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El Barcelona marcó todos los goles en la despedida rayista

El Rayo se despidió de su afición por esta temporada ganando al último «grande» que le faltaba. En un partido bastante malo de calidad -sobre todo en la segunda parte-, con el exceso habitual de centrocampismo, demostró una vez más que en el fútbol goles son triunfos. Aunque el equipo azulgrana dominó casi siempre, el vallecano fue a lo práctico, tratando de sorprender al contraataque a su rival. Sólo lo consiguió en el segundo gol, pero le bastó para sumarlo al anterior fallo defensivo del campeón de Copa. En la segunda parte, con el Barcelona más entonado y tras encajar su único gol nada más empezar el juego, el cuadro madrileño pasó apuros, con fallos en su defensa, y tuvo suerte en varias ocasiones. A un nivel quizá más bajo que en otras ocasiones importantes, pero sin desentonar, fue nuevamente el equipo «matagigantes» de esta temporada. Al Barcelona, pese a no irle demasiado en el envite, sólo le faltó la suerte citada para obtener un mejor resultado. A fin de cuentas él marcó todos los goles. Neeskens, en propia meta, fue el máximo artillero.El objetivo del Rayo ayer, aparte de sumar algún punto que le alejara definitivamente de todo peligro, debía ser venrer al último equipo de categoría que pasara por su campo en su temporada de estreno en Primera División. Debía ser y así fue, porque el Barcelona cayó dérrotado lo mismo que sus predecesores: Atletic de Bilbao (3-2), Atlético de Madrid (2-0), Real Madrid (3-2), Spórting de Gijón (3- 1) y Valencia (3-0). En Vallecas también fueron derrotados el Betis (4-2), Cádiz (6- 1), Hércules (2- 1), Sevilla (4- 1), Rácing y Real Sociedad (1-0). Sólo empataron Burgos (0-0), Español y Las Palmas (1 -1) y Salamanca (3-3). Unicamente ganó el Elche (0- 1). El Rayo, que obtuvo peores resultados con los equipos débiles, forjó su permanencia -y en ciertos momentos su gran temporada revelación- ante los fuertes.

El Barcelona no iba a ser una excepción, y el cuadro de Héctor Núñez, con su estilo habitual del 4-4-2, sin interés especial de imponer un dominio al rival, sino aprovechando con enorme sentido práctico las ocasiones en cualquier contragolpe, volvió a imponerse. En fútbol está claro que no sirve de nada mandar en el campo -y más con el empacho centrocampista existente- si no se concreta el dominio en goles. El Barcelona sólo tiró dos veces a puerta en la primera parte, por medio de Asensi -que no retuvo Hierro, un portero vulgar e inseguro hasta en las salidas- y de Cruyff. El holandés, en su despedida madrileña, sólo volvió a dejar los detalles de su clase innegable con cuentagotas. Su frialdad contagia, naturalmente, a un conjunto que gira a su alrededor.

El Rayo, en cambio, llegó cinco veces con peligro a los dominios de Mora en la primera parte y marcó dos goles. Incluso pudo conseguir otro, si el cabezazo hacia atrás de González, en otro saque diabólico de córner a cargo de Landáburu, no lo toca ligeramente Mora y se pasea por el larguero. Nieto sostuvo lo suficiente a Cruyff, como se esperaba; Guzmán apoyó en posición de media punta los contraataques rápidos de González y Alvarito y tanto Landáburu como Fermín se lucieron en servirles pases largos siempre peligrosos para un Barcelona que quiso imponer su ritmo y se vio más sorprendido que otra cosa hasta su reacción de la segunda parte.

Michels volvió a utilizar a Neeskens de defensa libre y lo desaprovechó, pues marcó los dos goles del Rayo al principio, y cuando en la segunda parte se adelantó, nunca encontró el sitio en el campo. Migueli marcó absurdamente a Alvarito -por la diferencia de estatura- y pasó sus apuros lógicos. Sólo cumplió De la Cruz, que se ocupó de González y fue el mejor, premiado, además, con el gol. Después marcaría a Salazar, al que no dejó tocar un balón, mientras Olmo, otro jugador desorientado al principio, pues actuó de hombre libre en el centro del campo, tapando huecos, pero sin organizar nada, se ocupó de González. En esos momentos el Barcelona fue ya dueño y señor. La entrada de Salazar por Fermín le sirvió a Héctor Núñez para «ocupar» a De la Cruz, muy suelto, pero debilitó, lógicamente, su centro de campo, donde, aparte de la lucha particular Cruyff-Nieto, Luna le habla podido a Sánchez, mientras se sostenían Asensi, Zuviría y Olmo, por un lado, y Guzmán, Fermín y Landáburu, por el otro.

En la lucha centrocampista que imperó en el partido el Barcelona profundizó ya más tras el descanso -aun con las nulidades siempre de Rexach y Bío, muy bien vigilados por Anero y Tanco- y pudo marcar varias veces. Aparte de dos tiros de Macizo y Asensi, paradas en dos tiempos por Hierro, Tanco salvó en la línea un cabezazo de Bío, y el mismo Hierro otro junto al poste, de Neeskens, así como un tiro, que también se le escapó de las manos y lo recogió de carambola tras dar en la madera. El Rayo, fiel también a sus segundos tiempos de angustia, no tuvo ya ni fuerzas para los contraataques, con nervios defensivos y sin lanzadores.

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