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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Marginados

Hay, lamentablemente, una serie de problemas a los que nos hemos ido acostumbrando como algo inevitable en cualquier comunidad civilizada. Unos desfases sociales cuyas consecuencias parecen no afectamos directamente y que, por esto, dejamos en el alero de las responsabilidades colectivas. Es un ejemplo más de sublimación material ante la llamada de la buena conciencia de nuestro espíritu.Parece no preocuparnos y es, repito, lamentable el que unas personas hayan quedado olvidadas en el abismo del dolor, de las enfermedades, del hambre, como un castigo irremediable a su condición de pobres sin suerte y, de humildes de ideales frustrados. Es ignominioso que, ante la declaración completamente desnuda de sus heridas, reaccionemos con la más vacía indiferencia. Y esto, hoy por hoy, sucede aquí, en Madrid, capital de una de las diez naciones más industrializadas del mundo. Claro que, los más optimistas pueden consolarse recurriendo al ejemplo del Harlem neoyorquino, etcétera. Entonces, yo tendré que buscar rápidamente algún sinónimo de racista para contravenirles.

Siempre la misma contemplación; es indignante ver esas piernas al aire, descoloridas y malsanas; esos cuerpos deformados; esos niños desnudos sobre unas mantas carcomidas, pulgosa, que suplica limosna a la puerta de los metros o arrodilladas en cualquier esquina de nuestra capital indigna presenciar esos pobres hombres de canosa barba, con la mano extendida de vergüenza, apostando sus cincuenta y pico años improductivos y deshechados sobre el quicio de alguna puerta haciendo temblar su boca hambrienta hacia la marioneta de la prisa, que apenas si tiene tiempo de cruzar una mirada y unas monedas y decir amén por aquellas despreciadas humillaciones de la sociedad.

Y así, lo que debiera ser un acto de humanidad, de limpia dignidad, se convierte en una misericordia lastimera que aparece y desaparece en nuestro tiempo y en todas las épocas, como el agua terrosa de un pozo donde, de vez en cuando, cayera una lagartija recordatoria.

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Hay una escala de valores para cada momento histórico, por la que se nos hace preciso luchar; sobre la que nos es dado reflexionar. De ella, hay algunos problemas que ya no aparecen, porque, aparentemente, parecen haber quedado superados como pertenecientes a otra época, allá por la era del sílex, del feudalismo o, las abarcas del 32; pero que están ahí y que no son fantasmas aunque así, como meros espectros, se lo hagamos pasar a nuestro bondadoso inconsciente.

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