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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los desastres de Madrid

MADRID CUENTA con veintisiete colonias de hoteles unifamiliares habitados por unas 5.000 familias. Son 3.000 hectáreas urbanizadas mejor o peor, pero a la medida del hombre. Son el vago recuerdo del nacimiento de toda ciudad, de la primitiva agrupación de los hombres en pequeñas casas familiares y bajo criterios de intereses aún no deshumanizados: la defensa, la compañía y mutuo apoyo, el comercio, el trabajo en común...Que estas colonias no le gusten al Ayuntamiento de Madrid no es sorprendente. Por el contrario, es harto chocante que estos últimos reductos de viviendas humanas, pobladas, además, en su mayoría, por familias de renta media o modesta, que influyen en sus recintos arbolados y pequeños jardines, calles recoletas y apacíbles, no hayan sido, tiempo ha, pasto de la piqueta y objeto de la especulación.

El pueblo de Madrid, en verdad, no ha tenido suerte con sus sucesivos Ayuntamientos. El Madrid de 1939, aún pequeño, todavía habitable, en parte derruído por la guerra, ofrecía interesantes perspectivas para el ensayo de un urbanismo inteligente.

Empero, los mayores logros de nuestros ediles pueden cifrarse en la destrucción de la balconada natural sobre la sierra, literalmente tapada por el friso impejal que se extiende del palacio de Oriente a la Ciudad Universitaria; la destrucción de los bulevares; el derribo metódico de los palacetes de la Castellana y sus aledaños; la ignominiosa construcción desordenada de barrios-dormitorio; la destrucción con nocturnídad de ejemplos de arquitectura modernista, como la gasolinera de Alberto Aguilera; la política de pasos elevados como maniobra astutísima de trasvasar los colapsos del tráfico de uno a otro punto de la ciudad; la edificación de la Torre de Valencia y las Torres de Jerez, la una como remate de la puerta de Alcalá y las otras como vigías de una plaza como la del Descubrimiento, en la que no apetece estar; el desmantelamiento de la marquesina del metro de la Red de San Luís (por cierto, ¿dónde está esa estructura?); la amenaza cernida sobre las estaciones de Atocha y del Norte; la voladura del mercado de Olavide para abrir una plaza desangelada; la frenética construcción de aparcamientos subterráneos, que entrañan un imán para atraer automóviles a las zonas en que están enclavados...

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De todo punto imposible levantar acta de las agresiones que ha sufrido la sensibilidad y la comodidad de los habitantes de Madrid. Se han escrito libros -siempre desestimados- sobre ese mito del gran Madrid que cada día da más visos de seriedad a la definición de Camilo José Cela: « Una mezcla de Navalcarnero y Kansas City.» Y a estas alturas, el memorial de agravios de los ciudada nos de Madrid carecía de un importante capitulo: la destrucción de sus colonias de hotelitos bajo el conmove dor argumento de que, aisladas por edifibaciones de superior altura, han perdido intimidad. El Ayuntamiento y las urbanizadoras crearán sobre sus solares entrañables zonas de intimidad en edificios de cuatro plantas.

Hay ocasiones en que a una entidad administrativa sólo se la puede contestar desde el desencanto. Podría argüirsele al Ayuntamiento de Madrid que de cuándo esa pre ocupación por la intirnidad y comodidad de sus vecinos; cabría, sin riesgos de libelo, señalar directamente los intereses especulativos cernidos sobre las colonias de hotelitos, sería legítimo urgir al Ayuntamiento a erradicar antes las chabolas que arremeten contra una modalidad de vivienda hacia la que tiende la más elemental lógica humana, etcétera. Pero, por encima de cualquier argumento, lo que prima es la tristeza de un municipio que suma la ignorancia urbanística al sarcasmo de pretender mejorar la ciudad suprimiendo las colonias de hotelitos.

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