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Tribuna
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Gutiérrez Mellado: "Los Ejércitos, monopolio de nadie"

El ministro de Defensa, teniente general Gutiérrez Mellado, pronunció el siguiente discurso:«Señor: hace un año que, dentro de la línea tradicional que marcara uno de vuestros augustos antecesores, el rey Carlos III, felicitasteis efusivamente a todas las Fuerzas Armadas de España, a la vez que mostrasteis vuestro orgullo por ostentar el mando supremo de las mismas.

Pero también nos hicisteis una serie de consideraciones que es preciso recordar, pues su cumplimiento más exacto y su correcto conocimiento han de ayudarnos siempre a todos a seguir sin el más mínimo titubeo la línea de servicio a España, de conformidad con los deseos tantas veces expresados por Vuestra Majestad.

Nos hablasteis de la disciplina "difícil de conservar en ocasiones", pero que es entonces cuando alcanza su más sublime valor, como el fundamento más firme en el que se tienen que apoyar las Fuerzas Armadas. Sin ella -decíais- no es posible la acción del mando y, en este sentido -añadíais-, no debemos concedernos flaquezas a nosotros mismos, ni permitirlas en nuestros subordinados.

La disciplina no es conformismo pasivo

Es conocido por todos que "la disciplina es la fuerza principal de los Ejércitos. Es el alma y vida de los mismos". Es también la fuerza esencial que asegura la existencia de una sociedad madura, capaz de crear un orden libre y de subordinarse a él.

Pero no se entienda la disciplina como simple conformismo pasivo, y temeroso ante la sanción o el reproche.

Lo que la engrandece y le da su verdadero sentido es su condición activa y entusiasta ante las órdenes recibidas, buscando conscientemente en la reflexión y responsabilidad el mejor modo de ejecutarlas y en el carácter, la energía suficiente para salvar los escollos y dificultades que supone a veces la ejecución de las mismas.

Es preciso, por ello, que nuestras voluntades tiendan a conformar su juicio con el juicio del que manda. Sólo así podremos evitar la crítica destructiva que deprime la moral e introduce entre nosotros la incertidumbre y el desacuerdo. Se creará así una auténtica sensación colectiva de participación, pensando que cuanto hacemos no es indiferente al bien general de la empresa común, que en nuestro caso tanta trascendencia tiene para el conjunto de la colectividad nacional y de su convivencia civilizada y pacífica.

Nos hablásteis también "de lo especialmente duro que resulta, en ocasiones, el ejercicio de la lealtad, complemento insustituible del espíritu de disciplina que debe animarnos a todos". Lealtad que hemos de sustentar manteniendo un honrado y arraigado sentimiento de fe en la misión de cada uno, a través de esa labor maravillosa que consiste en formar soldados y servir a España.

Evidentemente, todo ello dentro del contexto de la realidad social del momento tan singular que vive hoy, no sólo nuestra Patria, sino el mundo entero.

Realidad social que no implica destruir, renegar o hacer tabla rasa de todo lo pasado, antes bienconservar y mejorar todo lo bueno ya logrado, pero, al mismo tiempo aceptando que es necesario renovar conceptos, modernizar técnicas y métodos y tomar nuevas iniciativas y medidas para dar respuesta adecuada a los problemas actuales.

La realidad social, como la vida misma, es algo variable que exige una permanente actualización y, por tanto, la pérdida de contactos con aquélla nos adormecería en la rutina y nos convertiría en seres inadaptados.

Entendida así la lealtad resultará más sencillo acomodar consciente y disciplinadamente nuestras opiniones y puntos de vista, a otros superiores en aras de ese bien general, de esa empresa común que todos perseguimos, servir a nuestra Patria.

También nos hablásteis de la necesidad de nuestra Unión, de la coordinación de nuestros esfuerzos: para ser fuertes, pues vivimos en un mundo -nos decíais- ciertamente difícil y hemos de estar prevenidos. contra la tentación y el engaño.

Unión, cuyo apoyo más firme y sólido se basa en el compañerismo, cualidad militar esencial en la vida y desarrollo de nuestros Ejércitos, y cuyo ejercicio supone, fundamentalmente, respetar la dignidad personal de los demás, rechazar la crítica destructiva, descartar la envidia, alegrarse de los éxitos ajenos como si fueran propios, desear el acierto de los que nos mandan y entristecemos con las desgracias y fallos de los demás.

Pues bien, señor, sobre estos tres pilares, disciplina, lealtad y compañerismo, y en un contexto de honestidad y eficacia, como os ofrecimos el pasado año, las Fuerzas Armadas han tratado de basar su esfuerzo de participación consciente en el empeño tantas veces manifestado por Vuestra Majestad, de que nuestra sociedad sea cada vez más justa, alegre y libre, de que la unidad de la Patria -respetando la variedad de sus regiones- constituya la esencia del ser nacional y de que España pueda prosperar en el orden y en la paz.

Y así se han resuelto a lo largo del año 1977 importantes problemas de nuestras Fuerzas Armadas, expuestos entonces ante vuestra presencia y cuya enumeración, recogida el el informe general 1-77 que presenté a Vuestra Majestad, y que es conocido por los Ejércitos, resultaría prolijo repetir.

Y es así también como pretendemos seguir encarándonos con la resolución de los muchos y complejos problemas todavía pendientes.

El Ejército, un todo con la sociedad

Pretendemos, señor, que nuestros Ejércitos constituyan un todo con la sociedad y sean defensores de su voluntad soberana, que por el contrario, no sean monopolio de nadie, para que todos los españoles se sientan identificados con ellos.

Unos Ejércitos que rechacen firmemente cualquier llamada que pretenda cambiar las transcendentales misiones que recaen sobre ellos como consecuencia de la total confianza que les otorga la nación.

Unos Ejércitos que traten afanosamente de lograr el más alto grado posible de instrucción y máxima capacidad operativa en todas sus unidades para luchar, si es preciso, contra cualquier enemigo exterior y sean permanentes centinelas de la paz interior.

Señor, las Fuerzas Armadas de España, a las órdenes del Gobierno de la nación, por encima de opciones temporales, y siempre bajo el mando de vos, nuestro comandante supremo, siguen atenta y apasionadamente el desarrollo de esta nueva etapa histórica, difícil, pero esperanzadora, que está viviendo nuestra patria. Y la siguen preocupados, pero confiados, tensos, pero disciplinados, conscientes y serenos a pesar de los sacrificios, a veces cruentos, que han de soportar y que también recaen sobre el resto de la sociedad.

El pueblo español está demostrando su grandeza, su decisión de vivir y progresar en la paz, por muchas que sean las dificultades a vencer, y a pesar de que unas minorías fanatizadas intenten evitar incluso el empleo de la violencia.

Pero, señor, bien sabéis que al pueblo español no se le amedranta con la coacción, la amenaza y el terror.

Violencia, eso sí, que debe ser rechazada por todos los españoles de bien, de manera pública, solemne, rotunda y definitiva, hasta conseguir que esos crepúsculos se sientan totalmente aislados, condenados y, en definitiva, expulsados del seno de la sociedad, en la que no quieren integrarse.

Señor, España es una y los españoles no vamos a tolerar que, la rompan.

Por mucho que amenacen, y porque unos pocos utilicen el terrorismo, drogados por falsos profetas que agitan presuntos ideales que la inmensa mayoría de la nación acaba de rechazar rotundamente, no van a conseguir que muchos millones de españoles se sometan a la dictadura de las bombas y las metralletas.

El pueblo y sus Fuerzas Armadas saben lo que aquéllos buscan cada vez que eligen sus víctimas, unas veces indiscriminadas. otras, personalidades de la vida pública y privada o con trágica frecuencia componentes de las fuerzas del orden, siempre, en definitiva, vierten sangre del pueblo, sangre de España.

Sabemos que tratan de evitar lo que ya es irreversible, y que los españoles han sancionado de forma definitiva con su voto, es decir, que la nación camine en paz bajo la magistratura de la Corona y en un orden democrático hacia la prosperidad y el progreso.

Quieren para sus fines crear una sicosis de miedo, una histeria colectiva de angustia e incertidumbre, que salten los nervios de los que defienden al Estado, en definitiva, que se produzca una crisis nacional que interrumpa el actual proceso de evolución.

Pero por mucho daño que aún pretendan hacer, no vamos a caer en su trampa, y tarde o temprano obtendrán el fruto amargo y trágico que están cultivando con sus hechos, encontrarse con la ley, serena, pero justamente aplicada, y conseguir la indignada y unánime repulsa de toda la nación.

Es preciso, pase lo que pase, mantener la mente fría y una inquebrantable voluntad de vencer.

Las Fuerzas Armadas están dispuestas, con la misma fidelidad de siempre y por el camino del honor, a seguir cumpliendo con su deber, que nos exige, si es preciso, el precio de nuestras vidas, confiando siempre en el amparo, comprensión y afecto del pueblo español y de sus legítimos representantes y organismos de Gobierno y del Estado, en una simbiosis moral y humana cada vez más estrecha, más verdadera, hasta llegar a conseguir una fusión completa entre todos que constituya indestructiblemente lo que expresa una simple palabra que vale por todas, España.

Señor: hace un año y aquí mismo os dijimos con nuestro mayor respeto e invocando nuestra condición de soldados, que estábamos orgullosos de vos, de vuestra dedicación y sacrificio, de vuestro quehacer, de cómo realizábais vuestro nobilísimo, pero tremendo, oficio de Rey.

Pues bien, señor, nos atrevemos a considerarnos intérpretes por un momento del sentir del pueblo español del que formamos parte y no costa separada, y deciros ahora que aquella admiración va acompanada de una inmensa confianza en vuestra persona, y del verdadero amor de todos los españoles que han comprendido que la Corona es la unión, el guía y el más seguro valedor de la España actual y del futuro.

Con nuestro más cálido y respetuoso homenaje para su Majestad, la Reina, y para Sus Altezas Reales el Príncipe de Asturias y las Infantas, invocamos la bendición de Dios para toda vuestra familia y os decimos como españoles y como soldados, a vuestras órdenes, señor.»

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