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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La prensa de Estado

EL RÉGIMEN anterior montó la más vasta red de propaganda de la Europa de la posguerra. Periódicos, agencias de noticias, editoriales, revistas y emisoras de radio eran directamente controladas por la Secretaría General del Movimiento o el aparato del sindicalismo vertical. Y tamaña elefantiasis propagandística se duplicaba con el monopolio gubernamental de la información internacional facilitada por agencias extranjeras, agencias estatales de información interior, Radio Nacional de España y Televisión Española. Por si aún quedara algún cabo suelto, hasta 1966 se mantuvo una censura de prensa literalmente «de guerra», y a partir de esa fecha y hasta poco después de la muerte de Franco, una censura menos rígida, menos descarada, pero igualmente antidemocrática. El doctor Goebbels no hubiera soñado con tanto. ¿Pero es que puede extrañarle a alguien que ante ese panorama de devastación informativa aún reciente se identifique por un acto reflejo a la prensa privada con la prensa libre y se desconfíe de los medios de comunicación gubernamentales?Ya sabemos que la libertad de prensa es una utopía, una meta inalcanzable que persigue siempre el periodismo más honesto. Ya sabemos que la propiedad privada de un medio de comunicación no patentiza per se una información más libre, pero deducir por lo anterior que el futuro de la genuina libertad de información está en los periódicos del Estado es un despropósito. No conocemos ejemplos válidos de prensa estatal en los países de democracia pluralista -la de los países socialistas ya se ve en qué consiste-, y si aquélla nos la vamos a inventar en España corremos el peligro de no abocar más que a una cadena de periódicos al servicio del Gobierno. Eso lo sabe la oposición parlamentaria y lo dice en privado, aun cuando en público hable para la galería. Eso lo sabe el partido gubernamental, que como aspira a poblar unos cien años, más o menos, el palacete de la Moncloa, carece de interés en desmontar seriamente el complejo informativo a que nos referimos. Y eso lo saben los trabajadores de esos medios de comunicación, que son el único colectivo salvable en esta película, particularmente porque están siendo engañados y empujados a un enfrentamiento artificial con los periódicos en manos privadas...

El presidente ha tenido indudable capacidad para desmontar maquinarias oxidadas, como las Cortes orgánicas o los sindicatos verticales, pero no parece encontrar tiempo o método para resolver el problema de la prensa que él mismo controlaba hace un par de años. Antes de pasar la tarea de buscarle un futuro a esta red de prensa a una comisión parlamentaria, quienes tenían la obligación de desarmar el aparato propagandístico del régimen anterior sólo dieron con la idea de privatizar los periódicos del Movimiento subastando cabeceras e instalaciones. No se llegó a tal ante la oposición de los trabajadores afectados.

Fallado este sistema, ¿qué hacer? Pues convencer a los trabajadores de esos periódicos que su mejor futuro profesional y personal es erigirse en prensa estatal al teórico servicio de la sociedad. Excelente manera de seguir controlando periódicos desde el Gobierno sufragándolos con el erario público y no afrontando con seriedad el futuro de 5.000 familias de los trabajadores que no son culpables, y sí víctimas, de la situación creada.

Cualquier cosa antes que optar por las únicas salidas honestas al problema: o regionalizar esos periódicos entregándolos a los futuros Gobiernos de las autonomías (lo que implicaría una estatalización de mayor credibilidad que la actual) o su cooperativización en manos de sus trabajadores. Ahí sí que no sólo caben, sino que son exigibles, todas las ayudas económicas a cargo de la Hacienda pública para que los trabajadores saquen adelante sus propios periódicos bajo la responsabilidad de su profesionalidad. Esos periódicos, así organizados, sí que tendrán credibilidad ante la opinión pública y todo el respeto al que sin duda se harán entonces acreedores.

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