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Tribuna
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La "bella Italia" tramonta

Di Stéfano ha dicho que le está gustando el fútbol que se ve en el Mundial argentÍno. Bien es verdad que, según el chiste del examen, había un estudiante al que el olor del ácido sulfúrico le agradaba. Además, que Di Stefano aventuró esta opinión respetable el sábado, y fue precisamente veinticuatro horas después, cuando se jugaba en Rosario uno de los partidos más sucios y negativos que pueden verse, porque en eso paró la «final anticipada» entre Argentina y Brasil bajo el silbo de un árbitro húngaro y tontorrón.Pensar que todo fútbol pasado fue mejor, actitud nostálgica y un tanto «gaga», es una cosa, y otra no sentir que algo parecido a una furtiva lágrima aparece en su sitio al recordar lo que fueron las «finales anticipadas» o sieteinesinas de 1954, tan frustradas como lo suelen ser siempre, ya que la selección alemana, que no figuraba en ninguna, ganó la buena, pero ello no concluye en que los encuentros Hungría-Brasil o Hungría-Urugay. con sus sendos 4-2 finales, no fuesen partidos como la copa de un pino. Y para que la nostalgia no viaje tan lejos, podemos recordar, y no hace mucho de ello, lo que fue el Italia-Alemania de México. Cualquier parecido con el encuentro de Rosario sobre alfombra de papel higiénico, que desarrollaron los discípulos de los señores Menotti y Coutinho., es pura coincidencia. Lo que le pasa a Di Stéfano, como bien se le notaba en el terreno, es que no sólo era un jugador fabuloso, sino que le gustaba el fútbol más que nada en la vida y le sigue gustando. Quien erigió en el jardín de su casa un monumento»privado al balón, le parece que todo lo que sea jugar con éste lo toca el rey Midas y lo hace de oro.

Con todo, algo se puso en claro el domingo entre este mal partido y los restantes, que tampoco fueron nada de particular, sino de una manera relativa al de Rosario. Ya hay dos selecciones de las ocho finales que no accederán a final alguna: las de Austria y Perú. Otras dos, si se encaraman a ellas, tienen sólo billete de final de consolación para el tercer puesto: son las de Alemania y Polo nia, a no ser que sucedan cosas milagrosas como. por ejemplo, que Argentina no gane a Perú para esta última., más otras conjunciones de astros. Y pari el caso de Alemania cualquier resultado del Italia-Holanda que no sea empate le veda ya el primer puesto y, por tanto la finalísima.

Para los cuatro puestos rentables para los encuentros del 24 y 25, en el estadio del River se dibujan con bastar te firmeza las selecciones de Argentina en primer término, luego las de Holanda e Italia ex-aequo y finalmente Brasil. La probable final debe ser entre Argentina y una de las dos selecciones siguientes. La ventaja es que no habrá otro Argentina- Brasil ni se reproducirá su mugre futbolística. Algún mejor fútbol se verá, si Dios no nos deja de la mano, pero el panorama se carga de escepticismo cuando la «squadra» italiana, que fue desde el comienzo la que mejor jugó, parece que comienza a ratear y los técnicos de cuota comienzan a sugerir cambios en sus piezas. Quizá la gente de Bearzot esté sufriendo ya la fatiga del metal físico y técnico que representaban o las demás selecciones han aprendido su estocada de Nevers.

Y no deja de ser una lástima, porque era el único equipo que dio la impresión de saber lo que hacía y hacerlo bien en el campo. Pero para llegar a la final ha de ganar a Holanda, porque el empate no le vale, ya que no goleó a Austria. A lo mejor si no gana y Alemania lo hace por diferencia el miércoles, ni siquiera estará en las finales. El sexto partido en un Mundial es como el asalto trece en un campeonato mundial de boxeo: pesa mucho. Pesadumbre de la que la selección española está tan ignorante como un niño lleno de candor.

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