Mi caballo ganó
Me cuenta Alfonso Sánchez -gracias por todo, Alfonso- que mi caballo ganó el otro día una carrera en el hipódromo. Umbral, el caballo de Blasco, fue el hipogrifo violento que corriera parejas con el viento, como le gustaban a don Luis de Góngora cuando jugaba con Villapadierna una triple gemela.O sea que mientras yo sesteaba entre Madrid y la sierra, al lado del gato (no sé ya quién más gato de los dos), Umbral me ganaba carreras y espero que algún día ese caballo me escriba los artículos, al paso que va.
Claro que los artículos ya me los escribe -o me los da escritos- don Enrique de Aguinaga, antiguo y brillante cronista municipal que se pasó hace ya muchos años al enemigo, o sea a la burocracia municipal, y ahora defiende el carnet de periodismo franquista por escrito y por teléfono, frente a esos periodistas independientes que cada día son más y lo hacen muy bien, y de los que puedo hablar con loa puesto que, como tengo anotado en este diario, nada acepto ni les pido de lo mucho que generosamente me ofrecen.
-Hay que ver cómo corre este Umbral- dice Alfonso.
Y no sé si va por mí o por el caballo. El argumento de Aguinaga es que durante muchos años se ha luchado por prestigiar y cualificar la profesión periodística, pero yo creo que sólo se ha luchado por burocratizarla y humillarla, y Miguel Delibes ha contado en reciente serial su experiencia al costado y al frente de El Norte de Castilla, cuando los periódicos los dirigía el gobernador civil por teléfono. Miguel me escribe ayer y dice que se va a la trucha. La trucha es su animal totémico. El mío, ahora, es el caballo.
-Bueno, pero vamos a ver: ¿usted tiene carnet de prensa?- me dice el parado, hurgándose la nariz en su esquina, como todos los parados de España, más de un millón según Tamames.
No, no tengo carnet de prensa, pero tengo un caballo. Mi nombre, mi firma periodística, mi legalidad está inscrita en el lomo veloz de un caballo, en la estampa fugaz y esbelta de un buen caballo joven. El caballo es mi cédula, mi carnet de identidad, mi credencial periodística. Cuando me piden la documentación y no llevo, saco el caballo. Una vez que uno ha llegado a inscribir su nombre en la velocidad de un caballo alazán y careto, se supone que uno ya no es un desconocido en el periodismo.
Pues don Enrique de Aguinaga, erre que erre. Marianito Guindal, periodista golfo y núbil, que ahora se ha casado no sé dónde, por no sé qué rito y con no sé quién (lo que empieza a estar mal visto entre la progresía es casarse por Tarancón), me enseñaba ayer, ilusionado, su carnet de prensa recién conseguido, con sus tapas de hule marrón o lo que sea, sus firmas, sus escudos, sus cosas:
-Te lo compro- le dije.
Porque un carnet siempre es un carnet y el ser humano es muy sensible a la fascinación de la carta de Zalacaín y a la fascinación del carnet, de cualquier carnet. Son los documentos públicos que más le conturban. Por otra parte, yo necesito conseguir un carnet a precio de reventa para poder exhibirlo ante don Enrique de Aguinaga, si me lo encuentro, que su lejana crónica municipal la leía yo con deleite y provecho en el Arriba de los años 50, antes de que a él le nombraran cosas.
Me llama Susana Estrada para que le entregue la espada de Don Juan, que es un arma que le han dado. No, gracias, Susana, amor, perdona, lo siento, imposible, otra vez será, compromisos anteriormente contraídos con mi señora, como diría Máximo. «Pero sigo anhelándote», me dice. «Es que no tengo carnet», me excuso, como supremo argumento. Por no tener carnet me quedo sin colocarle mi espada a Susana. Pero tengo un caballo con mi nombre que es mi plafante y rauda credencial, mi animal heráldico. Y los periodistas independientes tienen, como yo, inscrita su profesionalidad en el viento de un caballo, que es el viento de la actualidad informativa. No hay mejor credencial.
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