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Fe en la necesidad del crecimiento económico

Las crecientes dificultades de la economía mundial, y más concretamente las que afectan a los capitalismos occidentales, subyacen, a fin de cuentas, tras el cauto optimismo exteriorizado por los siete dirigentes de los países supuestamente más ricos e industrializados, al término de sus conversaciones en Bonn. Optimismo cargado como en ocasiones anteriores, de promesas máso menos firmes, en el sentido de que sólo la cooperación entre las distintas economías occidentales será capaz de evitar situaciones irreversibles, que, por estar cada día más próximas. provocan esa misma voluntad de trabajar juntos para evitarlas.Como las tres anteriores, la cumbre de Bonn se cierra con una profesión colectiva de fe en el ecumenismo. Sin embargo, y a diferencia de Rambouillet, Puerto Rico y Londres, el encuentro de la capital federal se erige como una posibilidad de hito histórico, por cuanto supone la implantación de un nuevo estilo en el diálogo supranacional de las grandes potencias. Por primera vez, una serie de medidas concretas referidas a distintos estados macroeconómicos de los siete países se incluyen como compromiso final tras las deliberaciones. Medidas que antes de que concluya 1978 deberán ser discutidas y estudiadas en su aplicación y frutos por los miembros sectoriales de cada uno de los Gobiernos. Así surge la posibilidad -que no la seguridad- de que los siete puedan sentarse nuevamente a la mesa del diálogo el próximo año, probablemente durante el mes de julio. en la ciudad de Tokio, con el bagaje de unas realizaciones concretas y una coyuntura más esperanzadora que las que han rodeado las cuatro precedentes, incluida la que ayer concluyó en la capital de la RF de Alemania.

Cierto es que no se trata de la primera ocasión en que los buenos y constructivos propósitos se exteriorizan por parte de los siete grandes. pero no lo es menos que el «estilo» venía siendo otro y, lo que es más prometedor aunque más grave, la situación no había alcanzado los actuales visos.

Ya desde antes del inicio de la cumbre, el paro se revelaba como protagonista potencial de los debates. Aunque sólo se aluda a él en sus aspectos específicos, a nadie escapa que constituye preocupación fundamental de todos y cada uno de los países y que las consecuencias económicas y sociales que su perpetuación conlleva habrán animado a la mayoría a la hora de plantear ciertos «sacrificios» objetivos. Todos los interlocutores sentados en torno a la mesa en Bonn soportan, en mayor o menor medida pero sin excepción, importantes tasas de paro: tasas que, en las coyunturas más halagüeñas. presentan visos de como mínimo mantenerse estacionarias. Estos y no otros deberán, sin duda, haber sido los fundamentos esenciales de la profesión de fe colectiva en el crecimiento, formulada unánimemente por los jefes de Estado y de Gobierno. presentes en la Conferencia.

Otro factor en modo alguno despreciable, a tener en cuenta, es la peculiarmente difícil situación interna -a nivel nacional respectivo- con que se enfrentan prácticamente todos los reunidos. Ello ha provocado sin duda una buena dosis de moderación en los objetivos y medidas concretas señalados finalmente. Ninguno de los siete que han acudido a la capital federal podía permitirse el lujo de retornar a su país con una estela de concesiones tras de sí. Aunque, por idénticos motivos, es muy posible que todos se hayan visto forzados a ir más allá de sus habituales declaraciones de cooperación y buenos propósitos.

Con todo, hay que decir que quienes esperaban resultados prácticos de esta cumbre se han visto nuevamente decepcionados. Ciertamente los problemas e incó-nitas planteados al inicio de las conversaciones persisten en toda su magnitud. Por ello. tampoco parece sensato echar las campanas al vuelo cAra al futuro, augurando soluciones efectivas para los principales problemas de las economías occidentales. Lo que ha aunado criterios en Bonn ha sido el agravamiento progresivo de las dificultades y el convencimiento de que no existe ya situación social. política o económica que pueda quedar aislada o circunscrita a uno o varios países. La sbnda del impasse o crecimiento de las principales economías nacionales repercute directa e inmediatamente en el contexto general. Por el mismo razonamiento. los problemas no pueden ser nunca entendidos como estrictamente «internos». Pero, en cualquier caso, la historia muestra suficientes ejemplos de tentaciones a partir de los cuales las grandilocuentes declaraciones de cooperación y solidaridad se han tornado concepciones «salvadoras». Huelga decir que ahora mismo caminamos, a fin de cuentas, por esa indefinida línea que separa ambas concepciones.

En cualquier caso, lo que sí ha quedado claro en Bonn -por si no lo estaba- es la existencia de tres posiciones perfectamente diferenciadas: Europa, personalizada en el canciller Schmidt, con la complicidad con aspiraciones de «eje» de Valery Giscard d'Estaing; Estados Unidos, que no parece dispuesto a reducir su preponderancia, ni por vía monetaria ni por ninguna otra, y finalmente Japón, con sus peculiaridades sociales, laborales y económicas, que marcha hacia la consolidación de su industria de alta tecnología, abandonando los tradicionales sectores básicos. El resto de países se han limitado, una vez más, a ser simples «invitados» al diálogo, con escasas oportunidades para defender sus intereses más deteriorados. Algo que ha sido especialmente detectable en el caso de Italia, cuya presencia entre los «grandes» no aparece avalada por la marcha real de su economía, que ha transgredido, como ya hiciera en Bremen, la muralla impuesta por los responsables federales a los periodistas y ha reiterado, generalmente por boca de su primer ministro, Andreotti que sus postulados son raramente tenidos en cuenta.

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