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Tribuna
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Nuestro tiempo

Muchas veces, en mis cavilaciones de aficionado a la Historia, me hago la pregunta que sigue: ¿Si te pudieran contar con un criterio historiador lo que ha ocurrido en tu vida, cómo querrías que te lo contaran? Veo los modelos de Historia o historias y no los encajo en mi tiempo. Voy a desmenuzarlos.Una historia de las operaciones financieras y hacendísticas, comerciales e industriales de 1960 a acá, podría ser espeluznante si no quedaba demasiado envuelta en cifras y estadillos: pero por mucho que le hayan asustado a uno los desastres del desarrollo, 1960-1970, el éxodo rural, la emigración obrera al extranjero, la bambolla turística y otras cosas por el estilo, no le dan la «medida» justa de lo ocurrido.

La historia política, con los movimientos de hombres y grupos, podría ser folletinesca en alguna ocasión cumbre. Letal en otras muchas. ¿Y la historia anecdótica? Salvo algunos cuentos de rapiñas y corrupciones de una monotonía cansada, poco se ha visto de «procopiano» en nuestro alrededor. Ahora hay hasta senadores y lo equivalente a los pretores y cónsules, no se diga generales. Pero ninguno se puede comparar a aquellos de que hablan los antiguos. Los chismes a que dan lugar son modestos: ¿Dónde las grandes anécdotas de alcoba, los dichos satíricos, las respuestas ingeniosas, las alusiones intencionadas? No estamos ni siquiera en los tiempos en que don Francisco Silvela era capaz de decir que el ideal de todo joven español de pro era casarse con la hija honrada de un padre ladrón. Por otra parte, no tenemos un Azorín en trance de sacar materia lírica hasta de los señores Navarro, Reverter y La Cierva. Tampoco tenemos a Taboada. ¿Qué hacer entonces? ¿Una historia filosófica? Pensemos en las grandes corrientes de opinión del día, en las luchas ideológicas, en el pensamiento político de nuestro amigo Sánchez-Gómez, o en el opuesto de nuestro otro amigo Gómez-Sánchez.

La historia de sus doctrinas, con su vocabulario, sería estupefaciente: el «letal beleño» del poeta no tendría más eficacia como somnífero. Miremos hacia otra parte. Pensemos en una historia internacional. Abandono forzoso de Guinea y de Marruecos..., luego el Polisario, la entrega del Sahara, negociaciones tardías a causa de las doscientas millas... iPobre cosa, poca cosa!

Llegamos ahora a algo más tangible. La historia de la cultura. La historia científica, literaria y artística, como el Ateneo antiguo.

¿Pero qué ocurre aquí de modo característico desde hace muchos años? Yo no creo que me he quedado con «Jovellanos, Moratín y otros autores contemporáneos», como terminaba su curso de literatura un profesor de comienzos de este siglo, con cien años de retraso. Pero aún veo a muchos septuagenarios y octogenarios venerables ocupando el centro del cotarro: a la verdadera generación del 98, que es la de los que nacieron en 1898. Mucho arte nuevo de 1920, mucha poesía nueva de 1927, mucho nombre que ya nos sonaba a los sesentones de hoy cuando íbamos a la Universidad. ¡Por muchos años! Y los jóvenes, salvo contadas excepciones, sienten una extraña predilección por el Senado y por las revistas con desnudos, gusto que es perfectamente compatible con el venerable cargo de senador. Barbas y pornografía.

¿Historia religiosa? No estaría mal si no fuera tan escasa, si hubiera más Religión. Pero para un Palmar de Troya que se da, tenemos una cantidad de deserciones de la Iglesia, sin contenido religioso, que nos asombra un poco. La materia es parva, como dicen, precisamente, los teólogos. Para un ensayo se daría la pregunta de qué consistencia tiene la fe de este pueblo considerado de fanáticos. Contentémonos entonces con hacer una historia manual al uso de... Una historia de la España contemporánea para peritos mercantiles, una historia de la cultura para ingenieros industriales, una historia universal para uso de las casas de compromiso. Esto también es pobre. No vale como modelo. Tampoco creo que es el momento de utilizar otros modelos puramente formales, como los de la historia versificada, dividida en cantos como La Araucana o El Arauco domado. ¿Quién es capaz de meter a un ministro actual en octavas reales, cuando ya a mi viejo y admirado don Ciro (don Ciro Bayo) le costó meter a Cristóbal Colón en su Colombiada?

«Cantemos al doctor que en las llanuras / venció del mar fragoso y financiero / las asechanzas y acciones inseguras / del bolsista mendaz, del gran banquero.»

Esto no vale para nuestros amigos de sector. No llegaríamos a la quinta estrofa, y todos sabemos que un poema épico con menos de 16.000 es una birria. ¿Qué dirían, además, en los centros científicos de una historia sin verso? Escándalo. Cuantificando, podemos pensar, por último, que hay «historias de primera», «de segunda», «de tercera», etcétera. «Historias de primera» serían, por ejemplo, las del siglo V en Atenas, la del Renacimiento Italiano... No muchos más. De segunda podría ser la de la época de Carlos III en España, de última clase la de Carlos II. Es evidente que esto que uno ha vivido no ha sido la Atenas de Pericles, ni la Florencia de los Médicis. Tampoco el Madrid de Aranda, Campomanes y Floridablanca. Nos queda Carlos II o Carlos IV. No. Aquellos tiempos fueron terribles por otras razones. ¿Es esto terrible? Para unos, sí; para otros, no. El viejo cansado que ha recorrido España sabe que hay zonas de ella en que se establece la clasificación de la tierra en siete clases, según su extremada bondad o su extremada maldad con los grados intermedios, que son los más abundantes. Sospecha que la historia que le ha tocado vivir anda entre la cuarta y la quinta clase. Eso es todo.

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