural, por lo que las iniciativas de recuperar el barrio para los vecinos se orientan, primero, a desbaratar los intentos especulativos de las inmobiliarias y a fomentar unas actividades culturales o recreativas de las que sean protagonistas los mismos vecinos de cualquier edad.
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