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Rivalidades tribales hibernadas

Aunque la Constitución prevé que durante noventa días, hasta la elección de su sucesor, asuma las riendas del país el actual vicepresidente, Daniel Arap Moi, el hecho de que Kenyatta haya muerto sin dejar «heredero» político abre un serio interrogante sobre la suerte de un país virtualmente desconocido, salvo por sus corredores olímpicos y sus fieras.La incógnita se acrecienta porque Kenyatta se ocupó de «hibernar» la vida política de Kenia en los últimos años y las alternativas de poder, hoy, se configuran más por factores tribales o rivalidades personales que por programas políticos. Y el carisma que el dirigente fallecido acuñó en la lucha independentista desde la cárcel -y de la que supo utilizar a la perfección las victorias de la denominada «rebelión Mau-Mau» para aparecer como negociador indiscutible con los británicos- ha desaparecido con él.

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La muerte de Jomo Kenyatta agudiza la lucha por el poder en Kenia

La muerte de Kenyatta ha tenido un gran eco político en la capital británica -donde reside una importante colonia keniata-, donde el presidente vivió trece años, y donde era considerado como un interlocutor privilegiado en Africa y un ejemplo de moderación política. De hecho, y tras la independencia, los intereses ingleses en Kenia, desde los financieros hasta la propiedad de la tierra, han sido escrupulosamente respetados.

Kenyatta deja un país pobre (260 dólares de renta per capita), aunque de crecimiento económico sostenido, aislado políticamente en Africa y con graves problemas por resolver. El más inmediato es el de su sucesión. Las rivalidades tribales y personales, en cuyo equilibrado reparto Kenyatta era maestro, se entrecruzan en el contexto de un virtual partido único, la Unión Nacional Africana de Kenia (KANU), ya que otras formaciones han sido prohibidas o silenciadas, entre ellas la Unión del Pueblo de Kenia, formada en 1966 y prohibída tres años después, a raíz de las luchas desencadenadas por el asesinato de Toni Mboya, que encarnaba un intento de oposición moderada al arbitrismo personal de Kenyatta.

Los parlamentarios más críticos hacia el sistema han sido detenidos o amordazados, cuando no asesinados, como Kariuki, conocido por su denuncia de la cristalización del poder y la corrupción, y cuya muerte permanece impune desde 1975. En este marco político han de desarrollarse las elecciones generales del año próximo para elegir al nuevo presidente.

Kenia atraviesa una aguda crisis y tiene en la agricultura -café, té y maíz, fundamentalmente- su espina dorsal. Nueve de cada diez keniatas viven en el campo, del que sólo es plenamente cultivable alrededor de un 15 % de los casi 500.000 kilómetros cuadrados del país, habitados por catorce mifiones de habitantes.

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Las brutales desigualdades en el reparto de la riqueza habían sido mitigadas por Kenyatta mediante un programa de redistribución de la tierra y de «nacionalización» de los puestos de trabajo, que toca a su fin por su planteamiento paternalista.

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