Julio Robles, en mejor momento que las figuras
El desconcierto que tienen armado los exclusivistas en el mundillo taurino no sólo se aprecia en que imponen como figuras a quienes apenas tienen talla para serlo, sino en la gran verdad de que hay otros toreros mejores, los cuales permanecen a verlas venir, o que durante años están a la espera de que se les dé paso hacia el puesto que merecen.Uno de éstos es Julio Robles, de calidad específica suficientemente contrastada, pero que milita en las segundas filas, con apoyo relativo a veces ninguno; y, encima, agradecido si su apoderado consigue meterle en una feria de importancia. Ayer toreó en la feria de Colmenar (con los agradecimientos precisos, debemos suponer) y una vez más demostró que está por encima de casi todos sus compañeros, por supuesto en lo que pueda referirse a técnica y arte, pero también en valor y afán de triunfo.
Plaza de Colmenar Viejo
Primera corrida de feria. Buena entrada. Cinco toros de Ruiseñada y un sobrero (cuarto) de Carmen Espinal. Bien presentados y bien armados en con junto, flojos (aunque derribó el primero) y manejables. Julio Robles: Pinchazo hondo y descarada rueda de peones (oreja protestadísima). Estocada trasera y descabello (dos orejas y rabo), Roberto Domínguez: Dos pinchazos y estocada caída, corta y atravesada (algunas palmas). Estocada atravesada que asoma, y descabello (silencio). Parrita: Dos pinchazos, otro hondo caído y seis descabellos. Rebasó en tres minutos el tiempo reglamentario (silencio). Cinco pinchazos (silencio).
Su actuación durante el segundo sobrero, lidiado en cuarto lugar, fue un alarde continuo de torería, desde que abrió el capote, que maneja con mayor hondura y perfección que la inmensa mayoría de los diestros en activo y, desde luego, que todas las figuras del exclusivIsmo (sin exceptuar ni una). No hay entre éstos ninguno que pueda decir en un solo toro el repertorio que exhibió Robles, porque hasta la técnica de los lances desconocen. Primero fueron las verónicas, templadas y largas, pata l´ante, ganando terreno hasta el platillo, rematadas con media verónica y revolera; luego, las rogerinas, con las que llevó el toro hasta el caballo, después, chicuelinas.
Robles tenía ya el triunfo en la mano con estos lances y le hubiera bastado una faena nada más que compuesta -como la que, hizo en el primer toro- para redondearlo. Al fin y al cabo, la feria de Colmenar no supone los compromisos de Sevilla o Madrid. Pero se superó. Y aunque el toro tenía problemas, pues se revolvía, tras unos pases de rodillas muleteó con garbo, arte y mando; expuso; instrumentó de rechazos y naturales con hondura y sabor. Parar, templar y mandar -y por supuesto cargar la suertetérminos desconocidos hasta en los primeros espadas del momento (y sobre todo en éstos), fue la técnica que empleó Robles en toda su faena, que además fue adornada con molinetes, cambios de mano y un último desplante de rodillas.
El estoconazo (que quedó trasepor cierto) rubricó la labor de altos vuelos y Robles dio una vuelta al ruedo de apoteosis, en la cual intervinieron los mozos de las penas, que le condecoraban con diversas cosas, entre ellas un chorlzo. Uno de los grupos llevaba un robot de madera, que llamaban Maginzer Z, el cual estaba lleno de vino. En el sitio por donde se hace pipí tenía una larga manga, y la enchufaron a Robles para que se pegara un trago.
También en Colmenar, como ayer en Almagro, había alegría, y también allí saben ver los toros. En Bilbao pasaban por buenos los juanmaris mutilados y los buendías chiquitos, cortitos y romitos de pitones, pero aquí, en cuanto vieron a un sobrero (sustituto del cuarto toro titular, devuelto por cojo), con alarmantes síntomas de afeitado (creemos que era de Palma), armaron una bronca monumental. La presidencia se hacía la sueca, aunque desde el tendido arrojaban botes de cerveza, a cientos, pero el escándalo adquirió tales proporciones que cuando Robles salió a matar al bicho el palco ordenó su devolución al corral.
No obstante, la corrida salió en conjunto bien presentada y bien armada, y manejable en líneas generales. Ni Roberto Domínguez ni Parrita, en tarde aciaga de nula inspiración, supieron sacar partido a sus toros. Y aburrieron además. Mal síntoma, para ellos.
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