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Tribuna
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La picaresca electrónica

Manuel Vicent

La picaresca, que es un género literario, puede ser incluso un arte político refinado a condición de que no lo cojan a uno con las manos en la masa. Es decir, cualquier diputado a la hora de votar puede darle un pellizco a la llave de su compañero ausente, según los usos y costumbres de cada escaño, siempre que el señor Solé Tura, debidamente avisado, no lo descubra y lo denuncie públicamente. El principal enemigo de esta picaresca parlamentaria no es el reglamento, sino el sentido del ridículo, esa cara de ratero que se te pone cuando te sorprenden con el dedo en la tecla del prójimo. En la sesión de ayer el Congreso de Diputados ofreció el deprimente espectáculo de una chorizada electrónica.Se había debatido el artículo tercero de la Constitución, que trata de la confusión de lenguas, no de la confusión de llaves. Los vascos y catalanes ya habían reclamado los derechos de su idioma, Alianza Popular ya se los había negado, los socialistas ya habían callado, la UCD ya había matizado, como siempre. La polémica lingüística estuvo dirigida por Licinio de la Fuente, que es un paternalista que habla muy alto. Y fue alternada por Trías Fargas, que va a todas partes con el libro de contabilidad. Licinio de la Fuente, con mucha dulzura laboral, quería abrigar con el castellano a los emigrantes en Cataluña y en el País Vasco, como las damas del ropero cubren con mantas toledanas a los pobres del suburbio. Mas para Trías Fargas este es sólo un problema de dinero. Sucede siempre con este diputado. Sus palabras van acompañadas por una corriente monetaria interior y en este caso su defensa del catalán sonaba también a metálico, su lección política tenía un agradable perfume de billete de banco. Fue inútil que Fraga le recordara una conseja del rabino Sem Tob, porque Trías Fargas exije siempre que los consejos se los den en dinero. Y los de Alianza Popular sólo tienen frases redondas, pero no sueltan un duro.

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Y en esto llegó el momento de votar. Las enmiendas iban cayendo una a una, hasta que llegó la de los socialistas de Cataluña, donde se produjo un empate acompañado por esa ovación típica del remate que roza el larguero. La enmienda de los Socialistas de Cataluña era importante y la utilidad marginal de un voto se convirtió en decisiva. De modo que los bedeles cerraron las puertas cuando los timbres habían tocado alerta en los pasillos. Se iba a repetir la votación. En un clima de gran expectación el panel electrónico repitió el empate, Pero esta matemática parda no encajaba. Estaba claro que alguien había metido la mano en el puchero.

El Partido Comunista está bien organizado y tenía observadores colocados sobre la vertical del tendido de UCD. La secretaria de Carrillo desde la tribuna del público fue la que sorprendió a un centrista pulsando la tecla de un escaño vacío y dio el parte cifrado con señas a los suyos. A partir de este momento, imagínense ustedes la sublime horterada: el Parlamento, de la novena potencia industrial del mundo sometido a la convicción culpable de una trampa de patio de colegio. Ningún grupo ha protestado con demasiado énfasis, porque la práctica mcrbosa de teclear en el escaño del vecino es muy usual. Pero si esta picaresca cayera en cascada desde la alta institución que confecciona las leyes hasta la cabeza del último mono que tiene que cumplirlas, este país podría convertirse en un bebedero de patos. Esta es la moraleja zarrapastrosa que se deduce de esta fábula electrónica, entre hortera y colegial, de la sesión de ayer.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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