Polémica sobre el exilio
He visto en EL PAIS del pasado martes 27 la entrevista realizada con Vicente Llorens sobre temas relativos al exilio que produjo la última guerra civil española.Como en dicha entrevista se me alude en varias ocasiones atribuyéndome posturas que implican un gran desconocimiento del contenido de la obra que he publicado recientemenle bajo el título La emigración de la guerra civil de 1936-1939, le ruego se sirva publicar esta carta.
Paso por alto la gratuita calificación de «franquista» que me concede Llorens, término que en todo caso conviene evitar hoy a todo historiador imparcial.
Según se afirma en la entrevista, yo me encuentro entre los autores que tratan de minimizar las repercusioneg históricas y culturales del exilio. Es realmente curioso que se atribuya esta postura al autor de una obra cuyas primeras líneas son las siguientes: «La emigración de la guerra civil de 1936-1939 es sin duda la emigración 'forzosa' de españoles más importantes que se produce a lo largo de nuestra historia» (página- 13) y que, después, en numerosas ocasiones, insiste,en la importancia demográfica, laboral, cultural y política del exilio. Claro es que en mi obra no me liinito a aplicar adjetivos al fenómeno del exilio, sino que, antes de nada, me preocupo de evaluarlo, de cuantificarlo, tarea que hasta ahora no había emprendido seriamente ningún historiador, ni siquiera Llorens. Así, en la obra colectiva de Taurus citada en la entrevista, Llorens se limita, a decir de la muy importante emigración de la zona Norte que fue tan sólo de «numerosos vascos» que salieron de las provincias vascongadas y de «otro contingente de emigrados» desde Santander y Asturias (volumen 1, página 99), mientras que en mi libro hago un detallado estudio de esta corriente migratoria que supuso la evacuación de 89.000 personas tan sólo bajo la protección de la Marina británica, y de un total de a lo menos 160.000 desde toda la zona Norte (páginas 55-58). O, cuando al cuantificar el número de refugiados que vuelven de Francia a España en 1939, tan sólo dice Llorens, sin ninguna justificación, que al cabo de varios meses habían regresado «más de 100.000» (volumen 1, página 100), mientras que en mi obra se hace una razonada justificación documental de que desde primeros de febrero hasta mediados de diciembre de 1939 habían regresado a España del orden de 360.000.Pero lo que aún me resulta más sorprendente es la afirmación que hace Llorens de que en mi libro se «confunden por completo los términos al identificar el emigrante con el emigrado político», pues la verdad es que si algún concepto queda perfectamente deslindado -y aun reiteradamente- desde el primer al último capítulo de mi obra, es la diferencia que, tanto desde el punto de vista histórico como del jurídico, sicológico, etcétera, hay entre el emigrante económico y el político.
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