Un librero, cerebro del secuestro del barón de Empain
Los autocares que paseaban a los turistas europeos que celebraban el lunes pascual en París, modificaron sus itinerarios normales a lo largo de toda la jornada de ayer para visitar el «monumento de actualidad de la jornada europea»: el domicilio de la avenida Foch del barón Eduardo de Empain, 41 años, joven «bien nacido», 150 sociedades, 120.000 empleados y 22.000 millones de francos anuales de cifra de negocios, es decir, una de las fortunas industriales más poderosas de Occidente.
El barón, sano y salvo, aunque falto de un trozo del anular izquierdo, había sido liberado el domingo por la noche, tras 62 días de secuestro.El ministro francés del Interior, Christian Bonet, felicitó calurosamente a la policía porque no medió rescate alguno para recuperar al barón que, en el momento de su desaparición, movilizó 14.000 policías que controlaban diariamente unas 150.000 personas y 200.000 coches.
El barón de Empain, del que la opinión francesa se había olvidado completamente durante las últimas semanas, reapareció el domingo a las diez y media de la noche en la plaza de la Opera parisiense. Salió de la estación del metro, entró en un drugstore ubicado en este lugar, pidió una ficha de teléfono y comunicó con su domicilio. Su esposa, al oírlo, se asegura que suspiró: « Por fin, tú ».
Nadie había reconocido al barón en este lugar público, abarrotado como todos los días festivos. La mujer avisó a la policía y, poco después, desde la Opera, todos regresaron al hogar. Nadie ha vuelto a ver al barón; fotógrafos, curiosos y turistas espían su residencia, próxima al arco del Triunfo, desde anteanoche.
El comisario de policía encargado de este asunto dialogó con el barón en su domicilio, y, según este último, nunca jamás habló con los secuestradores, que únicamente le pasaban papelitos cuando querían decirle algo. Le trasladaron dos o tres veces de escondrijo, le trataron mal, le cortaron la falange del dedo anular con un cuchillo de cocina y no le ofrecieron medicinas para curarse. El dedo cicatrizó con el tiempo, sin más complicaciones.
«Todo se ha perdido»
Al desenlace feliz, según los informes policiales, se llegó de la siguiente manera: todo empezó el viernes por la noche de la semana pasada. La policía, que mantenía contacto estrecho con la familia del barón, interceptó la entrega de los cuarenta millones de francos de rescate -setecientos millones de pesetas- en la autopista del Sur, en las proximidades de París. La enganchada entre las fuerzas del orden y los secuestradores se saldó con la muerte a tiros de uno de estos últimos, Daniel Duchateau, y la captura de otro, Alain Caillol, que todo indicaría es el cerebro de la banda de diez personas que se estima están mezcladas directamente en la operación.
Alain Caillol fue herido y, tras una cura en el hospital, el domingo fue sometido a un interrogatorio exahustivo que dio como resultado la liberación del barón. Un comisario de policía llegó a convencerle de que sus colegas estaban perdidos, que nunca recibirían ni un céntimo como rescate y que, en consecuencia, matar al baron sería inútil. Caillol dudó algunos momentos, pero acabó por aceptar el razonamiento y le dijo al comisario de policía con el que dialogaba: «Yo puedo dar orden para que lo liberen inmediatamente. No tengo más que telefonear, pero usted me promete no mirar mientras compongo el número.»
Así fue y Caillol informó a los secuestradores: «Todo se ha perdido. Es inútil esperar el dinero y todo acabaría en una carnicería. Hay que soltar al barón». Cosa hecha.
Pocas horas después, fue liberado en una callecita de Ivry, poblado de la periferia parisiense. Eran las diez de la noche aproximadamente. Las dos personas que habían acompañado al barón en un coche le dieron diez francos para un billete de metro y, este ultimo, media hora después, aparecía en la plaza de la Opera.
Alain Caillol, el supuesto cerebro de la banda, residía en Montpellier, en donde es propietario de un comercio de librerías. Ya estaba fichado por la policía, pero en su entorno se le consideraba un comerciante honesto. Daniel Duchateau, muerto el viernes pasado en la confrontación que mantuvieron los secuestradores y la policía, estaba íntimamente ligado al medio y en 1972, tras haber sido condenado a quince años de cárcel en 1966, fue liberado por buena conducta. Después hizo sus pinitos en la literatura con una novela titulada Santa Ana, ruega por mí, en la que describía su vida de truhán y de preso.
Ayer, tras este éxito, las autoridades policiales reafirmaron su convicción en la «firmeza» como método para desanimar a los eventuales secuestradores por razones económicas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.