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Escepticismo con España de fondo

En medio de un generalizado escepticismo por parte de los observadores, los dirigentes de los nueve países de la CEE se han reunido en la ciudad de Bremen para cubrir un nuevo eslabón en el propósito de unificar actuaciones y criterios, especialmente en lo que a la crisis económica se refiere. Tras las impresionantes medidas de seguridad que rodean la celebración de esta segunda cumbre anual comunitaria, desarrollada en el bello casco antiguo de la ciudad, se adivina un claro intento hegemónico de los dos países más aventajados tradicionalmente en la idea europea: Francia, apoyada en su casi obsesiva grandeur, y la República Federal de Alemania, cuya potencia económica la coloca en posiciones de claro protagonismo y la convierte en el único interlocutor válido de Estados Unidos y Japón, los dos invitados que se agregarán en Bonn a las discusiones, dentro de solamente ocho días. Algunos europeos, por el contrario, no acudirán a la capital federal, lo que es motivo de no pocos recelos, cuando franceses y alemanes pretenden erigirse en portavoces autorizados del sentir comunitario.La Europa sobre la que se debate en la ciudad de Bremen, no parece responder a la idealizada por no pocas fuerzas nacionales de los actuales nueve miembros. Es también una Europa que se sabe potencialmente ampliada a corto y medio plazo, cuando se consolide la admisión de los tres candidatos ya optantes al ingreso: Grecia, Portugal y España. Pero sobre todo es una Europa cargada de problemas. Las tensiones monetarias arrecian cíclicamente. Las tasas de desempleo son ya muy graves y tienden a acentuarse progresivamente. Los problemas comerciales apenas han sido solventados por una mal pergeñada táctica proteccionista. La insuficiencia energética y de materias primas plantea problemas a corto, medio y largo plazo. Y, junto a todo ello, los sectores industriales básicos se enfrentan a una creciente competencia extraeuropea y padecen una elevación de costes que les hace perder competitividad a marchas forzadas. En lo positivo, sólo cabe citar los logros alcanzados en el control de la inflación, aunque a costa de moderar drásticamente las tasas de crecimiento, con la lógica repercusión negativa sobre el empleo.

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El tema de fondo de las discusiones es, sin duda, la desigual salud económica de que disfrutan los nueve integrantes del «club» continental. La mejor posición en este sentido es obviamente la germana, que ha resistido implacablemente hasta el momento las presiones de los menos favorecidos para que hiciera las veces de «locomotora», propiciando la reactivación comunitaria a partir de unas mayores previsiones de sus tasas de crecimiento, esencialmente por la vía de aplicar una política monetaria más expansiva. Esta postura rígida puede variar en este corto encuentro de dos jornadas si, como se asegura, el canciller Schmidt ha evaluado ya el precio del apoyo alemán y ha encontrado interlocutores -acaso Giscard- dispuestos a asumirlo.

Esta evolución de criterio, por parte germana podría surgir condicionada a la creación de una zona monetaria «saneada» en Europa, a partir previsiblemente de una potenciación del fondo monetario europeo, que sirviera al marco para resistir mejor los envites de los mercados internacionales, cuya evolución en los últimos doce meses ha supuesto una revaluación de hecho de la divisa germana de hasta el 18 % frente al dólar.

Otro tema a plantear es la ampliación de la Comunidad, con especial referencia a España. Los alemanes parecen notablemente interesados en propiciar un ingreso rápido de Madrid, por considerar que ello facultará una importante vía de acceso a mercados tercermundistas, especialmente latinoamericanos, hasta ahora vedados a Europa por la fuerte presencia norteamericana. Frente a esto, pueden oponerse contemporizaciones de países que -como Francia- definen gubernamental mente la candidatura española, pero hacen valer en la mesa de las decisiones las demagogias oportunistas de los partidos opositores, apelando a presentes, futuras o aun pasadas elecciones.

En cuanto al tema del paro, no cabe duda que ha sido la presión de las distintas fuerzas sindicales la que ha propiciado su directo protagonismo. Puede ser esta la primera oportunidad en la que no se discuta la «tasa de paro soportable», sino que se pase a considerar prioritaria la toma de decisiones para reducir urgentemente el número de desocupados, ya sea en base a criterios sociales o simplemente económico-consumistas.

Con todo, el escepticismo preside el ánimo de los observadores. Escepticismo que alcanza incluso a lo que pueda acontecer en Bonn, dentro de tan sólo ocho días, como cabe deducir de las continuas invocaciones Y referencias a las convocatorias precedentes; desde Rambouillet a Londres, pasando por Puerto Rico. En definitiva, las ansias nacionalistas prevalecen y nadie se atreve a asumir el coste político que, sin duda, entrañaría la revisión global del modelo económico que los puros expertos insinúan, de modo más discreto que convincente.

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