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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Debate político y movimiento social en las asociaciones de vecinos

Profesor de Sociología Urbana en la Universidad de París

La crisis de la Federación de Asociaciones, si las tensiones existentes no se resuelven, sería de hecho, la crisis de un movimiento ciudadano madrileño aún frágil. Y tal crisis tendría repercusiones profundas en la forma de concebir y desarrollar la naciente democracia en nuestro país. Aunque el papel del movimiento ciudadano sea fundamental en la defensa de las condiciones de vida de la población y en las iniciativas capaces de superar la crisis urbana de las grandes metrópolis, su importancia es mucho mayor con respecto al proceso de transformación social. El movimiento ciudadano es, potencialmente, la forma exhaustiva de base en que la inmensa mayoría de la población se autoorganiza y se moviliza para decidir, llevar a cabo y controlar las condiciones materiales y las formas sociales de su vida cotidiana fuera del lugar de trabajo. Junto con los sindicatos de trabajadores y las instituciones políticas representativas es el tercer eje de organización consciente de los ciudadanos con la posibilidad de que aunque los sectores más militantes son los mismos obreros, es muy amplia la gama de las capas sociales interesadas en la creación de un nuevo tipo de ciudad en que el valor de la vida se anteponga a la valoración del capital (como demuestra la reciente lucha de los «hotelitos» en Madrid). Por tanto, el desacuerdo de un movimiento ciudadano unitario, representativo, con amplia base social y total autonomía del Estado y de los partidos políticos, es un elemento esencial con las posibilidades concretas de un socialismo democrático en nuestro país. Un socialismo en que la democracia parlamentaria y la democracia de base se articulen y se complementen en lugar de oponerse una a otra y de destruirse recíprocamente como ha ocurrido frecuentemente a lo largo de la historia. Para que tal perspectiva no sea un modelo utópico es necesario que desde ahora se refuercen a la vez las instituciones representantivas del Estado, los partidos políticos y los movimientos sociales autónomos. El movimiento ciudadano es al mismo tiempo, el más frágil y el más prometedor de esos movimientos. Es el movimiento que, sobre la base de la fuerza representada por el movimiento obrero, puede incorporar a la mayoría de la población a un proyecto de transformación y a la esperanza y la práctica de una vida mejor. Para ello hace falta que los partidos políticos que hacen suya esta perspectiva, que frecuentemente dicen lo que estamos diciendo, la apliquen en su práctica cotidiana, por ejemplo en la relación entre vecinos y asociaciones, entre asociaciones y federaciones. Hoy en día existen condiciones favorables para esta práctica porque los imperativos. de la última fase de lucha contra la dictadura hacían muy difícil resistir a la tentación de instrumentalizar todos los recursos en función de los objetivos políticos inmediatos. Y hay signos esperanzados de una real comprensión en los partidos de los problemas señalados.

Por eso el peligro sería frustrar ese intento renovador en el momento en que existen las condiciones para que se produzca, es abandonar la esperanza de un movimiento ciudadano unido y representativo so pretexto de las maniobras de aparato en que todo el mundo ha incurrido. La perspectiva del movimiento ciudadano es demasiado importante para que se eche a perder por inoperancia ante la lentitud de su desarrollo y su autonomía. Cualquier victoria de aparato que sacrificase esa unidad y esa autonomía sería, de hecho, una derrota terrible para el movimiento Y, por tanto, para los partidos políticos que lo impulsan. De la misma forma, la tendencia al localismo que se desarrolla en las asociaciones como refuerzo de una superestructura organizativa paralizada por la lucha de tendencia es una negativa a asumir las condiciones reales de la lucha. Porque los problemas de Madrid no pueden solucionarse en cada barrio y porque sin una federación fuerte y representativa de todos los vecinos los intereses de la población serían expresados únicamente a través de los partidos. Lo cual es necesario pero no suficiente. Los partidos son elemento de relación al Estado en base a un programa político-ideológico. Las asociaciones ciudadanas son formas de expresión autónoma de la población sin distinciones políticas e ideológicas. Son dos formas de organización que se complementan. Y para que las dos existan, no es posible quedarse en el marco del barrio para una y en el marco de la ciudad y el Estado para otra: deben existir las dos, a todos los niveles, de forma complementaria.

Es cierto que este discurso puede parecer abstracto en la pugna cotidiana de los aparatos políticos en el seno de la federación. Pero no lo es. Porque por muchos problemas políticos que haya, por muchas desconfianzas que se hayan creado, lo que debe caracterizar un dirigente político es situar la práctica cotidiana en la perspectiva transformadora general que trata de impulsar. Y se trata justamente, de utilizarlas crisis para avanzar, para estimular la relación entre asociaciones y federación, para lanzar alternativas de política urbana y municipal, para organizar y adecuar a los ciudadanos, para superar la crisis mediante la extensión del movimiento en lugar de intentar controlar democráticamente un sector cada vez más minoritario.

La verdadera crisis del movimiento ciudadano no es la división interna de la federación, sino su crecimiento ante capas medias de la población y la falta de apoyo por parte de algunas tendencias políticas fundamentales. Esto es sólo parcialmente responsabilidad del movimiento ciudadano. Porque sería necesario que todos los grandes partidos se decidieran a trabajar seriamente en la organización de base de la población a través de las asociaciones de vecinos y otras entidades ciudadanas. No basta hablar de autogestión, hay que practicarla, y desde ahora. Sin auto-organización de la lucha no puede haber después auto-organización del Gobierno. El peligro en este sentido es que cada partido trate de crear su apéndice de movimiento ciudadano que, necesariamente, se convertiría entonces en una plataforma electoral hasta desaparecer fuera del período de elecciones. Hace falta que todos los partidos (y decimos bien todos) se convenzan de la potencialidad del movimiento ciudadano y que dediquen a él sus esfuerzos en el seno de asociaciones unitarias y democráticas coordinadas en una federación representativa. Hoy por hoy existe un movimiento ciudadano debilitado, pero vivo y con alguna tradición. De él debe partirse. Y si hay instrumentalizaciones democráticas deben combatirse en su seno y a partir de los vecinos. Cualquier intento de crear estructuras paralelas en lugar de dedicarse a movilizar a los vecinos no puede ser sino el signo de una voluntad de control de aparato, sacrificando la perspectiva de un movimiento social de largo plazo a la posibilidad de un porcentaje electoral a corto plazo.

Sería una lástima no entender el carácter profundo de un movimiento ciudadano que en España ha alcanzado (pese a todo) niveles de movilización y de concienciación mucho mayores que en otros países europeos. Por la forma peculiar de lucha contra la dictadura franquista (los movimientos de masas) nos encontramos hoy con movimientos sociales que pueden ser la fuerza decisiva de una transformación de la sociedad por la vía democrática.

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Que los partidos políticos decidan, en la práctica, qué sociedad quieren: una sociedad con ciudadanos libres y responsables, organizados autónomamente, o una sociedad de electores, pasivos, influenciados por máquinas propagandísticas. Los partidos que luchen hoy por el desarrollo de un movimiento ciudadano unido, representativo, autónomo y movilizado, estarán creando las condiciones para que tantas palabras, pronunciadas en el alba de la libertad no se las lleve el viento de las conveniencias electorales.

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