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Tribuna:
Tribuna
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La filosofía, la religión y la juventud

En el lapso de pocas semanas se han celebrado, o siguen celebrándose, cuatro series de actos filosóficos de alcance nacional: las jornadas filosóficas de Alicante, el congreso de filósofos jóvenes de Burgos, el ciclo de conferencias filosóficas en homenaje a la memoria de Alfredo Deaño, en el Colegio Mayor Isabel de España, de Madrid, que cuando escribo estas líneas está ya próximo a concluir, y el curso, también de conferencias sobre filosofía, organizado por el Colegio de Doctores y Licenciados de Barcelona. Todos estos actos han constituido o están constituyendo verdaderos acontecimientos en cuanto a la afluencia de público y, lo que es todavía mucho más importante, en cuanto a la intensidad y el calor de la participación. Con los encuentros religiosos no organizados por la jerarquía eclesiástica está ocurriendo algo semejante: el curso que, organizado por la Iglesia universitaria, tuvo lugar el año pasado, reunió una cantidad enorme de estudiantes, para el que está a punto de inaugurarse no es difícil augurar un éxito igual y, con un carácter diferente y deliberadamente restringido, es indudable que el foro sobre el hecho religioso, que tuvo lugar a principios de año, ha sido uno de los mayores sucesos culturales ocurridos en lo que llevamos de año. Sucesos que se producen, repito, a escala nacional. Hasta en Ávila, ciudad pequeña y considerada como religiosamente conservadora, un breve ciclo de conferencias y debates religiosos, en los que hemos participado personas tan alejadas del aparato eclesiástico como Manuel Reyes Mate, Enrique Miret y yo, atrajo al convento de Santo Tomás a muchísimos asistentes que participaron en los coloquios desde los más diversos puntos de vista, con inteligencia y muy acertada oportunidad. Como estos actos movilizan sobre todo a los jóvenes -aunque no sólo a ellos: a los jóvenes de espíritu también- es importante preguntarse el porqué de este auge del interés por la filosofía y por la religión en libertad. Hagámonos, pues, esta pregunta separadamente en lo que concierne a una y a otra.La filosofía, para quienes felizmente no practican la «acción directa», está siendo la heredera de lo que, durante el franquismo, significó la resistencia política universitaria: la forma de expresar, dentro de una pseudodemocracia de «pactos» en despachos y pasillos, y de politicismo, el rechazo de un juego transaccional vuelto de espaldas a los verdaderos problemas culturales y morales. Si se me permite la exageración, diré que la filosofía -la filosofía no académica, no oficial u oficiosa, claro- es el partido político-cultural de quienes no pertenecen a ningún partido político, o pertenecen al que sea con muchas reservas. En cuanto a estos últimos, me parece significativa la reacción que creí percibir entre los jóvenes de ID, cuando hablé en el ciclo España, hoy; e igualmente, de acuerdo con la interpretación de Claudín y de otros, pienso que la «fronda» en el PC procede en lo hondo, más que de una reivindicación del «leninismo» (¿qué podría ser eso, entusiasmo por el organizacionalismo y estatalismo a ultranza, entusiasmo por el tecnoburocratismo de la URSS?), de una voluntad de radicalidad frente a las habilidades del carrillismo (que, en cambio, y pese a todos los pesares del pasado, está atrayéndose las simpatías de la burguesía «civilizada»). Filosofía -filosofía en sentido amplio, también, por tanto, sociología filosófica radical, literatura reflexiva del mismo corte y, en general, crítica de los fundamentos de la sociedad «moderna», a la vez consumista, permisiva e hipócritamente represiva- quiere decir, para los jóvenes, revolución cultural o, dicho con otras palabras, el modo no-salvaje hoy de subversión, subversión moral.

La actual y creciente significación de una religión o religiosidad libre posee, a mi entender, un sentido paralelo. Movidos por una voluntad de dación de sentido a una vida como la actual, completamente banalizada, los jóvenes buscan -en la droga, en el erotismo, en los más insensatos extremismos, en una religión que no tenga nada que ver con la eclesiástico-católica- una totalización simbólica de la existencia.

Que no tenga nada que ver, acabo de escribir, con la organización eclesiástica, pero tampoco con el Gobierno establecido. Sospecho que, más o menos subconscientemente por lo que se refiere a esto último, don Fernando Sebastián y mi antiguo amigo Olegario González de Cardedal lo perciben así, y eso es lo único que explicaría -justificarla es imposible- su sinuosa y destemplada carta a EL PAÍS sobre mí. ¿Desde cuándo nadie que esté en sus cabales puede considerar «calumnioso» -es lo que sugieren con su de otro modo impertinente referencia al manoseado «calumnia, que algo queda»- el que yo afirme que estos teólogos, a través de su bien probado taranconismo -¿o también esto es otra «calumnia»?- están sirviendo los intereses de UCD y de su novísima fórmula de alianza con el Altar? Mi afirmación podrá ser falsa, pero tacharla -sin decirlo abiertamente, claro, según un estilo muy conocido de calumniosa, resulta pintorescamente injurioso para UCD, la cual podría ahora indignarse con ellos con más razón que ellos conmigo. Por lo demás, no hace falta agregar que no era a ellos sino a mis lectores en general a quienes quería describir «lo que son y donde están» y me parece también que, desde su propio punto de vista, es un error este vano intento por desmarcarse. según lección diríase que aprendida del Opus Dei de otros tiempos. La relación UCD-Patino-Tarancón-teólogos taranconianos, a mí me parece, quizá equivocándome, estructuralmente muy clara. Personalmente no estoy por una opción política «de inspiración cristiana», como se dice ahora, pero lo «anacrónico» será el hacerla y no, una vez adoptada, su fundamentación teológica, cuya falta es lo que yo, poniéndome en su lugar, echaba de menos en ID, y que los partidos políticos enteramente laicos, por el contrario, no necesitan para nada, antes al contrario, les estorbaría.

Los firmantes de esta carta cuya réplica está ocupando, por desgracia, la mayor parte del presente artículo, me «agradecerían». según dicen, que les dijera cuáles son sus relaciones, profesionales u otras, con los hombres de UCD. Aunque no es esa la cuestión, porque las relaciones del taranconismo con el suarismo, o de la Iglesia con el Gobierno, no son ya ostentatorias, como durante el franquismo, ya que se me pide, daré un botón de muestra de diferencias (en un aspecto de la cuestión, repito, completamente secundario). Don Fernando Sebastián colabora regularmente, y creo que desde su fundación, con el. Instituto Nacional de Prospectiva, cuyas actividades no parecen, a primera vista, muy afines a las de la teología. Cuando yo fui invitado por dicho Instituto, su director, Jesús Moneo, tuvo que vencer, amablemente, mis expresas reservas hechas por escrito, y aun así, en mi por ahora única colaboración, una conferencia pública, ironicé -es decir, contrarresté con creces- mi aparición en el marco de una entidad directamente dependiente de la Presidencia del Gobierno. Mis maneras serán lo que sean, pero desde luego no son «clericales».

Las de mis contradictores lo son irremediablemente. hasta en los tics. Según ellos, yo poseo «unos sutiles elementos de poder» que gracias a «la benevolencia de poderosos amigos», me dan «libre entrada en las páginas de EL PAÍS». Es decir, siempre en el consabido estilo clerical, se insinúa una conspiración cuasimasónica entre EL PAÍS y, yo, para atacar a la Iglesia, supongo. La verdad, sin embargo, es tan sencilla como esto: digo lo que quiero en La Vanguardia exactamente igual que en EL PAÍS porque por acuerdo con sus respectivos directores, soy colaborador regular en uno y otro diario. Ese es el secreto de toda esa «influencia» que se me supone, sin duda mucho menor que la de Patino y el propio Olegario González, o que la de Carrillo y Azcárate, tanto da, cuando consiguen ver publicados los artículos que espontáneamente envían, en el día justo que les conviene.

Muchas veces se ha dicho que, entre tantas cosas como alejan al aparato católico-eclesiástico de la sensibilidad actual, no es una de las menores el «estilo clerical», del que la carta que comento es un dechado. Mi artículo empezó tratando un buen tema, el de la actualidad de la filosofía y el de la actualidad -según espero, creciente- de la religión en nuestro país. Pero interrupto, ha teminado tratando un mal tema, el de la inactualidad del clericalismo y de una cierta manera de entender el catolicismo. Ha sido un verdadero anticlímax, bruscamente sobrevenido, por el que pido perdón.

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