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La esencia del suarismo y su reflejo en la Constitución

Cuando los obispos hicieron su declaración sobre la Constitución comenté aquí mismo que el supuesto desde el que la criticaban era el de contemplarla, por formación o deformación profesional, como un texto sagrado, y el de participar en la decimonónica fe política en la salvación por él, fe que, como decía Galdós, hizo a nuestros compatriotas andar buscando, a lo largo del siglo, la mejor de las Constituciones posibles.Esta esperanza de que se promulgue «la mejor de las Constituciones posibles» corresponde muy normalmente a la confianza, en la que al parecer descansaban bastantes españoles, de que con el suarismo hablamos ingresado en «el mejor de los mundos posibles»; confianza en la que, claro, ahora se sienten defraudados, al advertir que el proyecto redactado de una Constitución, que tendría que haber sido la expresión escrita de la estructura de ese régimen cuasi perfecto, dista mucho de tal perfección.

Yo, que no me sentí defraudado, como la mayor parte de los comentaristas políticos, pero que tampoco me entusiasmé con la exaltación a la presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez, voy a tratar de hacer ver aquí que a la «esencia del sistema suarista» -permítaseme la broma filosófica de denominarlo así-, corresponde muy fielmente, yo diría que como su espejo, el proyecto de Constitución.

La esencia del suarismo -continúo con los juegos filosóficos- consiste pura y exclusivamente en su existencia. Fiel heredero en esto -y en tantas cosas más- del franquismo tardío, ahora bajo la etiqueta de «democracia», como antes bajo la de «democracia orgánica», no tiene otro programa de Estado que el de durar, durar indefinidamente y, como recientemente se declaró en Avila, que la UCD -igual que antes el Movimiento- se suceda a sí misma en el Poder. (Adolfo Suárez sintetiza así, como se ve, el suarismo originario del insigne jesuita, que fue el primero en exaltar el concepto de existencia, con el existencialismo de Sartre y la preeminencia de la durée de Bergson; para que luego se hable de su incultura.)

Objetivamente considerado, el inconsistente sistema suarista, dure lo que dure, es un sistema de mera transición (no podemos saber, todavía, a qué). Y, por lo mismo, de mera transacción. Sus tomas de posición son meramente verbales. Usa y abusó -especialmente durante la campaña del referéndum- de la palabra «democracia», en cuya realidad cree muy poco, pero con la que tiene que transigir. Es un sistema de estrategias de pasillos, conversaciones, arreglos y «pactos». Todavía menos que en la democracia cree en las autonomías, pero, verbalmente, y bajo la forma de «preautonomías» (invención verbal: no está en el «museo del lenguaje» que es el diccionario), se adelanta a otorgarlas. (Aunque, por ahora, entre la Cataluña pre-autónoma y la Cataluña preautónoma no haya más diferencias que un guión y la instalación de Tarradellas en el Palacio de la Generalitat; aunque la presidencia de la Xunta gallega vaya a recaer en un ministro del suarismo.) Autonomía ¿de qué entidades? De las «regiones» parecería poco decir; de las «naciones», demasiado. La solución del crucigrama para principiantes tenía que ser la intermedía: «nacionalidades ». Es elemental, no cabía otra.

El suarismo es una estrategia política de puros comportamientos verbales, no reales. Pero como no está solo, ni cree en sí mismo, a veces, del cambio verbal se ve obligado a pasar al cambio real; por un lado, a conceder amnistías; por el otro, a conceder, bajo subterfugios verbales, despidos libres.... y así sucesivamente.

La Constitución es ya en su proyecto, y será en su redacción definitiva, el fiel reflejo de esa transacción en la que el suarismo consiste, y consiguientemente constituye una fiel expresión escrita de la actual estructura de poder (en el que participa la Oposición). Pues aun cuando sus críticos parecen olvidarlo, el proyecto es mucho más la obra de la mayoritaria -UCD que de las minorías. De acuerdo con la estrategia verbal- transaccional del suarismo, se declara, sí, que no hay más «nación» que España, pero que dentro de ella existen diferentes «nacionalidades ». (Y así, denunciar desde la derecha moderada esta palabra es venir a estropear el «juego», a poner boca arriba cartas que los suaristas preferirían que no se viesen bien, en suma, a cometer una indiscreción política, quiero decir, una indiscreción en cuanto a los que ellos entienden por «política».) Se declara también que España se constituye no simplemente como «Estado de derecho», al uso individualista del siglo XIX, sino como un «Estado social de derecho». (Los nuevos juristas españoles han establecido claramente la diferencia entre uno y otro concepto, como sabe cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la actual terminología jurídico-política.) La palabra «social» se introduce cuantas veces se pueda -también con referencia a la economía de mercado- porque eso hace discretamente socializante. Y los socialistas han conseguido que, junto a la derrota en cuanto al artículo 35, en otros lugares del proyecto se entreabra -verbalmente- la posibilidad de medidas legales socializadoras. La retórica ecologista y la referente a la informática responden a otras demandas, igualmente «modernas», de las cuales a UCD le parece bien hacerse eco. De vez en vez, ya lo hemos visto, viene alguien que no entiende las reglas de juego en que la Constitución quiere consistir por partida doble, y terminará por consistir, y exige que todo quede más claro. (Siendo así que la esencia del suarismo es la ambigüedad: duración como meta, ambigüedad corno vía hacia ella, podría ser su lema.) Así, siempre para parecer «moderno» y diferenciarse de los antiguos democristianos, se pensó, sin duda, que habría hecho bien que la Constitución apareciese verbalmente como «laica». (Lo que no iba a privar a la Iglesia de ninguno de sus privilegios, de lo que preconciliarmente se llamaban «los derechos de la Iglesia» y ahora «los derechos fundamentales de la persona».) Pero llegan los obispos y -otra vez sin entender el juego, lo que es sorpréndente en hombre tan «politico» como Tarancón- exigen que el texto de la Constitución se modifique, lo que, naturalmente, el Gobierno, con su habitual buena disposición transaccional, hace al punto.

En suma, y como creo que se ve claramente a través de este artículo, la Constitución, o su proyecto, es un perfecto reflejo de la inconsistente esencia del suarismo, de su reforma en principio meramente verbal, pero en definitiva transaccional, por la fuerza de las circunstancias y por la debilidad del propio Gobierno, debilidad incluso de origen y de legitimidad realmente democrática. El Gobierno confía en que una reforma verbal, aun sometida a ciertas transacciones reales, no le comprometerá demasiado. La Oposición de la izquierda y la de la derecha esperan y temen, respectivamente, que no se puede jugar con las palabras. Personalmente estoy con la Oposición, porque sé que la «acción simbólica» (el símbolo que es siempre la palabra, constitucional o no) es ya potencialmente, incoativamente, «acción real». Por eso y porque es fiel retrato de una -todo lo precaria que se quiera y más- situación real de transición, no me parece tan mal el proyecto de Constitución. Se ha dicho que el Valle de los Caídos es la radiografía del franquismo en la época de su apogeo. Análogamente la Constitución que se está forjando podrá llegar a ser la (radio)grafía del suarismo en una época de transición transaccional. Reflejos de aberrante pseudograndeza uno, el otro de muy modesta mediocridad.

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