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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Comentarios personales sobre la "Autobiografía de Federico Sánchez"

Del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de EspañaMe asaltan dudas al ponerme a escribir estas líneas: ¿No voy a ser un factor más de la campaña en curso para airear el último Planeta? ¿Sería mejor callarme? Si a pesar de todo sigo escribiendo es porque el libro de Semprún contiene una serie de informaciones que considero unilaterales, caricaturescas, falsas, sobre cuestiones que en parte conozco, que en parte he vivido. No tengo tiempo de consultar textos ni de intentar un análisis de los períodos a los que el libro se refiere; pero creo que, incluso, unos apuntes a vuelapluma pueden ser útiles para desmontar algunos engaños.Se trata de comentarios personales de Manuel Azcárate; es triste tener que decir perogrulladas; pero aún perdura esa imagen según la cual se atribuye al Partido (con mayúscula) cualquier texto, cualquier comentario, porque está suscrito por una persona con responsabilidades en su dirección. Dejemos cada cosa en su sitio. El partido tiene su misión propia, sus órganos para elaborar una opinión colectiva, para actuar; pero no se mete en comentar libros.

El libro lleva en su portada interior la palabra «novela». No alcanzo a comprender el significado de esa indicación. Una novela implica creación de un mundo por el autor. Semprún pretende todo lo contrario: dar testimonio, denunciar hechos que él presenta como reales, no como imaginados:, con nombres y señales propios, etcétera. Surge la duda de si la palabra «novela» es una forma ambigua de tomar distancias con respecto a lo denunciado.

Las falsedades

Que el libro contiene falsedades de hecho es cosa para mí evidente. Un ejemplo: habla de mí ya en la página nueve, y me sitúa en una reunión en la que no estuve; y dice que era miembro del Comité Central del Partido Comunista de España en un momento en que no lo era. ¿Facilita acaso la indicación «novela» el tomarse libertades de ese género?

Pero ello es contradictorio con el esfuerzo que ha hecho Semprún por releerse una serie de textos, por presentar «documentos», por hacer de su libro un testimonio personal; un alegato (en ciertos momentos parece casi un informe fiscal), tendente a demostrar determinadas tesis, determinadas proposiciones sobre la política, la actividad y los dirigentes del Partido Comunista de España.

Entrando ya en el contenido del libro, creo que se pueden distinguir tres temas principales, en torno a los cuales giran, en cierto modo, las tesis políticas que se desprenden de los testimonios de Semprún:

A) El estalinismo del PCE. A este respecto, Semprún reproduce textos y narra hechos de finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, cuando el PCE consideraba a la URSS como el modelo ideal y estaba profundamente influido por el estalinismo.

Al releer esos textos, yo mismo me sorprendo. Ha pasado mucho tiempo y han ocurrido muchas cosas. Y es facilísimo provocar, a partir del ambiente que reina hoy entre los comunistas, y en la sociedad en su conjunto, una reacción de sorpresa, incomprensión, incluso indignada, ante textos y actitudes de aquel período estaliniano.

Pero la descripción de ese período no se hace en el libro para presentar (y explicar) un fenómeno histórico; se lanza como una especie de arma de condena contra los dirigentes del PCE. Parece como si Semprún hubiese roto con el estalinismo, y los demás, los que somos comunistas, no.

Para una persona enterada, lo que el libro recuerda, o demuestra, es que el Partido Comunista ha cambiado desde entonces. Y eso es verdad.

La ruptura con el estalinismo no ha sido una pequeña cosa. Ha sido una transformación profunda, y no sólo en el terreno político; también en lo teórico, en lo moral.

El problema es que nuestra ruptura con el estalinismo ha sido mucho más profunda, en mi opinión, que la de Semprún. Porque el proceso no ha desembocado en un irse individualmente a casa. Y en «tirar el niño con el agua sucia del baño», como dicen los franceses. Los errores no anulan una historia de luchas, sacrificios, aciertos políticos, de presencia permanente del Partido Comunista.

Nuestra ruptura con el estalinismo ha consistido en contribuir (cada uno con su grano de arena, y desde luego el papel de Santiago Carrillo ha sido fundamental) a que todo el partido, en su conjunto, sacase hasta el fondo la lección de los errores de aquella época; crease una política adecuada a la realidad española y capaz de abrir una vía a la libertad y al socialismo; lograse, una vida interna cada vez más democrática; conquistase una independencia total con relación a la Unión Soviética; limpiase nuestra teoría, el marxismo, de las excrecencias que le habían esclerotizado, dándole así nuevo vigor.

b) La otra tesis que el libro alimenta es que, en 1964, la discusión de las discrepancias políticas planteadas por Claudín y Semprún llevó a la expulsión del partido de las personas que representaban una actitud renovadora, basada en un análisis más real de la situación española, y en una política de mayor independencia con respecto a la Unión Soviética.

Un examen histórico serio de este problema exigiría contrastar exactamente las posiciones que entonces se enfrentaron; analizar los cambios en la situación del país; suponer el impacto que una u otra política hubiese tenido. Aunque nunca se puede «reescribir» lo que ya es historia, un examen serio quizá podría tener interés. Pero lo que hace Semprún no es eso. Presenta una versión unilateral, parcial. Mi opinión sobre el contenido de esa discusión es completamente diferente. Yo empecé a trabajar en la dirección del partido muy poco después de ese problema. En todo caso, tal como figura en mi memoria (no tengo posibilidad ahora de ponerme a consultar textos), el debate se centraba principalmente sobre el significado de la «liberalización» que entonces era bandera de algunos de los grupos del Gobierno franquista; si esa «liberalización» anunciaba una nueva etapa en que el capital monopolista se pondría a gobernar con métodos nuevos, no fascistas, y por tanto nuestra táctica debía variar para aprovechar nuevos espacios. Recuerdo un detalle, quizá anecdótico, pero significativo: el de si el partido debía plantearse las posibilidades (¿cuáles?) que ofreciesen las comisiones de las Cortes franquistas...

Mi opinión es que Claudín y Semprún exageraban ciertos cambios en el capitalismo español y proponían una orientación derechista. Creo, por ello, que ha sido positivo el rechazo de esa posición para la causa de la democracia.

No quiero decir con esto que no quepan a este respecto opiniones diferentes. Ni que todas las posiciones que defendió entonces la mayoría de la dirección fuesen justas. En todo caso, y de este período ulterior sí he podido ser testigo (y creo que los hechos están ya bastante claros para cualquier observador imparcial), el proceso que ha seguido el partido desde 1964, tanto en el plano de la política interior como exterior, ha sido de renovación profunda; ha sabido materializar la política de reconciliación nacional, plasmándola en un proceso complejo, dinámico, de colaboración y unidad con el conjunto de las fuerzas democráticas. Ha impulsado, con formas nuevas, los movimientos de masa, sobre todo en el seno de la clase obrera; en las barriadas; en sectores profesionales; ha contribuido al surgimiento de un movimiento campesino joven, con rasgos originales.

Los esfuerzos del PCE

El PCE ha hecho esfuerzos serios, en ese período, por abordar, desde el punto de vista del marxismo creador, rompiendo esquemas prefijados, problemas que la realidad histórica planteaba, como los siguientes:

- El nuevo papel de la ciencia y de los intelectuales, con la formulación de la tesis de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura.

- La relación entre marxismo y cristianismo, y la presencia de los cristianos en el Partido Comunista.

- La liberación de la mujer, y la posición cada vez más feminista del partido.

- La nueva relación entre democracia y socialismo, la vía democrática al socialismo.

En el plano internacional, la afirmación de la independencia del partido y de actitudes críticas cada vez más sólidamente fundadas sobre las degeneraciones del socialismo en la Unión Soviética y otros países, etcétera. En consecuencia, una aportación española, que creo nadie discute, al importante fenómeno del movimiento progresivo y revolucionario contemporáneo que es el eurocomunismo.

c) La tercera tesis que se desprende del libro es que el debate sobre las posiciones de Claudín y Semprún, en los órganos dirigentes del PCE, se llevó a cabo de una forma poco limpia, antidemocrática; lo que podría alimentar la idea de que, en 1964, el estalinismo seguía prevaleciendo en los métodos del PCE.

El recuerdo que yo tengo de ese problema es muy diferente. En condiciones de clandestinidad (lo que implica a priori una limitación muy seria de las posibilidades democráticas) creo que ese debate se llevó, con una gran amplitud, a todo el partido. Recuerdo un momento en que, prácticamente, toda la organización de la Universidad de Madrid se distanció del partido; y fue solo a través de una discusión concreta de las posiciones respectivas, de los textos, como se reincorporó.

El comité ejecutivo hizo entonces algo quizá sin precedentes en el movimiento comunista: publicar en un número especial de Nuestra Bandera el texto de las posiciones de Claudín, junto con las observaciones de la dirección del partido, y distribuir ese texto a todas las organizaciones del partido. Por tanto, la decisión que se tomó sobre ese caso (y en cierto modo Semprún lo confirma en su libro al citar, por ejemplo, cartas de dirigentes comunistas que estaban encarcelados) reflejó la opinión de la aplastante mayoría de los comunistas.

No quiero decir con esto que no se hubiese podido hacer mejor; que todas las informaciones fueron perfectas; que no se cometiesen errores; incluso que el conflicto quizá hubiese podido concluir de otra manera. Pero la impresion engañosa, que el libro de Semprún alienta, es que el Partido Comunista, en aquella circunstancia, actuó con métodos estalinianos. Eso no fue así.

Las acusaciones

Aparte de esas tres tesis políticas, el libro contiene una acumulación de acusaciones y semiacusaciones contra dirigentes comunistas. En todos los terrenos, desde lo trivial hasta lo criminal. Algunas, como las que se refieren a mí, se hacen en forma de interpelación: ¿Hablará acaso Manuel Azcárate?» Eso se coloca en una página en la que se habla de Beria, de los procesos estalinianos, etcétera. Es una forma de acusar, no en concreto, sino por asimilación.

Hace mucho que yo he hablado. Y a cuantos les interesen mis recuerdos de la actividad que tuve durante la segunda guerra mundial; cuando fui responsable de la organización del partido en la parte de Francia ocupada por el ejército hitleriano; cuando trabajé con Monzón en Francia; cuando vi en Suiza a Field algunas veces, estoy dispuesto a contarlos. Para escribir mis memorias, no tengo tiempo. Y menos para «contestar» a esa interpelación absurda de Semprún.

Por cierto, no recuerdo que jamás, en los períodos que nos hemos tratado, me haya preguntado sobre esos temas. Otros camaradas han tenido esa curiosidad. Él nunca.

En todo caso, todo lo que yo sé no tiene nada que ver con lo que se da a enterder en el libro.

El caso de Grimau

Pero, dejando lo personal, ¿cuál es el método que emplea Semprún en sus acusaciones?

Tomemos un caso, el de Julián Grimau. Son los párrafos del libro que más me ha costado leer, porque me han herido, indignado.

Semprún parte de una impresión suya completamente subjetiva: en las reuniones en las que participaban Carrillo y Grimau, «me había llamado la atención esa extraña relación de dominio y de sometimiento entre ambos. Pero nunca me propuse indagar sus razones. Eran cosas del pasado, suponía... Los oscuros secretos de la sangre». (El subrayado es mío.)

Una vez realizado esto, Semprún repite más o menos las tesis difundidas por la propaganda franquista sobre el caso. Pero ahora potenciadas, «justificadas», por el testimonio que él aporta.

Yo he conocido y tratado a Julián Grimau. Le he visto con Carrillo, decenas, cientos de veces. Afirmo que lo que escribe Semprún es falso; invención pura. Pero, ¿en qué medida podrá lo que yo digo deshacer el impacto de acusaciones lanzadas en una gran operación editorial-comercial como el premio Planeta?

Creo que un aspecto inaceptable del libro de Semprún es que está lleno de acusaciones «por síntomas», «por indicios», «por sugerencias», «por impresiones». Son acusaciones moralmente descalificadas. En el juicio de un tribunal no son admitidas. Pero en un libro... Beaumarchais lo ha explicado maravillosamente; luego Rossini le ha puesto música.

Me he referido solamente a una de las muchas acusaciones que contiene el libro: pero he intentado con ello mostrar la inmoralidad del método empleado por Semprún: el de utilizar verdades a medias, aproximaciones, conjeturas, sensaciones subjetivas, interrogantes, para provocar en el lector la idea de que existen zonas de sombra, incluso de delincuencia, en la conducta de numerosos dirigentes del Partido Comunista.

Quizá esto pueda servir para hacer revivir concepciones anacrónicas sobre lo que somos los comunistas, sobre todo entre ciertos lectores.

No creo que ello añada gran cosa a la literatura española, ni al conocimiento de nuestra historia reciente.

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