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Tribuna
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En las fuentes del giscardismo

La España nacida del franquismo conoce hoy un equilibrio que le pueden envidiar los demás países de Europa: la conjunción entre la renovación democrática y la permanencia de la Monarquía es la clave de ello. La supervivencia de las monarquías en Europa occidental constituye, en efecto, una ocasión histórica de preservar la diversidad de las naciones frente a la ascensión de los totalitarismos y frente a las ambiciones disolventes de la supranacionalidad excesiva.Siendo federal en el interior, la Monarquía constituye en el plano nacional el cerrojo gracias al cual pueden también desarrollarse las diversas regiones dentro de los reinos. Siendo soberana hacia el exterior, permite que las naciones en su pluralismo lingüístico y cultural no se dejen absorber por la civilización lamentable del condicionamiento mercantil ni por el igualitarismo de la masa totalitaria.

Pero, desde 1962, gracias a la reforma constitucional que propuso la elección del presidente de la República por sufragio universal, manifestación directa de la voluntad general, Francia se encuentra también en la situación favorable de conocer una legitimidad que continúa la tradición monárquica, con la diferencia de que en lugar de una continuidad dinástica, existe una elección y que en vez de la consagración se tiene la expresión libre de la soberanía popular.

Valery Giscard d'Estaing es hoy su depositarlo. Varias veces antes de la campaña electoral de marzo del 78 y a lo largo de esta campaña supo mantenerse como vínculo de unión por encima de los partidos y de las rivalidades políticas. Esta voluntad de ser el nexo de unión entre la derecha y la izquierda de Francia es el primer rasgo diferencial del giscardismo.

De ahí que, lejos de cualquier idea dinástica o de cualquier proyecto de restauración, Francia ha vuelto a encontrar un «clima» monárquico puesto que el presidente ha sabido definirse como el árbitro y responsable.

El presidente es árbitro como continuador de la monarquía secular pero avalado aquí por una manifestación directa y consensual de la voluntad general: en este sentido su elección se acerca a un contrato social. Responsable Valery Giscard d'Estaing lo es hoy gracias a la confianza que el pueblo soberano le ha otorgado en la elección, pero también porque se puede apoyar con su Gobierno en una mayoría en el Parlamento. Al contrario de los jefes de Estado de Europa del Norte, el presidente de la República no sólo reina, sino que también gobierna.

El resurgimiento del liberalismo

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El corolario de esta visión activa del ejercicio de su función se tiene que encontrar con la concepción de la democracia pluralista respetuosa de las diversidades tradicionales y de la libertad de las comunidades en los diversos niveles de la sociedad. Intentando disminuir el papel del Estado-providencia, al dar marcha atrás al imperio del jacobinismo todopoderoso, la acción de Valery Giscard d'Estaing podrá ser la posibilidad de ver resucitada en Francia una forma de liberalismo más valiosa todavía que el liberalismo económico de la libre empresa: el liberalismo político.

Respecto a la vida privada capaz de liberarse de los acondicionamientos agobiantes, respeto a la libertad de opinión y de prensa, impulso a las iniciativas privadas, este liberalismo político del cual la sociedad inglesa da todavía un ejemplo a pesar de la invasión reciente de la burocracia, reposa en una filosofía de la responsabilidad: en vez de que el ciudadano permanezca pasivo frente a las instituciones, tiene que volverse activo y responsable. A él le corresponde reanudar un contrato social dinámico con la comunidad.

Esta necesidad de liberalismo político en el respeto del pluralismo puede con legitimidad extenderse al resto de Europa.

La próxima elección de la Asamblea Europea por sufragio universal permitirá que los pueblos se sientan más sensibilizados para coger las riendas de su propio destino con el fin de gestionar juntos lo que yo llamo común de Europa, compuesta por normas ecológicas, búsqueda de nueva energía, reglas del saber vivir económico, apoyo a los derechos del hombre y a la justicia social.

Porque una de las fuerzas de la visión liberal, tal como lo entendemos y tal como hoy lo esperamos, de un giscardismo consolidado por la elección reciente, es no haber apelado a las ideologías anticuadas (del siglo XIX, para favorecer, de manera sectorial y modulada, la justicia social, así, la participación, la redistribución flexible de los ingresos, la subida de los salarlos bajos, todos estos proyectos no necesitan el corsé pesado y sistemático del marxismo, del socialismo. Ser social, sin socialismo, eso podría ser el lema de una obra giscardiana en materia de justicia social. No faltan los ejemplos en la historia de Francia de innovación, de atrevimiento en materia social, a partir de bases políticas que se podrían clasificar inicialmente como a la derecha: Albert de Mun y el cristianismo social se llevaban bien con el legitimismo del siglo XIX, y es la burguesía orleansista la que paralizó el esfuerzo de estos profetas de la justicia social. Pero el modelo aún más cercano y más pertinente que a uno le gustaría evocar, es el de Disraeli, cuya audacia social iba a la par con un estilo. Este mismo estilo es el que se podría desear para Francia y para la Europa de hoy en la que los totalitarismos y los fascismos están en declive.

*Autor de «Pavane pour une Europe defunte»y «De les nouveaux primaires», Jean Marie Benoist, filósofo, escritor, fue candidato giscardiano en las últimas elecciones legislativas contra Georges Marchais, primer secretario del PCF.

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