El "Miserere", de Hilarión Eslava
La figura de Hilarión Eslava, del que conmemoramos ahora el centenario, se merece el homenaje rendido por la Orquesta Nacional a través de su partitura más popular o, por mejor decir, de sus únicos pentágramas que conservan tal condición. Pero su importancia, en la historia de la música, viene a ser fundamental, ya que fue Eslava quien antes que ningún otro recuperó gran parte de nuestro mejor pasado en sus tomos antológicos de la Lira sacro -hispánica. No menos destacada fue la aportación en el campo de la pedagogía como autor de tratados (solfeo, composición) que mantuvieron durante mucho tiempo su vigencia.Durante la estancia del compositor en Sevilla nacieron muchas obras religiosas, entre ellas el célebre Miserere que, heredero de una tradición anterior, se incorporó a los hábitos de los sevillanos durante la Semana Santa. Cuando una música adquiere tal significación popular, es decir, cuando a sus valores intrínsecos se incorporan otros de distinto signo y más larga onda, es inútil bogar contra corriente. Es lo que hizo el cardenal Segura cuando prohibió la interpretación del Miserere en la catedral sevillana, apoyándose en buenas razones de inadecuación estilística, pero bien ajeno de que faltaban muy pocos años para que en los templos sonasen no ya los italianizantes números de Eslava, sino las misas denominadas folklóricas o las apoyadas en ritmos de jazz o de rock. Salió entonces el Miserere de la catedral y pasó al teatro y, por entonces, algunos prohombres sevillanos que regían los medios de comunicación del Estado trajeron el Miserere a Madrid. Independientemente de que la obra regresara a la catedral, Frühbeck tuvo el buen acuerdo de montarla (por vez primera en la ONE) para recordar no sólo al compositor, sino al musicólogo adelantado que fue don Hilarión.
Muchos auditores han asistido a la premier con cierto aire condescendiente, dispuestos a enfrentarse con algo más digno de curiosidad que de otra cosa. Lo que es natural dado el tradicional aire de pedantería que sopla -desde hace mucho tiempo- en nuestro ambiente musical. Sin embargo, yo aconsejaría meditar un poco sobre las fechas de composición y sobre la música dominante en la España del tiempo Estamos en 1835 y la pasión de la Corte y el pueblo españoles circulan montadas sobre el operismo italiano más elemental. De que ha existido Beethoven se sabe aquí poco o nada, y otro tanto cabria decir de sus grandes contemporáneos e inmediatos sucesores Entonces, resulta que el Miserere no está muy desintonizado con su tiempo y su entorno. Incluso no lo estaba con relación a la música predominante en otros países. Hemos tenido épocas, señores, en las que con mayor pretensión que la escasa o nula de don Hilarión se han escrito páginas actuales radicalmente ajenas a su momento histórico. No estaban, pues, tan despistados un Eslava o un Arrieta como otros de sus sucesores españoles que se han creído importantes y cuasi renovadores.
El altar y el pueblo
Por otra parte, el destino del Miserere lo conocía su autor, pues como queda dicho, fue compuesto para servir una tradición existente y a fin de sustituir al de Prieto, que venía interpretándose en la Semana Santa sevillana. Esta música intencionadamente, miraba con un ojo al altar y con el otro al pueblo aquel pueblo seguidor de fáciles ,melodías, en un estilo importado de Italia, invadió también los escenarios de zarzuela hasta que los Barbieri y los Chueca, los Giménez y los Caballero, los Bretón y los Chapí, le devolvieron una identidad nacional. Pero el Miserere es una historia anterior, y sí resulta evidente que no se trata de la Misa solemne, de Beethoven (¿cómo iba a serlo?), merece la consideración que la buena gente de la calle le otorgó.
Frühbeck dirigió la obra con facilidad y brillantez, acercándola a donde debe, es decir, a un punto medio de expresión que participa de la ópera italiana y de la primitiva zarzuela grande decimonónica. Los solistas la coreana Young-Hee-Klm-Lee, los españoles Paloma Pérez Iñigo, Juan Pons y Evelio Esteve y el australiano Anthony Brenner- actuaron magníficamente, así como los Coros de Lola Rodríguez Aragón, quien, en unión de Frühbeck, salió a recoger los aplausos otorgados a cuantos intervinieron en la versión
Como panorama sevillano, Frühbeck dirigió, antes de la obra de Eslava, la Sinfonía, de Turina sobre la que poco o nada ha de decirse, pues forma parte del repertorio habitual de nuestras orquestas. El director burgalés supo encontrale a la partitura de Turina, tan expresivamente local, toda la carga evocativa y realista que posee, por la que enlaza con la primera partitura sinfónica de don Joaquín, La procesión del Rocío. A propósito de Turina: ¿por qué no se programa su poema coreográfico Ritmos, quizá su obra orquestal más interesante?
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