Bibí Anderson
Más allá de la melena de Porcel y la, barba de Barral, en Barcelona, más allá del humo de pipa de Senillosa y la palabra zumbona de Alvarez Solís, se llega, se puede llegar, llego yo, con Antonio Asensio al volante, con Luis Cantero a la navaja (abre una de dos cuartas para defenderse de las feministas), al barrio maldito de la ciudad portuaria, a esa réplica simétrica y canalla del barrio gótico, al mundo catacumbal de los travestis, donde esta noche, entre adolescentes temblorosas, starlettes que se desnudan bajo el látigo de los flashes y locutores cansados, conozco a Bibí Anderson, transexual, malagueño, malagueña, que me mira muy de frente a los ojos desde su metro ochenta y tantos centímetros de estatura.No es sólo Bibí Anderson, claro. Es esa otra criatura, rubia y de sexo incógnito, que pasa de hombre a mujer y de mujer a hombre durante la danza. Es la ausencia voluminosa de Mimí Pompón o el desgarro tomatero de Paco España, es la estatura efébica de Angie von Pritt, un nuevo laberinto del sexo en que el hombre encarna en la mujer fantasma¡ que lleva dentro, como la mujer en el hombre.
Se lo digo a Antonio Asensio:
-Un día averiguaréis que los hombres ya no se hacen pasar por mujeres, sino las mujeres por hombres, para distraer al personal.
Empezaron en Trento, o donde fuese, debatiendo el sexo de los ángeles. Siendo así que nunca ha estado claro el sexo de los hombres. Pronosticaba tío Oscar que los dos sexos tradicionales -convencionales, digamos- morirían cada uno por su lado. Pero se equivocaba la paloma, se equivocaba, porque es tamos hoy en una sexualidad babélica mucho más allá de doña Simone de Beauvoir, que sólo llegó a contar dos mutantes.
El divino Proust, mirando la humanidad a través de su raqueta de tenista que no jugaba al tenis, repitió las palabras judías: «La mujer tendrá Gomorra y el hombre tendrá Sodoma.» Pero las ciudades de la llanura caben ya en el Paralelo barcelonés, entre traseras portuarias y meretrices que aún bailaron el último tango en el barrio chino con el Gran Gilbert.
Dé modo que estoy aquí, en el camerino catacumbál de Bibí Anderson -veintitantos anos, un metro ochenta y tantos de estatura, malagueño, malagueña, cabeza triangular y sagrada-, asistiendo, al nacimiento de la nueva Venus hermafrodita de nuestro tiempopósterior a la de Villiers, que surge entre las espumas sucias e industriales de la playa de la Barceloneta, y, efectivamente, lleva una concha en el sexo, como la de Botticelli, y hay conmigo dos discípulos amados, como en las revelaciones, las apariciones y las levitaciones, dos amados amigos que dan fe cuando ella, á solas con nosotros en el camerino, cerrado, se abre la bata y es una singular criatura de dimensiones nocturnas, senos bellos y secreta sexualidad inexplicada.
-La naturaleza no da el homosexual. Da el hermafrodita -me decía la otra noche el doctor Paredes, que sabe de eso.
Vale, tío. Creo que estamos más allá de la fisiología. Estamos entre Carlos Castaneda y los empresarios argentinos del porno catalán, en las catacumbas de una nueva sexualidad, mientras ahí arriba, en la ciudad burgesa, duermen o velan los fanáticos paleocristianos, los éticos antiestéticos y los que, aunque hayan leído a Adorno, siguen-rigiádose por Trento.
Un tercer o cuarto sexo, una nueva sexualiáad, aparece sobre la tierra, arde ya en comunas, amores de grupo y barracones de feria con ganadería humana. Lo que nace del mar, con Venus, es el mar mismo. El mar que así invade, como diría Vicente Nobel Aleixandre. Un mar de tonelada sexual, una revolución dela especie, cuya Venus hermafrodita, bellísima y arre, vistada, pudiera ser Bibí Anderson -cualquier Bibí nderson- en la catacumba roja de las grandes ciudades.
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