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Reportaje:Salvador Sagaseta, escritor canario exiliado en Suecia desde hace algunos años, cuenta en La angustia sexual en las prisiones, libro que acaba de publicar, su propia experiencia como recluso en centros penitenciarios españoles. El libro es también una investigación sociológica sobre las limitaciones humanas esenciales que padecen los detenidos en las cárceles españolas. En esta entrevista, Salvador Sagaseta le cuenta a Juan Cruz su visión de lo que debe ser una reforma penitenciaria que tenga en cuenta este problema básico. Su conclusión es qué la cárcel debe ser abolida, pero considera que en este momento, la reforma iniciada por el director general de Instituciones Penitenciarias, Carlos García Valdés, es una conquista positiva, «una etapa hacia la abolición».

"En las cárceles españolas se ha manipulado la angustia sexual de los reclusos"

Salvador Sagaseta vive en el exilio, desde que cumplió la condena impuesta por un consejo de guerra que se le formó como consecuencia de la publicación, en una página literaria que él dirigía en el Diario de Las Palmas, de un poema de Pedro Lezcano titulado «Consejo de Paz» y considerado ofensivo por las autoridades militares de entonces.Mientras estuvo en la cárcel, Sagaseta recopiló material para su libro. Su interpretación del problema sexual en las cárceles puede conducir a conclusiones torcidas, pero el suyo es un estudio serio, prologado por el senador Juan María Bandrés. «Comprendo que, hoy por hoy, hablar de sexo puede sugerir una intención comercial y mucho más si, como yo he hecho, unimos sexo y tortura carcelaria, que son dos diablos de moda», dice Salvador Sagaseta.

«Sin embargo, añade Sagaseta, hace ya mucho tiempo que en Italia se estudia el problema sexual en prisiones, entendido como un hecho político. El recuerdo que conservo de prisión es el de un mundo enteramente dominado por la angustia sexual, aunque, significativamente, el preso habla mucho de cuestiones sexuales (sobre todo, presuntos recuerdos de la libertad o proyectos para realizar a la salida), sin que casi nunca reconozca en sus conversaciones con sus compañeros cómo pesa sobre él mismo la angustia sexual en aquel momento. Creo que ese hecho es sintomático: verse sexualmente impedido es una humillación que la víctima no quiere reconocer.»

Para Salvador Sagaseta, «el olor a esperma en las celdas, las mantas con semen viejo, las violaciones de menores, los dramas homosexuales, la miseria material y sexual, las cartas de amor leídas mil veces en un ángulo del patio, todo eso no son más que las señales externas de un drama que cada hombre vive en su intimidad y que acaba haciendo de él una sombra humana, dócil y estúpida, dotado de una hipersensibilidad infantil donde se mezclan el llanto y la explosión histérica».

Salvador Sagaseta no cree que «la prisión intente recuperar al delincuente. Al contrario, la prisión entiende la marginación definitiva del paria, su degradación definitiva, el hacer de él un monstruo moral incapaz de relacionarse con los demás y de obtener de la vida en común la energía necesaria para transformar su rabia en respuesta colectiva. En este sentido, la constricción a la homosexualidad, que se deriva de la inhibición sexual forzosa, o de la imposibilidad de relaciones heterosexuales, cumple perfectamente el objetivo. Un paria homosexual es paria por partida doble, y dos veces marginado. Y esto es lo que se pretende: disolver la rabia de la exclusión».

«Me parece muy importante, dice Salvador Sagaseta, que en España se haya planteado el problema sexual en prisiones a la hora de intentar la reforma carcelaria. Eso sugiere una importante ventaja nuestra respecto a Italia, por ejemplo, donde se ha hablado mucho del problema sexual en las cárceles, y de forma muy rigurosa, sin lograr que el problema se contemple oficialmente. En este sentido creo que ha sido importante, quizá determinante, la atención que han dedicado al problema los senadores y diputados de asalto vascos, concretamente los compañeros Juan María Bandrés y Letamendía, así como la capacidad receptiva ante el problema demostrada, en principio, por García Valdés. De todas formas, me parece claro que la visión del director general de Instituciones Penitenciarias acerca de los derechos sexuales de los presos corre el riesgo de convertir el derecho sexual de los penados en materia de premio disciplinario, con lo que la discriminación sexual no se superaría, sino, al contrario, sería objeto de nuevas manipulaciones degradantes.»

En términos generales, Salvador Sagaseta estima que la reforma penitenciaria no debe incluir coitos-premio-a-la-obediencia, ni debe contemplar las relaciones heterosexuales, posibles para los penados a los que se le conceden permisos, como exclusivas de aquellos que observan lo que se llamaría «buena conducta». «Por ejemplo, es muy dudoso que con este sistema hagan el amor etarras y grapos.» Sagaseta cree que se corre el peligro de hacer «un uso humillante de la angustia sexual de los detenidos, usándola como premio a la sumisión ejemplar».

Salvador Sagaseta estima, con respecto a la reforma de las prisiones, se ha sufrido un retroceso a raíz de los últimos incidentes habidos en los distintos centros penitenciarios y cree que fas relaciones entre los presos y la dirección general vuelven a ser tensas después de haber pasado «una falsa atmósfera idílica».

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