_
_
_
_
Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Henry Miller

Creo haber anotado en este diario que la nueva Alfaguara está editando en castellano (no en hispanoamericano, con plomeros, naftas y pancetas) algunas obras de Henry Miller. Santifico estas fiestas leyendo a Miller en el campo, que en otro tiempo fue el pornógrafo más violento de Europa y América, pero que hoy se ha quedado en un viejo maestro de la acracia, la libertad, la contracultura y el sexo.Mi modesta tesis, expuesta en algún libro mío, es que Miller y Virginia Woolf, con su estilo de prosa como desmedulada, de novela lírica e inforinal, rompen definitivamente y casi por los mismos años con el rigor estructural de la novela victoriana de Forster, James, etcétera, rigor heredado luego por Faulkner, dentro de la tradición anglosajona, y que no es sino el reflejo, pasado de la ética a la estética, de un puritanismo de trabajo que lleva a valorar solamente lo híspido, lo penoso, lo geometrizado. Las más violentas orgías de sangre y sexo, en Shakespeare se corresponden con un lenguaje orgiástico. Después del victorianismo, las orgías rurales de Faulkner, tan cruentas como las del clásico, se someten ya a un ordenamiento estético, estructural, a una geometría narrativa que las purifica. Todo sistematismo exasperado es un puritanismo.

Bueno, pues Miller (olvidemos ahora a la inolvidable y lírica Virginia Woolf) rompe no sólo con el puritanismo de la novela anglosajona (tardíamente mimetizada hoy en España), sino con el puritanismo de la vida, de la calle, y hace unos libros informales, caóticos, líricos, vivos y putrefactos que para los gamberros españoles de la década prodigiosa (felices, sesenta) fueron una iluminación, un Eclesiastés de sexo y gula.

Como no dominábamos el inglés, había que leer, ya digo, un Miller que se encontraba con el plomero desayunando huevos con panceta y que luego iba a ponerle nafta al coche, pero, así y todo, Miller fue para nosotros mucho más que una experiencia literaria: fue, en aquella España del franquismo próspero, un ventarrón de libertad, la crítica epicúrea y digestiva, no ya a la mística de derechas, tan superada, sino a las místicas de izquierdas, sacralizadas por la distancia, la dictadura, el martirologio y el silencio. Yo vivía entonces encima de ese mercado que hay en la calle Ayala, y me levantaba por las mañanas en un fragor de gritos y verduras, y com o entonces yo efa un parado, ni siquiera acogido a la limosna de don Cristino Martos, me quedaba en la cama camastrona, sin nada que hacer, leyendo a Miller en aquellas asquerosas ediciones suramericanas, robadas en cuaquier parte y como pasadas por todos los retretes públicos de Madrid.

Fue un mensaje oloriento y fuerte que se me ha quedado para siempre, que se nos ha quedado a una generación entera (salvo los que sentaron plaza en Información y Turismo, Orientación Bibliográfica, censura, Ayuntamiento, y así). Un poco olvidado cómo teníamos ya el tremendismo del Cela de los cuarenta y el existencialismo de café Gijón con leche de los cincuenta, los libros clandestinos de Miller nos devolvían, me devolvieron, la confianza ciega en la vida ciega, la orgía de las cosas, ya gustada en Neruda y respirada cada mañaria, desde mi balcón de pensión burguesa, en el mercado de la calle Ayala.

Si yo entonces hubiese tenido talento, habría escrito sobre Madrid unos libros tan perfumados y anárquicos como los que Miller escribiera treinta años antes sobre París y Brookling, pero aquí estaban los teóricos, los prácticos y practicones de la novela social y canónica (que luego se pasarían con femenina volubilidad al irracionalismo mágico de los grandes oriundos). Estaba, digo, todo ese funcionariado de la fiteratura, aconsejándole a uno hacer novelas con planteamiento, nudo y desenlace, y, a ser posible, con bastardilla final donde se explicase el sentido último del cosmos para compradoras gordas de premios literarios.

Pero poco importa que no granase en nosotros el espermatozoide literario de Miller si ha granado en cambio el espermatozoide imaginativo, el sentido de la libertad golfa, el sexo como último reducto de la libertad y la burla de las filosofias, las políticas (e incluso las filoáofias políticas), a salvo entre una buena gachí, una buena comida y un buen libro. Y este sol, obsceno como un cuerpo, tendido en mitad del día.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_