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El fútbol, hacia el caos económico

Los directivos de los clubs de fútbol quieren echar a la gente de los estadios. Los precios de las localidades comienzan a ser prohibitivos.La loca carrera de los fichajes y los grandes endeudamientos ya no pueden equilibrarse con precios normales. Si no se toman medidas para frenar esta absurda escalada, dentro de un par de años los graderios de los recintos futbolísticos ofrecerán constantemente la desoladora imagen del cemento. El negocio ya es ruinoso. Pepe Samitier decía que si el fútbol fuera un buen negocio estaría en manos de los bancos y, sin embargo, la mayoría de los clubs ya dependen financieramente de las entidades crediticias.

El fútbol comienza a caer en el mismo defecto de los toros. impedir que la familia tome asiento en los graderíos. A los precios actuales resulta poco menos que imposible que un matrimonio pueda comprar sus dos localidades. Por ese dinero una familia se va a la sierra con los hijos y gasta menos dinero. Para las parejas de novios el tema es más agobiante todavía. Y por 2.000 pesetas pueden pasar el día y retozar en cualquier prado serrano, lo que no viene mal al cuerpo.

Los directivos de los clubs de fútbol, en general, porque viste mucho tomar asiento en el palco, porque ello da tono social y porque en algunos casos sirve para hacer buenos negocios, se lanzan a la loca carrera de los falsos brillos deportivos y meten a los clubs en situaciones gravísimas.

El fútbol español es deficitario

Salvo los casos de los dos clubs vascos, no existe en Primera División quien pueda presentar balances positivos. Salvo las excepciones de rigor, ni siquiera los clubs de divisiones inferiores pueden hablar de saldos favorables. El fútbol es ya una ruina y lleva camino de convertirse en un caos absoluto.

Los clubs tienen que comenzar a trazarse planes de austeridad para evitar las bancarrotas. Es complicada la labor, porque, contrariamente a los que se piensa, la supresión de la importación de jugadores no soluciona el caso. En los años en que se cerraron las fronteras el mercado nacional se elevó a proporciones impensadas. La primera oleada de foráneos fue mucho más barata que la mano de obra indígena.

Los intereses que a causa de las deudas tienen que pagar algunos clubs son tan elevados, como los presupuestos de los más débiles de Primera. La temporada tiene para algunos, como primer fin, recaudar lo suficiente para acudir a los pagos de intereses bancarios. Ni siquiera las entidades tenidas como bien administradas pueden presumir de serlo.

En los últimos años el fútbol ha sufrido una avalancha de oportunistas cuyo daño es ya incalculable. Entre los presidentes de club ha habido incluso ejemplos de dudosa moralidad. Como aquel que compró todos los terrenos de los alrededores del lugar en el que pensaba levantar un nuevo campo. O como aquel que bajo el pretexto de «proteger» a un árbitro, sobre el que se había echado el público, le zurró la badana. Claro que las agresiones a los árbitros por gentes tenidas como de bien no son nuevas. En el viejo Metropolitano persiguió paraguas en ristre a un colegiado un señor que fue procurador en Cortes.

El propio público que se lamenta de la elevación de precios es al tiempo responsable, porque no es capaz de soportar temporadas medianas. Sólo la afición vasca, por su particular idiosincrasia, sostiene fervientemente a sus dos grandes representantes a base de jugadores de la cantera. Y con todo el Athletic ha tenido que realizar en las últimas temporadas costosísimas repescas de futbolistas del país.

De aquí a que los equipos salgan a las canchas con anuncios en las camisetas hay un solo paso. La solución ya ha sido ensayada en otros países y ha sido el único modo de sostener el tipo. Puesto que ya ha aparecido la publicidad encubierta en las vestimentas futbolísticas, nada de particular tendrá que la Federación reconsidere, de acuerdo con los clubs, el tema.

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