Bipartidismo en España
Alianza PopularDesde hace meses, el bipartidismo es objeto de las más graves críticas. Es rechazado como sistema político y no siempre por quienes ostentan posiciones en pequeños partidos -en teoría, enemigos principales de la solución- sino, también, por personas responsables de grandes formaciones políticas.
Resulta hasta cierto punto extraño que, en la búsqueda de un régimen político para España equiparable al de las naciones occidentales, se rehuyan aquellos modelos que, de una parte, asumen el sistema bipartito y, a la vez, proporcionan a los países respectivos el mayor grado de estabilidad política conocido. No parece desdeñable, el propósito de adoptar sistemas como el alemán o el británico, de bipartidismo virtual, es decir, lo que algunos autores han calificado de sistema de «dos partidos y medio», basado en dos grandes formaciones políticas y otra menor, que hace de bisagra entre ellos.
Va de suyo que el problema sólo puede plantearse sobre la premisa de la libertad de decisión de los ciudadanos y de los partidos. Lo que se proclama aquí es la conveniencia de conseguirlo y la necesidad de no malograrlo con escollos o rémoras: de reconocerlo como una meta del acontecer político español.
Para ello son precisas ciertas puntualizaciones. La primera se refiere al método. En una primera fase no ha de pensarse -dadas las dificultades de la cuestión- que los partidos, súbitamente, se fundan. Aunque para muchas personas de la derecha española, entre las que nos contamos, enormes son el deseo y la prisa de que la unidad de aquélla se consume; ése es nuestro objetivo y la razón de ser de nuestra pequeña, grande o mediana actividad política. Pero aun en el caso de que ello no fuera prontamente posible, es de acelerar el proceso de unidad bastante, a través de la coordinación suficiente y de las listas electorales únicas. Y esto, respectivamente, para derechas y para izquierdas.
En todo caso, si no cupiera hablar de partidos unificados sí habría lugar, por lo menos, a bloques bien definidos.
Se replica a esto que equivale a la división de las dos Españas y la bipolarización en torno a los extremos. Estas afirmaciones han de ser analizadas.
En primer lugar, las dos Españas, en la medida que sobreviven dialécticamente, son realidades con vida propia, existen. No va a resolverse su oposición con el pluripartidismo agudo. Este podrá taparla de alguna manera, pero siempre con sensible cortedad de manta. Aparecerá en la calle, en las alas que inevitablemente tienen los partidos en todas partes. Y, a la postre, cabrá preguntarse: ¿En qué medida encarnan los partidos la opinión pública si no traslucen su realidad, su verdadera composición?
El problema es otro: el de si existe, pese a discrepancias y antagonismos, un consenso suficiente. De no darse, ni el bipartidismo, ni el pluripartidismo que lo rebasa, resolverán la cuestión de la convivencia. Estamos en peligro; España se aproxima a la quiebra. De darse, ¿por qué temer entonces la polarización? Esta es la verdadera cuestión que no se quiere ver o entrever, aplicando los hábitos del avestruz a la situación presente. Si la unidad de la nación española, la forma de Estado, la defensa de los derechos humanos, la reducción de la desigualdad, la empresa privada -bien que para unos sea un factor positivo y permanente, y para otros una cuestión a dilucidar históricamente-, la moral y la seguridad públicas y la aceptación de las -reglas del juego -sin romper la baraja-, no son, por citar ejemplos, puntos de común consenso, difícil será la convivencia. Sin la reducción de dogmatismos y de incertidumbres malo será nuestro porvenir nacional.
Ahí está el problema. En qué medida es posible aproximar los planteamientos de derecha e izquierda, a través de ese consenso. De manera que la sucesión de gobiernos de distinto signo y el ejercicio de la leal oposición no supongan, respectivamente, la generación de situaciones irreversibles o la obstrucción sistemática. En otras palabras: derecha moderna quiere decir derecha moderada e izquierda moderna, por lo mismo, una aproximación virtual, real, a la socialdemocracia, cualesquiera que sean las posturas doctrinales o fundamentos ideológicos últimos. Los esfuerzos en este sentido existen por uno y otro lado, en casos y personas concretas y evidencian un principio de posibilidad. Pero, en otros supuestos, hay declaraciones públicas en ambos campos que engendran preocupación. Admitido que en la derecha, incluso moderada, se han producido actitudes en este sentido. Debe admitirse también que este fenómeno se está produciendo en la izquierda, en términos que podrían hacer pensar en el adiós a la socialdemocracia virtual que España necesita. Esto es de una extrema gravedad.
En última instancia ha de haber acuerdo en una cosa, necesaria de todo punto: el consenso para la paz de España; el no a la violencia de cualquier tipo. Acuerdo insuficiente, pero imprescindible; el arreglo verdaderamente pacífico de las cuestiones, la eliminación de otros medios de lucha política, el rechazo efectivo de quienes los utilicen. Es, por otra parte, impensable que varios de los puntos anteriormente reseñados no obtengan consenso. La reacción unánime en el tema de Canarias es un ejemplo esperanzador.
Así las cosas, el bipartidismo -de partidos propiamente dichos o de bloques- sería una expresión de la realidad, basada en un mínimo consenso, cuanto más amplio mejor. Si España se pone a hacer, a trabajar, los puntos de coincidencia serán más numerosos. No hay cosa que tanto una como laborar en comunes objetivos concretos.
Sin olvidar que la dualidad -o casi dualidad- de alternativas facilita constructivamente las opciones del electorado. Rechazar ese bipartidismo es rechazar la realidad y renunciar a los modelos más eficaces de la vida política.
Algunos creen en la idea del «partido-colchón» situado con entidad importante -en número de votos y en posición política- entre los dos campos reales. Creemos que esta actitud es equivocada. Fijémonos bien: no es este el mismo caso que el del « partido-bisagra », al modo del liberal del Reino Unido o de la República Federal de Alemania que, reducidos y en envidiable posición estratégica, deciden frecuentemente la balanza en favor de una de las dos grandes fuerzas y, a su vez, atemperan aquella con la que se alían. No. El «partido-colchón» que gobierna de manera protagonista lo hace con desgastes continuos por la derecha y por la izquierda. Esto, ya en principio, le separa del otro modelo, que al no concurrir mayoritariamente a la gobernación del Estado, en vez de sufrir el desgaste, se enriquece imparablemente de posibilidades. La posición de «colchón», al asumir la tarea de gobierno entre dos luces, hace vacilantes e indefinidos programas y actitudes, y ello por dos razones esenciales: se ve obligada a improvisar banderas, a tomarlas de uno y de otro lado, al ritmo de los acontecimientos, y, además, al estar formada por sectores dispares -grandes o pequeños- que, en verdad, por naturaleza, son de derechas o de izquierdas, sufre la presión contradictoria e interior de sus diversos componentes, enloqueciendo en la difícil misión de contentara tan distintos militantes y electores.
Todo esto produce pérdida de identidad, de fuerzas y de coherencia. Es una grave situación de la que se siguen confusión y daño para la vida comunitaria.
La política pide realismo y eficacia. La recepción del bipartidismo virtual -dos grandes formaciones y una tercera, menor, que haga de «bisagra»- podría ser un paso en este sentido. Cada uno, en su campo y responsabilidad, tiene la palabra.
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