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Sigue la crisis ideológica de la Bienal de Venecia

«La Bienal de Venecia empieza a salir de su crisis», dijo Pietro Zampetti, consejero de la Bienal, durante la charla que pronunció el pasado viernes en el Instituto Italiano. Las palabras de Zampetti, que se definió a sí mismo como un técnico, y que a la hora de las opciones políticas parece gustar del término liberal, constituyeron sin embargo una viva demostración de los efectos ideológicos de esa crisis.Historia, en primer lugar. La Bienal se funda en 1895. El fascismo la tendrá muy en cuenta dentro de su política de prestigio. Pero la etapa decisiva comienza en 1948, cuando se vinculan a la institución historiadores del arte, como Venturi, Longhi, o el actual alcalde de Roma, Argan. La charla estuvo impregnada de nostalgia hacia aquella época dorada.

En el mejor de los mundos posibles estalla el fantasma de 1968. Zampetti, hombre fundamentalmente permisivo a juzgar por sus palabras, no acaba de entender, sin embargo, las razones ocultas que llevan la contestación al seno mismo de tan democrática y moderna Bienal. Menos aún, el que algunos de sus más notorios protagonistas, como el pintor Vedova, se encuentren del lado de los impugnadores, para protestar «¿contra sí mismos?». El «momento de locura», la crisis de valores, han estado a punto de acabar con la Bienal.

Populismo y politización

Los años posteriores fueron los más analizados por el conferenciante, para quien los problemas parecen centrarse en el populismo de algunas iniciativas, y la excesiva politización introducida por algunos de los consejeros designados por partidos políticos y sindicatos. Zampetti tampoco dejó de criticar el que una muestra como la de las Maquinas célibes hubiera de ser importada de Suiza, o el que los proyectos para el Molino Stucky tuvieran algo de broma. La mayor crisis de la Bienal, según él, fue provocada por el convenio sobre Chile de 1976. Parece preocuparle el que algunos, como el diputado radical Pannella, al que calificó de inefable, intentaran hablar no sólo de política chilena, sino también de política italiana. Otros aspectos re saltados fueron la «desastrosa» gestión de Luca Ronconi al frente de las actividades teatrales, y los problemas diplomáticos con la República Popular China.La última parte de la charla estuvo dedicada al análisis de la actual situación de la Bienal, cuyo consejo habría de ser renovado, teóricamente, el mes próximo. La Bienal, dedicada a los disidentes, provocó, como es sabido, graves tensiones en el seno de la dirección de la institución. El Partido Comunista italiano estuvo vacilante; mientras algunos de sus miembros, como Crispolti, organizador de la muestra de pintores soviéticos no oficiales, apoyaron decididamente el proyecto, otros (miembros del consejo) se mostraron más sensibles a las pesantes presiones de la embajada soviética.

Ni la charla, ni el coloquio, permitieron conocer la alternativa que Zampetti y los suyos defienden. En una situación de crisis generalizada como la italiana no son sólo los partidos- de izquierda, o los populistas que quieren llevar el teatro, a las fábricas, quienes politizan la cultura.

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